“¿Sabes dónde consigo hierba? Estoy en el paraíso, y aún no he encontrado”. El colombiano responderá con una leve sonrisa y sacando pecho. Sin importar cuántas veces al día critique o se burle de este país del Sagrado Corazón, en ese momento, hará honor a su soterrado chovinismo. Desde los conquistadores del siglo XVI que llegaron en busca de El Dorado, pasando por la fiebre del caucho (1879-1945) y la ‘bonanza’ marimbera (1976-1985), hasta llegar a la actual Locomotora del progreso, que ha consolidado el auge de la explotación minera, por un breve segundo, nos sentiremos orgullosos de ser colombianos, porque algo de nuestro territorio es preciado y buscado por otros, sin importar lo que esto signifique.
La idea del paraíso ha encubierto una larga historia de explotación y saqueo. Ese orgullo instantáneo, que aparece mientras indicamos al extranjero el lugar adecuado para obtener su pase al edén, es tan rápido que difícilmente se establece una relación entre el consumo y el territorio. En medio de esa fugacidad, no aparece un camino corto que permita relacionar la práctica individual con la política global. Todo se queda reducido al falso orgullo que ignora todo sobre el territorio. En el año 2012, Miguel Ángel Rojas realizó la exposición El camino corto, como una reflexión plástica sobre la relación entre el consumo de cocaína y el cultivo ancestral de la coca en Colombia. Ese mismo año, unos días antes, en Cuba se firmó el documento que dio inicio al Proceso de Paz. No hay un camino corto, ni entre la exposición y el comienzo de las negociaciones, ni entre la firma de la paz y el cultivo de la coca. El camino es, y ha sido, muy largo para los dos casos, y aún no se concluye.
Si no cultivas la mata que mata,
Cambiarán muchas cosas del campo,
desaparecerán los sembrados de minas,
se secarán los ríos de sangre,
cesarán las lluvias de plomo,
llorará la gente de alegría
se acabarán las noches oscuras,
regresarán los desplazados al campo,
crecerán cultivos más sanos.
La coca, la marihuana, la amapola matan.
¡No cultives la mata que mata!
Algunos aún recordamos el ritmo del gingle de esa campaña radiofónica de la Dirección Nacional de Estupefacientes, que sólo fue retirada a finales de 2010, por orden de la Corte Suprema de Justicia, después de dos años de circulación, durante los cuales se estableció un discurso que no diferenciaba la coca de la cocaína.[1] En La Habana se comenzaba un camino largo, mientras Rojas daba inicio a otro, al evidenciar el peligro de la satanización de una práctica ancestral, por medio de la construcción de obras que evocaban la multiplicidad de las tensiones que se ciernen sobre el territorio: el glifosato que ha erosionado la tierra y sus habitantes, los grupos armados que protegen los cultivos, el narcotráfico global, el microtráfico, las ollas en las ciudades, hasta finalmente, llegar a una pequeña dosis de consumo personal.
Con esta exposición, se dio inicio al camino largo del proyecto curatorial Selva cosmopolítica, liderado por María Belén Sáez de Ibarra, desde el Museo de Arte de la Universidad Nacional de Colombia. Dentro de este proyecto, han sido realizadas las exposiciones Selva cosmopolítica (2014) y El origen de la noche (2016), curadurías con las que se ha planteado una mirada crítica sobre la Amazonía, en tanto territorio geopolítico de interés global que intenta resistir al caduco modelo de desarrollo extractivista que, pese a todo, aún es promovido por el POTUS actual.[2]
En el catálogo se presenta un fragmento de Los guardianes de la sabiduría ancestral de Wade Davis en el que advierte sobre el peligro que supone la pérdida de la etnósfera: todo el conocimiento ancestral indígena vinculado al territorio en tanto cosmogonía. En esa línea de desarrollo, Saez afirma:
Es una tragedia para toda la humanidad cada vez que muere una lengua o una costumbre atávica que incorpora y persevera en la fuerza de la vida. Es una tragedia cuando se apagan en la conciencia de alguien o de un pueblo la visión de las entidades que son dueñas y creadoras de la vida. Es una caja cósmica que se cierra y una posibilidad menos de lograr un equilibrio que nos dé una esperanza.
Además de los textos de Sáez y Rojas, se incluye la narración Cómo se forma un mambeador del Abuelo Gaïduama, junto a varios de los poemas que en 1982 acompañaron la exposición Amazonía: naturaleza y cultura. Así como en el catálogo, a la Selva cosmopolítica han sido convocados agentes culturales de diferentes disciplinas –indígenas, artistas, biólogos e investigadores–, con el objetivo de evidenciar la existencia de comprensiones mucho más complejas y profundas de este territorio, ya sea desde el conocimiento tradicional, la investigación académica, la aproximación plástica o la agencia política. Esto ha supuesto el desarrollo de un trabajo interdisciplinario que ha ampliado las fronteras del museo, puesto que ha incluido discursos que no eran reconocidos como parte del campo artístico.
Esta apertura puede significar la inauguración de un nuevo estadio para los espacios de arte en el país, siempre y cuando, las discusiones promovidas desde el Museo lleguen a configurar una esfera pública, en la que el espectador supere el acostumbrado acto de contrición, posterior a la visita a exposiciones que evidencian las fisuras políticas, para asumir el poder su ciudadanía. Si no llegamos a construir ese espacio de agencia, los museos continuarán condenados a perpetuar su papel decimonónico: conservar las reliquias del pasado. Ojalá, la descripción minuciosa del montaje de las obras de Miguel Ángel Rojas, incluidas en el catálogo, no se conviertan en el punto de partida para la recreación de escenarios selváticos, en un futuro no muy lejano, cuando el Amazonas haya desaparecido. Ese será el futuro apocalíptico, si no somos capaces de reconocer que, más allá de la jugosa despensa de materias primas que le hace agua la boca a las multinacionales –luego del repliegue de las FARC–[3], el Amazonas es un territorio cosmogónico global que, pese a todas las transgresiones que ha soportado, continúa preservando una parte de nuestra memoria como humanidad.[4]
Aquí, los caminos largos se cruzan, aunque cada cual tenga su destino. Mientras los críticos del Postconflicto argumentan que será imposible consolidar la paz debido al aumento del cultivo de coca,[5] se evidencia la timidez del acuerdo al que se llegó al respecto, pues no cambia en nada el modo institucional de comprender la planta. De manera que la responsabilidad de esa comprensión profunda del territorio, le queda a la cultura, un camino largo que solo podrá continuar si construimos una esfera pública en la que reconozcamos nuestra capacidad de agencia cultural. Quizás, sólo así podamos aspirar a que un día dejemos de satanizar y lleguemos a consolidar políticas claras como en Uruguay y Bolivia.
Laura Rubio León
[1] En el libro Ciudadanías en escena: Performance y derechos culturales en Colombia, se incluye el capítulo Coca, Coca-Cola, cocaína: Manejos culturales de una hoja, en el que, desde diferentes perspectivas, se plantea esta reflexión.
[2] En su columna de la Revista Semana del 11 de agosto de este año, titulada Es la coca, estúpidos, Alfonso Cuéllar plantea un recorrido histórico al respecto.
[3] El 5 de julio de este año, el portal La Silla Vacía Publicó el artículo El impacto ambiental de la salida de las Farc, en donde se realiza una aproximación respecto a la paradójica función de conservación que ejercieron las FARC durante el conflicto, y cómo luego de la firma del proceso de paz, estas regiones han quedado expuestas a la explotación y el saqueo legal e ilegal: http://lasillavacia.com/historia/el-impacto-ambiental-de-la-salida-de-las-farc-61592
[4] Por supuesto, la idea de desarrollo extractivista y explotador se extiende a todo el territorio nacional. En el artículo El 46% de los ecosistemas de Colombia están en riesgo, publicado por El Espectador el 15 de agosto (http://www.elespectador.com/noticias/medio-ambiente/el-46-de-los-ecosistemas-de-colombia-estan-en-riesgo-articulo-708252), se presenta la situación de peligro en la que se encuentra el país. Aunque la zona amazónica es presentada en verde como ‘preocupación menor’, rápidamente podría aparecer en rojo como en la Guajira donde la explotación carbonífera de la empresa Carbones El Cerrejón, propiedad de las compañías Anglo American, BPH Billiton y Glencore, ha asegurado la privatización de las fuentes hídricas además de la contaminación por mercurio (http://www.elespectador.com/noticias/medio-ambiente/el-panorama-colombiano-en-el-dia-mundial-del-agua-articulo-685772).
[5] Desde el artículo La coca se dispara de la Revista Semana (http://www.semana.com/nacion/articulo/coca-cultivos-alcanzan-la-cifra-mas-alta-en-la-historia-de-colombia/517424), la carta enviada por el senador Álvaro Uribe Vélez al Congreso de Estados Unidos en abril de este año (http://caracol.com.co/radio/2017/04/16/politica/1492354210_546617.html), pasando por las columnas de Mauricio Vargas Linares (La mata que mata y Coca y zonas veredales), el análisis académico hecho por Daniel Rico (http://www.semana.com/nacion/articulo/experto-en-narcotrafico-daniel-rico-critica-politica-de-cultivos/517393), hasta los artículos La coca, el Estado y la tierra y La papa caliente de la sustitución publicados en Colombia 2020 de El Espectador (http://colombia2020.elespectador.com/opinion/la-coca-el-estado-y-la-tierra y http://colombia2020.elespectador.com/pais/la-papa-caliente-de-la-sustitucion), han aparecido diferentes matices frente al problema de narcotráfico y el cultivo de la coca, los cuales deben ser analizados en su justa medida dentro de la esfera pública.