Recientemente, Halim Badawi publicó en revista Arcadia un artículo titulado “El Gran Inquisidor del Arte” el cual goza de mucho interés por ser inteligentemente estructurado en torno a la figura de Laureano Gómez y su desafortunado escrito periodístico del año 1937 “El expresionismo como síntoma de pereza e inhabilidad en el arte”.
El texto de Laureano Gómez bien hubiera merecido el olvido si no se tratara de un dignatario con talla de expresidente y si no fuera por la recurrente mención que se hace, en las aulas universitarias, de las ligerezas que, en materia estética, puede tener un político conservador tan evidentemente ajeno al mundo de las artes.
En el artículo de Badawi se muestran las coincidencias entre la persona de Laureano y el nacionalsocialismo alemán y se denuncia el contenido del texto de Gómez con el fin de probar que la intolerancia en torno a ciertas modalidades artísticas siempre va teñida de oscurantismo, moralismo y de una definitiva cortedad intelectual. Badawi trae al lector momentos en los cuales el político conservador ejerce su poder para censurar y clausurar las exposiciones de la pintora Débora Arango.
No obstante, tras el artículo de Laureano Gómez se esconden tres posibles interpretaciones sobre las cuales versarán estas páginas:
La primera referida a la historia de la censura y las influencias indebidas de la política en el arte; la segunda interpretación que muestra la aparición de las ideas nazis en el arte colombiano y la tercera que ve, en la reiterada cita al artículo de Laureano, las ganas de una institucionalidad artística de revestirse con las galas de la libertad.
Los usurpadores de la vitrina y el escultor abortado
Atendiendo a la primera interpretación se puede decir que con Laureano Gómez no inicia, ni acaba, la historia de la censura artística en Colombia y que episodios más hostiles se pueden hallar en la influencia de la CIA a través del Museo de las Américas de la OEA y José Gómez Sicre quienes dirigieron buena parte de la actividad crítica de Marta Traba quien, a su vez, favoreció a los artistas estrictamente formalistas y apolíticos en contraposición de aquellos que no lo eran. La idea de la CIA de desideologizar al arte y excluir a los artistas de izquierda fue aplicada a rajatabla por Marta Traba. Posteriormente, cae en los brazos del comunista Ángel Rama y a causa del intercambio de conocimientos aparecen las divergencias ideológicas de Traba con Gómez Sicre. La crítica Marta Traba es, finalmente, expulsada de los proyectos de apaciguamiento cultural y político norteamericano por las mismas razones por las cuales ella misma excluyó a varios artistas de las opciones de difusión cultural de la época.
Otro tanto puede decirse de la exclusión de artistas llevada a cabo por la dirección de Artbo o por los directores de los eventos sucedáneos del Salón Nacional de Artistas que ya han expulsado a la pintura y escultura de manera que, desde su vitrina, Colombia ya no es nación de pintores sino sólo de artistas conceptuales. ¿Estarán prefabricando arte al igual que antaño lo hizo Gómez Sicre? No lo sabemos… pero, al parecer aborrecen el contraste.
No debe apuntarse a la historia del extraviado Laureano si se desea hallar el más agresivo y reprobable de los acallamientos artísticos sino que se hace menester observar la censura que se hace contra las generaciones futuras. Por ello debe indagarse en los cambios de los pensum de las facultades de arte y allí se encontrará el verdadero amordazamiento institucional contra los artistas; pues la desaparición de materias del pensum artístico, ocasiona el silenciamiento de un idioma visual y de una poética. Se destruye más fácil al escultor induciendo su aborto artístico mediante la clausura de la clase de talla y modelado, que cerrándole una exposición que posea mérito profesional.
El suculento plato de pescadito envenenado
Volviendo al artículo de Laureano Gómez, su segunda posible interpretación consiste en que allí aparecen las ideas artísticas nazis, en el territorio colombiano.
¿En qué reside la importancia académica de traer a flote las ideas estéticas de un régimen dictatorial tan reprobable? ¿Es posible sacar de este pez globo del arte nazi alguna pieza de carne que no envenene? ¿O, dado que un fugu mal preparado envenena, es necesario exterminar de los mares al pez globo? ¿Cómo tasajear al pez globo para excluir sus toxinas y poder degustar un delicioso fugu que no aniquile?
Ese es el problema que han enfrentado con gran valentía historiadores como Eric Michaud autor de “La estética nazi” y Peter Adam quien escribió “El arte del Tercer Reich”. Se trata del mismo problema que se enfrenta en estas palabras que esperan a un lector agudo y benévolo.
Laureano no hizo esa distinción entre la carne y el veneno y fue intoxicado gravemente.
Muchos son los historiadores del arte que consideran que sin la comprensión cabal del arte nazi y el arte del realismo socialista, la visión de una parte amplia del arte del siglo XX queda reducida a una apología ingenua del arte norteamericano y sus epígonos de diferentes latitudes.
Por otra parte y haciendo algo de indebida historia contrafactual es posible decir que si los aliados hubieran perdido la guerra, no sería posible ver el arte norteamericano sino detrás de una nube radiactiva o tras la sangre de un gulag soviético. Sin embargo, aquí se tratan de ver las ideas estéticas nazis sin concentrarnos en el innombrable holocausto, esto es, sin querer acusar a Leonardo de los crímenes de Lorenzo el Magnífico.
Mejor ir a la fuente que conocer las ideas nazis desde lo que Laureano creyó que eran; sin perder de vista que en Laureano se hallaba mucho menos un nazi que un contradictor compulsivo del liberalismo en todas sus facetas, incluidas las artísticas.
El contexto cultural colombiano de los inicios del siglo XX es reflejo de los movimientos nacionalistas y las preocupaciones raciales que se dan a nivel orbital, sin pasar por alto el nacionalismo de izquierda de los bachués, Gómez Jaramillo y los indigenistas en oposición al nacionalismo de derecha de Miguel Díaz Vargas. El artículo de Laureano tiene que ser leído inicialmente, en esa esfera de investigación que señala la equivalencia que el político conservador hacia entre el expresionismo y el liberalismo.
Lo primero que se halla en las páginas estéticas de Laureano es el señalamiento de que existe un arte degenerado y que ese arte corresponde a patologías, incapacidad, pereza e ignorancia; en esas líneas, Laureano coincide con opiniones bastante refutables de los nazis quienes se hubieran evitado esa vergüenza si hubieran ojeado el libro de 1908 del alemán Wilhelm Worringer “Abstracción y Naturaleza”. Pero eso es sólo un supuesto.
No obstante, la simplificación burda que hace la posguerra de las ideas nazis sobre el arte se ve matizada por los nuevos estudios sobre el tema y por la continua aparición de documentos de época que enriquecen el panorama histórico y dan vía a conclusiones un poco menos ligeras.
Esas indagaciones históricas se dificultan grandemente debido a la férrea censura que se ejerce contra el arte nazi al cual se concede un valor perjudicialmente ideológico pero no se lo ve como el documento artístico e histórico de una época puntual.
Por ejemplo: En reciente publicación, la Deutsche Welle referida al descubrimiento de dos caballos de Thorak y un relieve de Arno Breker por parte de la policía alemana se pregunta el periodista “¿Qué hacer con el arte nazi?” y la respuesta absurda y oficial es que se podrán exhibir como monumentos históricos pero no como arte. Igual existe la prohibición en las más famosas casas de subastas de comerciar con arte nazi y arte del realismo socialista. Así las cosas, el estudioso de estos asuntos tiene serias privaciones documentales porque los rastros están contaminados por la “visión del vencedor”, o debido a que los documentos originales son escasos o ya porque sobre el investigador, posiblemente, surja el epíteto de ser nazi. Así las cosas…
Uno de los más importantes discursos de Hitler sobre arte, aunque con el veneno de la intolerancia, señala su profunda admiración por el arte maya y habla de la importancia que para el actual pueblo mexicano tiene el mirarse en esos monumentos y obras maestras. Sostiene Hitler que en esas formas artísticas monumentales el pueblo encuentra sentido de valía propia y fuerza para las dificultades que ofrece el porvenir
http://socialismoeuropeo.blogspot.mx/2006/06/discursos-de-adolf-hitler-sobre-arte.html
Hay bastantes contrastes a la simplificación nazi: Hitler era gran admirador de Blancanieves y copiaba dibujos de Disney, afición compartida por Goebbels. También se sabe que en el proceso de quema de arte degenerado los jerarcas nazis rescataban piezas que tenían valor internacional y las vendían en el exterior para patrocinar a los artistas nazis. Igualmente, es conocido que el pintor de la familia Goebbels, según Peter Adam, era el expresionista Otto Dix. José de Vasconcelos, el celebrado ministro de educación mexicano a quien se atribuye el impulso dado al muralismo, fue patrocinado también por los nazis. Como en toda posguerra, el derrotado suele verse más cruel e imbécil de lo que en realidad fue.
No se puede atribuir a los nazis el interés desmedido por los factores raciales aunque si se puede acusar su chauvinismo y discriminación criminal. Las obras de Hena Rodríguez, Ramón Barba, Acuña, Rómulo Rozo y demás hablan del interés en la particularidad racial. Y los imitadores de las formas nazis también estuvieron en nuestra plástica encabezados por Sergio Trujillo Magnenat.
Todo lo anterior no quiere decir nada en contra de esos magníficos creadores colombianos sino que simplemente habla de las influencias y los intereses de época que sin prejuicio fueron compartidos por personas de diversos puntos del globo ya por simple irradiación cultural alemana o ya por intervención directa de creadores nazis como lo sucedido en la Turquia de Ataturk.
Hay que señalar que, en esta sección del escrito, se intentan explicar algunas pocas ideas nazis sobre el arte sin el ánimo de aplaudirlas o repudiarlas sino simplemente tratando de mostrar su naturaleza y motivaciones.
Las ideas nazis tienen vocación por el orgullo nacional, por lo monumental, por mostrar a un ser humano consciente de su papel social, y no hace un culto desmedido de la individualidad sino de la voluntad y el interés colectivos.
En cuanto al comercio de arte nazi, Peter Adam asegura que los artistas de la Alemania Nazi ponían un precio a sus obras que correspondía a su tiempo de elaboración y experticia, y el estado subsidiaba buena parte de ese valor con el fin de que el trabajador pudiera llevar a su hogar alguna pieza de arte porque entonces el cuadro estaba a su alcance. El arte era para enriquecer culturalmente al pueblo y no sólo para grupos minoritarios, así que el deber del estado era fomentar la creación y ponerla al alcance económico de las personas trabajadoras.
Quizás un economista o un experto en mercadeo puedan señalar los beneficios o errores de ese tipo de injerencias estatales. O puedan decir si el actual sistema selectivo de promoción de artistas (Que es más una promoción internacional de curadores y funcionarios de las artes plàsticas) para ser expuestos en Kassel o Venecia reporta beneficios económicos más eficientes.
La estética nazi aseveraba que “el arte se debe a su pueblo y no a su tiempo” es decir, un artista puede optar por observar cuidadosamente las necesidades de su pueblo y ajustarse a ese sentir y a esas aspiraciones de modo que, al proyectar su entorno, se identifique en su nación y su nación se identifique con él.
Para el nazi, el sistema según el cual “el arte se debe a su tiempo” implica la obligatoriedad de ser vanguardista, convierte al artista en una persona que siempre va a estar atenta a las innovaciones propuestas como “avance” desde algún centro específico de poder. En palabras de Goebbels son viles y cambiantes esclavos de modas parisinas.
Para los nazis, el ser humano debería ser representado en la plenitud de sus condiciones porque del arte se deriva buena parte de la educación anímica de las personas. Ajustado a lo anterior, el observador debe hallar en las obras la fuerza que necesita para las múltiples dificultades de la vida y la historia.
Muy ejemplarizante del párrafo previo es el argumento bajo el cual se tratan de destruir obras de algunos expresionistas porque vulneran la moral combativa del ejército y el pueblo. Lo anterior, visto bajo la óptica actual resulta un error patente; pero al mirar hacia esa época de ambiente ideologizado y bélico más un vecino con las calidades humanas de José Stalin, es posible pensar que, por lo menos circunstancialmente, los nazis tenían una gota de razón.
Los aplausos hacia el comunismo, emitidos desde la Bauhaus, y no sus planteamientos de diseño industrial y arquitectura son lo que, en realidad, desató el cierre de esa escuela y la diáspora de sus maestros. La prueba de ello es la carta en que se ordena su clausura y la famosísima fotografía de Hitler sentado en una silla Bauhaus.
Por temor a extender en exceso el artículo, hay que detener la enumeración y explicación de esas numerosas ideas nazis que contrastan a las actuales doctrinas estéticas que rigen las artes e igual sucede con las ideas del realismo socialista que son mucho más abundantes y contrastantes; y es importante estar advertido de que, al ser aguas turbulentas, el historiador debe evitar traer inutilidades y venenos como los retomados por Laureano, no vaya a suceder que beba la cicuta de Stalin o muerda el cianuro de Hitler.
Para finalizar esta segunda parte, se reitera que esta riqueza de matices y profundidades históricas no se hallan en el extenuantemente citado artículo de Laureano sino que fue necesario revisar una biografía más extensa.
Las temibles consecuencias de no saltar por el aro
Haciendo un paréntesis y ya que hablamos de un conservador feroz como Laureano, Antoni Tapies cita el momento en que el dictador Francisco Franco es acompañado por uno de los comisarios de una exposición con múltiples tipos de pintura y que contaba con artistas de la abstracción. El comisario le advierte: “Su Excelencia, el siguiente salón de la exposición es de artistas revolucionarios” Franco apresura el paso y al mirar detenidamente las obras abstractas, sonríe y dice, alzando los hombros: “Si así son las revoluciones…”. Ese paréntesis a propósito de aquello considerado conservador en las artes.
La tercera posible interpretación al artículo de Laureano Gómez lo circunscribe en un discurso mayor que defiende al establecimiento.
Los errores conceptuales de Laureano Gómez son el látigo para condenar a los disidentes que no creen que estamos en el final feliz del arte colombiano, son la cámara de tortura a la que son internados los ateos que no creen en la transfiguración del objeto en arte por simple aprobación de la institucionalidad, y por supuesto también hay dolorosos silicios que buscan el arrepentimiento y la penitencia de quienes creen en las bondades de la perspectiva, la anatomía y demás puntos de partida que constituyen herramientas cotidianas de la historia del arte. En el potro de tormentos de Laureano suelen poner a esas personas que creen que el oficio es patrimonio cultural y que ven con horror que una sola vertiente estética haya monopolizado academias y aparatos culturales estatales y que reclaman que el estado no sólo se dedique a la promoción de artistas conceptuales.
“Todos deben saltar por el aro si no desean parecerse a Laureano y a los nazis” parece rezar la conclusión universitaria tan reiterada por profesores y críticos. Y nadie quiere ser “Laureano” o “Nazi” o peor aún, la incorrección política del mundillo de las artes de ser “Conservador y tradicional”.
Dentro de las falacias argumentativas existe la denominada “Hombre de paja”. Sin que sea menester acudir a grandes fuentes veamos la definición que al respecto tiene la humilde Wikipedia:
“La falacia del hombre de paja o del espantapájaros es una falacia que consiste en caricaturizar los argumentos o la posición del oponente, tergiversando, exagerando o cambiando el significado de sus palabras (del oponente) para facilitar un ataque lingüístico o dialéctico.1 Su nombre hace alusión a que el argumentador no combate los argumentos contrarios, sino una imitación falsa y vulnerable de los mismos (el «hombre de paja») a fin de dar la ilusión de vencerlos con facilidad”
Como buena parte del discurso del arte actual está constituido por falacias argumentativas, es lógico que, ante tantas preguntas importantes y contrarias al establecimiento artístico colombiano, resulte neuronalmente más económico, despachar esos cuestionamientos trayendo a colación a Laureano que dando solución satisfactoria a lo que justamente se critica.
Es mejor ignorar al disidente y acusarlo de ser como Laureano, ese gran hombre de paja.
Advertencia final:
¡¡¡Maldiga Changó a quien acuse de nazi a esta carne morena!!!
Gustavo Rico Navarro
Guadalajara 2016