Tweet de Fernando Escobar, curador de Artecámara 2016. En él reitera que una obra que hablaba de ejercicios de violencia simbólica en democracias de mentiras, fue objeto de –qué vaina–, violencia simbólica. En ese momento no se sabía el nombre de la artista/curadora a que hacía referencia de manera críptica. Luego sí.
A pesar, o a consecuencia de, un cubrimiento mediático digno de evento del postconflicto, sobre la última feria de arte de Bogotá no se supo casi nada (que valiera la pena). Para hacerlo había que ir a las redes y saber si hubo o no inauguración (y ver fotos de VIP borrachos desde temprano), si hubo o no participación del público (y ver fotos o comentarios sobre borrachos asiduos del manoseo de obra), si hubo o no aceptación (y ver likes por todo) o incluso si se lanzaron acusaciones de plagio en premios de arte joven (y ver comentarios tipo guiño-guiño que dejarán bien parado a quien criticó). De hecho, lo que menos se comentó en los medios de creación de consenso fue que esta edición tuvo quizá el mayor número de intervenciones espontáneas en lo que va del encuentro.
Estas se concentraron originalmente en la apertura y luego hubo una durante la feria. En primer lugar, se ubica la adición de dos letras al “logo” del certamen, por parte del colectivo Don Nadie. Por su carácter, esta fue una acción no tanto dirigida contra la integridad de un objeto que hacía parte de la muestra, como hacia la representación de su estructura administrativa. Su énfasis estaba puesto en el deseo de obtener la atención de parte de las autoridades. No tanto de las que monopolizan el uso de la fuerza, como de las de la Feria. Se hablaba no para la esfera pública, como para la esfera exclusiva del campo del arte: “actitud parecida a la de María Paz Gaviria quien a pesar de los llamados de todas las partes, convenientemente nunca respondió y de pronto para bien de todos.” Las otras dos manifestaciones de amor/odio hacia el arte contemporáneo que siguieron tuvieron que ver con la ingesta de alcohol: un ebrio revolcó el ordenamiento de objetos dispuesto por la artista Viviana González y otro se acostó sobre la cama de la obra de Juliet Sarmiento para sacarse un selfie (ganadora del Premio Artecámara).
Días después se dio la tercera y última mediación respecto a un performance. En este caso, de la artista Ana María Montenegro. Allí, Natalia Valencia, artista y curadora colombiana que también hacía parte de la programación de presentaciones en vivo, detuvo y exigió la finalización inmediata de la obra, pues sentía que “interrumpía el sonido de la conferencia a la cual yo estaba asistiendo en el Foro en ese momento.”
Está claro: la gente adora –y se adora en– ArtBo. Tanto que es el nuevo ágora de configuración del campo artístico. De hecho, la repetición de encuentros arte-espectadores en su interior da cuenta de que se ha convertido en EL lugar de manifestación pública sobre las artes. No obstante, el asunto no deja de relacionarse con el hecho de saber qué tipo de manifestaciones se dan, que vayan dirigidas contra cuál tipo de obras o qué artistas. Luego de hablar con Fernando Escobar sobre el cuidado que mucho tuvieron este año por meterse con las piezas de los artistas jóvenes, encontramos la llamativa presencia de tres índices:
1.- El mayor número de adiciones de contenido se dio durante el momento de los invitados exclusivos. Fueran coleccionistas, compradores en potencia, lavaperros, críticos, artistas o estudiantes de arte; quienes más se emocionaron con los objetos exhibidos lo hicieron siendo parte de una población de acceso restringido.
2.- La gente sólo fastidió obras en Artecámara. Sin descuidar el hecho de que no se trató de actos deliberados, Escobar encuentra este factor más cuestionable que el anterior, sobre todo por sus implicaciones sociológicas: ¿qué pasaría si alguien agrediera una obra en la sección de cosas a la venta? ¿qué valor de impunidad se sabe que existiría si alguien se bota sobre la obra de una artista sin amplia trayectoria (aún)? ¿quién habrá de demandar si el agredido es un artista que recién ingresa al campo, haciéndolo como parte del eslabón más débil de la cadena de producción de valor de ese mercado? En esto, la actitud de relajamiento se revela como puro desprecio: precariza (más) al ya precarizado.
3.- Sólo se atacaron obras de artistas mujeres. Este no es un país misógino, un poquito atrabiliario, pero misógino no. Y puede que, otra vez, se hubiera tratado de actos aislados, que, al sumarse muestran esa repetición.
Es más, esa repetición da cuenta de otra cosa. Ya no que –para bien o para mal–, el arte contemporáneo del país se defina en un recinto ferial durante cuatro días de negociaciones a la maldita sea, como que al campo artístico y sus actores adyacentes les importa hacerse oír en clave de conflicto latente dirigido hacia fines más bien prosaicos: hacerse ver, hacerse notar, hacerse likear. Queda por saber para qué se muestran, gritan y postean.
La gente adora –y se adora en– ArtBo.
–Guillermo Vanegas
3 comentarios
Me gustaría saber en qué se basa Guillermo para afirmar:
«Este no es un país misógino, un poquito atrabiliario, pero misógino no»… ¿O es sarcasmo?
Lo es.
De acuerdo con Luisa Ungar, no es sino ir a los distintos espacios de Bogotá para ver que el número de mujeres exponiendo no llega ni al 30%… Es como si se estuviera acatando la cuota estatal de participación de mujeres, pero en la escena «progresista» y «radical» del arte contemporáneo.
¿Será que se sigue pensando que todo lo que hacemos las mujeres es cosa de «señoritas»? sin valor crítico y sin contenido?