Pedro Pablo Gómez nos ha alertado. Parece preguntarse: ¿cuáles son las reglas que gobernarán al arte en la época de la anarquía económica que introduce la veleidad de los mercados? Pregunta ingenua porque nadie del mundillo del arte cree en la regla, por lo tanto, nadie percibe en ella algún problema, cualquiera que ella sea. El mercado, por su parte, sólo cree en la mano invisible. El mercado tiene su metafísica, a pesar de todo; esta metafísica puede fundamentar el arte para el mercado.
Excepto el maestro Ricardo Arcos, nadie sintió el nauseabundo olor de la propuesta del BID. El arte parece haber asumido, finalmente, que duele menos decir lo que conviene que irse en contra de la corriente, de la popularidad, así apeste. Si es popular es arte, la legitimidad la otorga la popularidad, nunca los discursos elitistas: ¿no esto lo que promueven los artistas contemporáneos en su controversia con el llamado arte culto?
El arte dejó de ser político hace mucho tiempo, por lo tanto, es innecesario que el BID se exponga a las críticas de lectores atentos, como Pedro Pablo Gómez. Al arte nunca le ha interesado la verdad, no veo por qué alarmarse con esta convocatoria para salón cortés. La verdad no es asunto del arte, es demasiado vulgar y maloliente; molesta la delicada nariz de los artistas. Por más virtuoso que sea un artista no podrá cambiar esta condición que arrastra la verdad. En el pasado, la verdad fue asunto de los filósofos, hoy es salón de juegos para los periodistas. Son éstos quienes tienen la potestad de realizar bellos cuadros para las galerías.
El filósofo y el periodista se prestan para realizare el trabajo sucio: mentir sobre la mentira y construir sobre ella verdad: es un principio matemático: nunca falla. Más vergonzoso para nuestro país que los ataques de El Capital a la Justicia colombiana, es la ausencia de un periodismo independiente de las grandes empresas que se están lucrando con este régimen económico. Lo mismo acontece con la producción artística: los artistas críticos despotrican del dinero burgués y de sus instituciones, pero se los gozan, se los busca para venderse como sea. Después de todo, el artista contemporáneo no es ingenuo; sabe que ésta es la consigna de la época, que si no vendes, no te adaptas, y que si no te adaptas, desapareces. El artista sabe Darwin no ha sido refutado.
Paris Hilton ha proporcionado el modelo para el periodismo y para las artes que hoy padecemos en el país. Las artes también tienen sus súper rubiecitas y glamorosas niñas RCN. Las Niñas Vogue de la televisión colombiana es el ideal de las artes en Colombia. ¿Hay alternativas reales a este modelo? ¿Puede el arte volverse político, como sugiere Pedro Pablo Gómez, y los artistas emprender una campaña para reivindicar el nombre de nuestro país y el del arte colombiano, para que ni los periodistas, ni los artistas, ni los filósofos, ni los artistas-filósofos, digan más mentiras sobre las mentiras, –para que le ofrezcan a los ciudadanos y ciudadanas colombianos alternativas interpretativas de reflexión?
Madame de Pompadour me dice ahora que quiere matizar el asunto de la vergüenza. Con seguridad quería referirse a la que expresamos hoy muchas colombianas mediante la expresión, ¡país de mierda! Madame lo ha expuesto en otros términos, esta escribiente es menos delicada. Con ese gracioso acento que hace que su delicada lengua sea tan apetecida, me ha preguntado: ¿por qué a los colombianos os choca tanto la norma? ¿Por qué le sacáis tanto el fuste? Le respondí ingenuamente: porque los colombianos tenemos la misma convicción de Joseph Beuys, el que todos somos artistas.
Le he explicado a Madame, que ésta es nuestra manera de ser, lo que llaman ahora la cultura; que nuestro modus vivendi y operandi es el desorden que introducen los procesos creativos; que todos le sacamos partido a este nauseabundo estado de cosas, porque todos nos hemos lucrado de algún robo menor, de la copia de alguna imagen o de algún pensamiento lucrativo. Le dije que nuestra laxitud moral no puede tener otra explicación: todos se tapan con la misma cobija. Así se refieren a sus dirigentes las clases populares, le explique a Madame. A ninguno de nosotros nos conviene que se respete la norma o la ley. Por eso, los más populares –los duros, dicen los jóvenes– en nuestro país son los que se birlan las normas y las leyes.
Madame de Pompadour
2 comentarios
No existir para, El mercado, es el Infierno contemporáneo. Si se tiene algún tipo de mercado (local), puede ser como El Purgatorio. Entonces, ¿es el Cielo, El Mercado..?
En el nuevo Orden Mundial, la Globalización, nos acomoda como algo casi inexistente: dicen que el mundo no se define desde Africa ni América Latina. Lo dicen las fuerzas económicas (el poder político de hoy)
Esta es la la divina comedia de ahora, porque el Estado-Nación, se halla en vías de extinción, (¿ya se extingió..?), mas no así las almas.
El concepto, Patria, puede ser ante muchos, anacrónico, quizás por lo abusado ahora, que da temor; pero la realidad que se vive en cada territorio, nos liga irremediablemente a un suelo en el que, como el de Colombia, nos da un sentido de pertenecer a algo así llamado; con una característica triste, entre otras, pero no única, aunque muy notoria: carecer, el hacer parte de una «casta», cada vez más desposeida.
Es una lástima que no se pueda hablar de ello sin ser tenido por tonto, al hacerlo desde afuera de los políticos de profesión, u opinión; ser negado por el oficialismo en todas sus manifestaciones, públicas y privadas.
¡¡Que se haga arte!!
¡¡Que el BID haga su convocatoria!!
Eso sí: será muy bueno poder ver qué hacen los artistas…
Porque, ¿Quién puede evitar que alguno de ellos (¡ingénuo de mí!), les meta gato por liebre..? Es la alternativa de los condenados, aunque la tomen por «terrorismo»….
¿Cuándo en la vida, ha sido distinto para nosotros..?
La urgente necesidad de intercambio de ideas no solo se advierte en la movilización discursiva, sino también en la labor creativa bajo líneas que no obedecen a reglas hegemónicas. Tal vez sea necesario orientar ejes de lectura que demandan frente a la obra crítica una apuesta hacia el terreno del trabajo de inscripción más allá de las narrativas modernistas. Una verdadera labor crítica demanda un potencial reservado al dominio de un activismo que denuncie la manipulación institucional, en busca de una efectividad dada más allá de la seguridad y del control. La vulnerabilidad de los sistemas de control requiere el desmantelamiento de “verdades” modernistas, a partir de la información que tenemos a disposición, como arma que debe implicar una cobertura mediática hacia nuevos territorios conceptuales.