Como escribe sin pelos en la lengua y con conocimiento de causa, las columnas de Nicolás Morales despiertan toda clase de reacciones entre el público. Los angry young men aplauden, los libreros rezongan, los editores se emberriondan, el medio académico trina y un número considerable de funcionarios pone el alarido en el cielo. No hace falta compartir sus puntos de vista para advertir que Morales es un crítico inteligente e informado, un comentarista cuya ironía a la hora de examinar los mil y un tejemanejes de la cultura en Colombia siempre es bienvenida.
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Justamente por eso, porque Morales ha sido inconforme y concienzudo, en esta revista no acabamos de entender qué lo llevó a publicar una columna tan bochornosa como “
El top de los salarios en cultura” (revista Arcadia, número 65, febrero-marzo de 2011). En torno a ese tema siempre se ha tejido un tonto velo de secretismo; los sueldos se ocultan como si fueran un secreto de Estado, lo cual da pie a suspicacias que rara vez coinciden con los hechos. Nada más por ello deberíamos agradecerle a Morales que haya puesto el asunto en la agenda del debate público. Sin embargo, ¿por qué, en vez de investigar el tema, ha preferido “imaginarse” cuánto ganan algunos funcionarios en el sector cultural y, no contento con eso, sacar de allí conclusiones maliciosas y completamente infundadas?
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Sus descargos respecto a que “ninguna entidad quiso darme cifras” no son creíbles. Para comenzar, los salarios del sector público son, como su nombre lo indica, públicos y por lo tanto nadie puede negarle esa información al ciudadano que la requiera. En esta revista contactamos a varias de las instituciones mencionadas por Morales en su artículo y todas nos respondieron de manera eficiente y oportuna, sin oponer el menor obstáculo a nuestras peticiones. Incluso el centro cultural Julio Mario Santodomingo, del cual Morales dice que paga los mejores salarios del sector –“aunque quizá nunca lo sabremos”– no tuvo el menor inconveniente en revelarnos el sueldo de sus dos directores.
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Tampoco mejora nuestra percepción de la columna el hecho de que Morales admita que sus cálculos “podrían tener un desfase del 25%” y que aun así no considere problemático sostener que “de algo servirá mi especulación”. La verdad es que el margen de error dice algo distinto. En las fantasías de Morales, Catalina Ramírez, la secretaria de Cultura de Bogotá, gana 18 millones de pesos. En la vida real su sueldo es de $13’354.725 –esto es, el 33% menos–. Otro tanto ocurre con el Instituto Distrital de las Artes, a cuyo director, Santiago Trujillo, Morales le asigna el también fantasioso salario de 18 millones, cuando en realidad devenga $10’784.400 –es decir, ¡el 59.9% menos de dinero!–.
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Hace un tiempo, en la misma revista donde Morales divulga estas exquisiteces numéricas, Alejandro Gaviria propuso un debate sobre los intelectuales literarios que no son “un paradigma de rigor o del apego a los hechos”. Criticaba el ingeniero antioqueño, entre otras cosas, la manía de ofrecer opiniones sin sustento verificable y la tendencia a proponer una visión rotunda de la sociedad a partir de un ejemplo cualquiera. Esa opinión de Gaviria no puede tomarse sin pinzas (de hecho, en el debate varios comentaristas le hicieron diferentes reparos). Sin embargo, es innegable que aplicada a la columna de Morales revela males espurios y repetidos de los que se llaman a sí mismos “periodistas culturales”. Nadie ignora que hoy en día la credibilidad de ese gremio en Colombia (al cual, con bastantes reticencias, nosotros también nos afiliamos) es idéntica a la de un vendedor de crecepelo. Y los motivos sobresalen como en bulto: menosprecio por los datos, falta de investigación, prosa descuidada.
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Ciertamente no ayuda en lo más mínimo a disipar ese prejuicio que un buen periodista como Morales manifieste un desdén tan escandaloso no solo por los hechos sino por las consecuencias de lo que escribe. A esta redacción han llegado al menos seis artículos que, basados en los datos de su columna, alegan que la cultura en Colombia está tomada por unos “burócratas desalmados” que ganan sueldos exorbitantes. No es verdad. Las cifras demuestran algo muy distinto.
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Si, por poner un ejemplo al azar, Juan Carlos Echeverry, el actual ministro de Hacienda, publicara una nota diciendo que sus cálculos para determinado renglón de la economía colombiana tienen un desfase del 25%, sería lapidado por los comentaristas culturales. (No digamos lo que harían cuando se descubriera que en realidad el descache es del 60%.) Nosotros no pedimos nada parecido para Morales: ni lapidación ni condena. Solo nos gustaría que, fiel al espíritu crítico que siempre lo ha distinguido, tenga el valor de rectificar, un verbo prácticamente en desuso en la actual prensa colombiana.
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Columna de Nicolás Morales publicada en Arcadia >
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El top de los salarios en cultura
Esta columna nació tras una discusión con cierto personaje que me dijo que en el sector cultura no hay buenos salarios, y al quedarme con la duda decidí indagar un poco por mi cuenta, solo para confirmar que el tema sigue siendo un tabú y que está muy mal visto que uno ande por ahí preguntando cuánto ganan nuestras señoras de la cultura y cuánto los nuevos gestores y ejecutivos de la industria cultural. El tema causa tanta incomodidad que ninguna institución quiso darme cifras. Con la cosa así, mis cálculos, extraídos del mercado negro de la información salarial, podrían tener un desfase de 25% pero, en todo caso, para algo servirá mi especulación. Adelante pues con la especulación cultural.
Centro Cultural Julio Mario Santodomingo. Salario estimado en $25.000.000.
Es, probablemente, el mejor salario del sector cultura. Aunque quizás nunca lo sabremos. Lo que sí podemos decir a ciencia cierta es que el titular de este salario hace la tarea y la hace bien. A la ciudad le faltaba un modelito de centro cultural bien conectado y con una oferta de tan alto nivel.
La gerencia de la Secretaría de Cultura. $18.000.000.
Llegándose el momento de cerrar una administración tan “particular” como esta, no estaría de más echarle un vistazo muy juicioso al área cultural dirigida por Catalina Ramírez, e iniciar los balances para desmentir o confirmar que las ro(s)cas no son exclusivas de las obras públicas en la calle 26.
El Instituto de las Artes.$18.000.000.
Tras meses de incertidumbre, la máxima autoridad cultural del Distrito, Yuri Chillán, escogió a la persona para tan potente cargo: Santiago Trujillo, comunicador y músico, es un tipo sensato, cuya idoneidad y capacidad parece estar a toda prueba. Permítanme sin embargo plantear mi modesta opinión: el Instituto debió estrenarse con alguien mucho más vistoso (y visible), pensando, sobre todo, que la institución nace con un acumulado de odios y desconfianza impresionantes.
El Museo de Arte Moderno. $16.000.000.
El cheque es completamente secreto, pero no dudo de que sea generoso. En los últimos años, Gloria Zea ha recibido palo parejo por su gestión, de parte de una camada de nuevos críticos y comentaristas, quienes murmuran, entre otras muchas cosas, que supuestamente una parte del jugoso presupuesto del MamBo se convierte por arte de magia en bonificaciones al salario de doña Gloria. Cosa que, por supuesto, no podrían confirmar tales afirmaciones temerarias.
Fundalectura. $16.000.000.
Uno de los mejores salarios del sector cultura es el de doña Carmen Barvo quien, además del sueldo, tiene club de fans y cofradía de detractores. Los primeros resaltan su pragmatismo y buen tino en las decisiones. Los segundos hablan de un cierto decaimiento de la entidad, fruto del cansancio del material. Por cierto: ¿qué hace que en cargos culturales las reelecciones sean legítimas y casi automáticas?
La Subgerencia Cultural del Banco de la República. $15.000.000.
Para nadie es un secreto que los salarios del Banco Central se pagan en pesos oro. Y bueno, a mí me parece que Ángela Pérez y su equipo se ganan su sueldo muy bien. Solo señalo un lunar: su máquina editorial está debilitada y eso hay que corregirlo pues el Banco fue otrora un muy buen –e importante– editor académico.
Ministerio de la Cultura. $15.000.000.
Para este cargo, el salario no es nada del otro mundo. Tan nada es, que creo que a la ministra le iba mejor en su antiguo empleo. Pero afortunadamente aceptó el cambio, pues debo decir que me gusta su talante antipolitiquero y el perfil más técnico y reflexivo que parece querer darle a la institución. Un perfil que desentona con el estilito de la anterior administración, a veces tan pendiente de la foto en el periódico, de las labores de lobby internacional y del posicionamiento personal.
La Fundación Gilberto Alzate Avendaño. $9.900.000
Ana María Alzate no recibe un salario digno de este top. Pero si pensáramos en la relación costo-beneficio de la gestión de esta funcionaria, posiblemente sería la más cara del sector cultural. Si juntáramos todas las críticas negativas y los escándalos que ha generado esta entidad durante el último cuatrienio, nos saltaría encima la evidencia de que incluso gratis habría sido derroche.
Nicolás Morales
12 comentarios
Me parece que todo el esfuerzo de Jursich se queda en desmentir certeramente las especulaciones de Morales y el asunto de fondo para mí sería, si es tan cierto como afirma rotundamemte el asalariado del feudo Mal Pensante que, EL PERIODISMO CULTURAL TIENE LA MISMA CREDIBILIDAD QUE LOS PRODUCTOS PARA EL CABELLO, generalzación, cosa tambien muy común en el periodismo, como escasa es la rectificación. que hace este ilustre periodista cultural a quien seguramente no le ha ido muy bien con sus tónicos capilares. Me pregunto que tan estable es la salud del periodismo cultural? Y es que una cosa es lo que ganan los funcionarios y burócratas de la cultura y otra lo que devengan los cargaladrillos comunicadores del quehacer cultural, cuando son independientes, que es como se le dice a los periodistas que nunca consiguen contratos laborales sino órdenes de trabajo.
Y alguien sabria decir cuales seran aprox. los salarios de los/las curadoras del mde11? Tratandose de un evento que pretende tanta horizontalidad, estaria muy bien que de manera transparente se justificaran los salarios de quienes lo organizan. Sera un imposible pero ya dicen que el encuentro ronda los miles de millones… y claro como siempre se puede caer facilmente en especular con el tema especialmente cuando otros especulan con el token «arte» y cultura libre: http://www.mde11.org/
Unhappy old man
En efecto es importante ser preciso tanto en la prosa como en los dígitos; veamos un ejemplo didáctico de las matemáticas de nuestros editores nacionales más importantes, y críticos de arte:
«Otro tanto ocurre con el Instituto Distrital de las Artes, a cuyo director, Santiago Trujillo, Morales le asigna el también fantasioso salario de 18 millones, cuando en realidad devenga $10’784.400 –es decir, ¡el 59.9% menos de dinero!–.»
10,784,000 equivale aproximadamente al 59.9% de 18,000,000 pero dista de ser el 59.9% menos.
Se trata de dos operaciones distintas. La primera (A) consiste en calcular el 59.9% de una cifra inicial. La segunda (B) consiste en calcular el 59.9% de la cifra inicial y restarla de esa misma cifra inicial.
Lo que Mario dice en la afirmación «¡el 59.9% menos de dinero!–.» corresponde a la operación (B) pero en realidad exhibe como resultado de esta afirmación la operación (A).
Por reducción al absurdo queda demostrado que los críticos de la imprecisión yerran tanto como los sujetos de su critica.
Pablo Batelli
Alguien se jala los pelos por lo que describe como señalamientos injustos y malintencionados, pero tengase en cuenta que el funcionario no recibe un sueldo raso y ya, el tiene derecho a viaticos y otros pagos por comision de sus funciones y otras arandelas que elevan el salario base. Estare haciendo de abogado del diablo pero talvez aqui se encuentre la razon del desfase indicado como omnimioso oprovio.
La típica colombianada y su angustia identitaria : que quién es ese (que no lo conozco), que dónde trabaja y cuánto le pagan? Una comparadera sin fin, inoficiosa. En últimas, un jueguito meramente social a ver quién tiene acceso a ciertos chismesitos picosos, quién resulta más conectado, ‘mejor gente’. Fastidioso Nicolás, tonto Mario, ponchorenteristas llamando a todas partes como cualquier periodista a preguntar por cuánto es el cheque.
De todas formas es muy triste corroborar que, el dinero, no hace nada más que desenmascarar un alma que ya está corrupta.
A nosotros los «colombianos», nos parece mucho dinero $11′, 18′, 25′; quizás no sea mucho en París, Nueva York, Tokio o un país del Primer Mundo; pero si comparamos con lo que la gran mayoría de colombianos ganan de salario rompiéndose el lomo, lsin que les alcance para vivir decentemente, la desvergüenza entonces no tiene nombre.
La Cultura, siempre será un asunto de élite; pero una verdadera Cultura nunca será carente de sobriedad.
Para entenderlo, basta con escuchar un poco de Opera hecha en Italia, y un poco de Opera hecha en Colombia: cosas muy distintas, hechas con las mismas herramientas, manejadas de modo diferente. Basta con escuchar, Hymn of the Cherubim, de Tchaikovsky, algo profundamente conmovedor y popular que no pide recursos económicos para poder ser lo que és, algo de la vieja Rusia precomunista y precapitalista.
Lo triste es ver cómo el gastar recursos económicos [¡qué importa si en salarios u otras cosas!], no hace casi diferencia
La mayor debilidad del artículo está en no afrontar preguntas importantes: ¿Cómo son nombradas las personas que ocupan los cargos directivos en las diversas instituciones culturales, incluyendo instituciones académicas públicas y privadas? Otra cuestión que no menciona y que generó discusiones en este espacio en el pasado: ¿Son estos cargos vitalicios? Y por último: ¿Trabaja el aparato directivo cultural en la recuperación de modelos de financiación derivados de conceptos como bienestar, ciudadanía, derechos, constitución, o nos encontramos frente a un grupo de personas asociadas implícitamente en un conglomerado que acoge y promueve eufóricamente (en secreto) el modelo de financiación y patrocinio privado de las instituciones culturales?
Si el establecimiento local consiste en nombramientos derivados de factores políticos, cargos vitalicios, y creciente financiación y patrocinio privado, no es escéptico afirmar que solo podrán observarse los siguientes efectos:
1. Deterioro de la función institucional y propensión a definir en un amplio sector social un tipo de artista adecuado a la forma deteriorada de esa función.
2. Exclusión y falta de estímulos y oportunidades reales para las generaciones más jóvenes, a las que se les ofrece la posibilidad de sobrevivir dentro de los cada vez más restringidos marcos de una deteriorada profesión docente, se los arroja a vivir en la condición de microempresarios de subsistencia o se los incita a pertenecer, a cualquier precio, al conglomerado de élite del sector cultural.
3. Desprecio por la experiencia de las personas que poseen cierto grado de formación (académica o no) o saberes adquiridos.
4. Deterioro del sentido de la formación académica. Cambio de intención y definición en las universidades: de la formación académica a la institucionalización de la instrucción académica (o adoctrinamiento laboral).
5. Fortalecimiento del sector privado y de su incidencia en las conciencias de las personas. Pérdida de la autonomía ciudadana y aumento de la uniformidad social.
Pablo Batelli
Me parece que no son tan escandalosos los sueldos de «la cultura», lo escandaloso, es el manejo de la otra plata; es más escandaloso ver lo que se hace con el dinero que se debería destinar para artistas pero termina circulando en las mísmas cabezas, que -de nuevo- son los mísmos dueños de la cultura. las mísmas instituciones. Y eso es monopolio.
Lo chistoso es que parece existir una generación que busca derrocar a la otra, queriendo hacer un cambio, un cambio mínimo, pues la mayoría aceptarían los jugosos puestos burocráticos, comiendo callados y jugando a lo mísmo. Yo que los conozco!
Independientemente del artículo en sí, lo interesante es la aproximación a este tipo de temas. Los periodistas culturales, en general, terminan siendo reseñadores de eventos y reproductores de opiniones oficiales o aparentemente irreverentes. Nada más. Y ya es hora de que se trabaje la verdadera investigación periodística en este campo. ¿Dónde están los reportajes sobre el tema? ¿Dónde están los informes especiales? Hay muchas preguntas rondando en torno a la transparencia y eficiencia de las instituciones culturales, pero su abordaje se limita a una sarta de epítetos en artículos de opinión, no a una indagación seria y correspondiente denuncia de lo que está pasando. Bienvenidos todos los textos que llamen a ejercer el control ciudadano sobre esas entidades.
Estimado ‘Control ciudadano’, aquí no hay ningún delito, ninguna irregularidad asombrosa, no es más que otro chisme bogotano que no le llega ni a los tobillos al de las señoras distinguidas que tenían burdeles con niñas de los mejores colegios, es decir, sus hijas. Envidia que le tienen a los ricos.
No entiendo a qué le llama «aquí»; no sé si se refiere al tema de los salarios, a las instituciones culturales, a Bogotá o a qué. Tampoco entiendo qué es una «irregularidad asombrosa». Pero precisamente para eso son las investigaciones: para salir de dudas; para comprobar si, como usted dice, estos temas sólo sacan a la luz la chismografía provinciana y la envidia por los ricos, o si, en efecto, «cuando el río suena, piedras lleva». En todo caso, la opción más inútil es el «deje así».
Aún con las impresiciones del periodista, siguen siendo salarios buenos en un país como éste. No se trata de atacar a quienes trabajan y son bien remunerados, se trata de nivelar no solo en la cultura sino en todos los ámbitos y ya que el país va «viento en popa» según el Gobierno…ser justos y repartir.