A partir del comentario de Ricardo Arcos, podemos continuar la reflexión sobre lo que hemos considerado el arte inofensivo. Esta no es la primera ni será la última vez que una institución, de manera explícita, trate de imponer las «reglas del arte», no como los procesos de ordenamiento y distribución de capital simbólica del arte, en el subcampo de producción restringida (Bordieu), sino desde afuera, desde la determinación del marché, en donde el capital económico está por encima de capital simbólico. Ahora bien, ese proceso de determinación externa sobre el arte -que por cierto nunca ha sido una esfera completamente autónoma- puede considerarse como algo propio de los procesos de intercambio propios de la sociedad capitalista contemporánea, o por el contrario como un proceso de usurpación simbólica, como lo ha denominado el antropólogo ecuatoriano Patricio Guerrero.
La usurpación simbólica es el proceso mediante el cual el poder se apropia de un recurso material o simbólico que no le pertenece, sin tener siquiera derecho a ello. Dado que se trata de un hecho ilegítimo, continúa Guerrero, este proceso se ejerce por medio de mecanismos de violencia material o simbólica, o a través de mecanismos de seducción. ¿La mencionada bienal es entonces un proceso de violencia simbólica, de seducción económica por medio del fantasma del dinero, o un abierto desafío a lo que queda de autonomía en el campo del arte, que se resiste a aceptar ser subsumido por la lógica del mercado?
Además, hay que tener en cuenta que la usurpación simbólica puede entenderse como un proceso de vaciamiento de sentido; en otras palabras, de reducción del símbolo -caracterizado por ser una región de multiplicidad de sentido- al signo mercancía que transforma las dimensiones de la realidad provocando su ficcionalidad y virtualización, el triunfo del significante sobre el significado. Todo esto en un proceso perverso que desde la positividad y el valor pretende ser el principio de la totalidad del sentido cuando lo que en realidad busca es el vaciamiento del mismo, haciendo posible la ideologización de los discursos del poder y del orden social dominante.
Vale la pena hacer un seguimiento al desarrollo de esta bienal que, como todo evento artístico patrocinado por instituciones que ejercen el poder, está determinada por una concepción política y hegemónica hacia el arte, ante la cual los artistas muy probablemente responderán de manera crítica, con trabajos que hagan resistencia a esos intentos de normalización que nos llegan desde el BID, o quizá con acciones de insurgencia simbólica ante estos actos de control del sentido.
Pedro Pablo Gómez