Las cuatro clases sociales del mundo del arte

Algunos de los más asiduos escaladores sociales son los intelectuales del mundo del arte. Los curadores y los críticos (y algunos académicos), pueden lograr posiciones de eminencia social más allá más de su posición de origen. Los críticos de hoy tienen tendencia a ser menos polémicos que sus antecesores y se han convertido en grandes aduladores de los creadores de gusto (taste makers), aportando estatus a sus fiestas, con las que buscan validar su gusto. Algunos pueden ser tristes oscurantistas, mientras que otros están demasiado consumidos por las políticas de identidad y el narcisismo que propician las redes sociales…

Vivimos una época donde prácticamente no existe un «fuera» del mercado, y donde la expresión «vivir del arte» implica, además de lograr un proyecto de vida sostenible, sortear toda una suerte de talanqueras sociales. El siguiente texto publicado en Artsy despliega una mirada que con gran agudeza describe el papel que juegan en el mundo del arte las distinciones de clase y los comportamientos tribales para consolidar posiciones de poder (como artista, intelectual, haute monde o funcionario) y acumular el debido capital artístico y reputacional. 

El crítico y escritor Christopher Hitchens solía contar un chiste sobre un egresado de Oxford que le preguntaba a un estudiante estadounidense qué estaba estudiando. “Mi tesis es sobre la supervivencia del sistema de clases en los Estados Unidos.” “Oh, ¿en serio? Eso es interesante – uno pensaría qué no existe un sistema de clases en los Estados Unidos” “Nadie lo hace. Así es como sobrevive.”

Abordar el tema de clases sociales en los Estados Unidos siempre ha sido un asunto de cuidado. El tema propicia ansiedad, mezclando problemas delicados de riqueza y gusto. En Estados Unidos, a falta de titulos heredados, rangos y títulos de nobleza, solemos establecer jerarquías en varias de nuestras subculturas. Una subcultura donde donde es relevante el estatus y las jerarquías de clase se despliegan sutilmente, es en el mundo del arte… en las omnipresentes fiestas del arte.

Estas reuniones suelen venir en cuatro modalidades: la gala de recaudación de fondos para un museo o una causa mayormente liberal; la fiesta en honor a un notable; el after-party para el cool y estilizado; y el evento corporativo explícitamente diseñando para generar negocios para todos los involucrados. Una fiesta reciente del medio artístico a la que asistí en septiembre fue, extrañamente, una mezcla de las cuatro. El evento reunió a un destacado coleccionista, al mismo tiempo bautizó un espacio de exposición recientemente renovado en una sección gentrificada del Lower East Side de Manhattan, y fue patrocinada conjuntamente por una compañía de seguros y una revista de arte. El carácter algo absurdo de este evento lo convirtió en el lugar perfecto para explorar la estructura de clases sociales del mundo del arte.

Al hacer un escaneo del evento, no era necesario ser sociólogo para saber quiénes eran los generales, los comandantes y los tenientes. Norman Podhoretz, el implacable observador de la sociedad de Nueva York, solía decir que los generales se mantienen distanciados de aquellos de un menor rango, debido al miedo de ser agredidos, mientras que los tenientes evitaban a sus superiores por miedo a ser tratados de forma condescendiente o sentirse incómodamente subalternos. Encontramos nuestros pares. En el mundo del arte, la distinción de clases suele ser más tribal que jerárquica. No mucho después del evento, pude notar que los presentes en la fiesta se agruparon instintivamente en las cuatro clases sociales en el mundo del arte que he observado a lo largo de los años: funcionarios, intelectuales, los haut monde y los creadores de gusto.

En camino hacia el bar, tomé conciencia de mi estatus de funcionario, vestido muy formal, en mi traje de dry cleaning, la corbata neutral, y la camisa blanca de banquero. Quedé paralizado. Revelé mi identidad de clase (al menos para mí) en el check-in, donde escaneé la lista de RSVP para sondear expectativas y no perder oportunidades de negocio. Intercambiaríamos tarjetas con mis colegas funcionarios, hablaríamos del mercado (cualquier mercado) y pagaríamos nuestro taxi. Somos la infraestructura corporativa del mundo del arte (la banca, el seguro y lo legal) y nuestros dólares de mercaderes, nuestras becas corporativas y nuestros patrocinios, nos pagan un lugar en el bello mundo. Como es propio de las altas proles del mundo del arte (sin importar nuestros ingresos), nosotros nunca nos aburrimos como los ricos tradicionales o sufrimos la ansiedad de los haut monde. Sin embargo, estamos aterrorizados de perder nuestros puestos, pues un evento como este siempre será para nosotros una cuestión de trabajo.

Esquivé un agudo ejecutivo de seguros y me acerqué a un grupo de gente en el que se encontraba un artista emergente -que logró muy buenos precios en la más reciente subasta de Phillips- atrapado entre un analista de inversiones y un asesor artístico. El analista, consciente de su status de haut monde, hizo lo mejor para atraer al creador de gusto (taste maker), mientras que el asesor se mantuvo distante, como uno de esos traductores en una cumbre nuclear. El artista, distraído y sin ocultar su aburrimiento, dejó de lado al analista, haciéndolo sentir muy convencional, o lo que es peor, burgués. La condescendencia desinteresada se supone que es parte de su papel; este tipo de artista hace parte de una elite incuestionable que ejerce su arbitraje en esta clase de eventos.

Como alguien sin talento alguno para el manejo social, con un comportamiento antisocial desbordado, el Señor Arbitraje empezó a ostentar con sus recientes adquisiciones de arte (George Condo, por supuesto) para señalar su propio capital cultural. Pero estaba fuera de base. Quedaba claro que el asesor artístico, aún nervioso, se sentía mejor en su labor de escritorio, retando algún CEO en un pulso de poder, en lugar de verse invalidado por un bohemio. Su única opción era hacer una oferta poco elegante para comprarle obra, en su mente, era una forma de afirmar su dominio. Abandoné el grupo antes del desenlace.

De vuelta al bar, me uní a dos tipos que se quejaban en voz alta mientras una de esas elegantes y glamorosas beldades del Upper East Side se quedaba a su lado, divertida por su autoestima informal y su falta de modales. Esta figura en la escena del arte contemporáneo, llamada últimamente “art bro”, es típicamente un rico heredero, y provee una importante mezcla de liquidez financiera y alivio cómico para el haut monde. Él (nunca ella) es típicamente la versión Europeizada del aristócrata necio de Eton. Al igual que un miembro del Oxford Bullingdon Club, su adicción a la nicotina, su atuendo relajado y su desprecio por los modales son en realidad críticas a la clase dominante. Los haut monde del mundo del arte se comportan como les viene en gana. Y debido a que el aristócrata se ve algo tonto en los Estados Unidos, rechazar los estándares de lo socialmente correcto es lo que le da significado a su clase.

Me quedé escuchando las intrascendencias acerca de sus vacaciones en el verano, en el invierno y de su infancia, pero me distraje en su tedioso relato sobre un momento épico en su universidad no-del-todo-de-la–Ivy-League-pero-respetable (su padre lo hizo ingresar en la universidad), y luego me uní a un curador que conversaba con un colaborador de una revista de arte sobre una exposición próxima a inaugurar.

Algunos de los más asiduos escaladores sociales son los intelectuales del mundo del arte. Los curadores y los críticos (y algunos académicos), pueden lograr posiciones de eminencia social más allá más de su posición de origen. Estos guerreros, vienen usualmente de la clase media y es precisamente cuestionando los valores del mercado y la burguesía que logran estatus a través de su capital intelectual. Los críticos de hoy tienen tendencia a ser menos polémicos que sus antecesores del Uper-West–Side (literatos, trotskistas, inmigrantes judíos y la multitud del Partisan Review que dio forma a la vida intelectual en Nueva York) y se han convertido en grandes aduladores de los creadores de gusto, aportando peso a sus fiestas con las que buscan validar su gusto. Algunos pueden ser tristes oscurantistas, mientras que otros están demasiado consumidos por las políticas de identidad, pero en su mejor momento, ellos encajaron en el Zeigeist (ver “Avant-Garde y Kitsh” de Clement Greenberg) y escalan para unirse a la elite que define el gusto del mundo del arte. Al unirme en la conversación, cometí el típico error de clase-media de pretender conocer más sobre el artista que en discusión, y al hacerlo, revelé mi necesidad de reconocimiento de clase.

Antes de partir a casa, pensé que debería hacer un único acercamiento a un importante creador de gusto: el gran coleccionista festejado de la noche. Auto cultivados, autónomos, con una actitud relajada y excéntricos, los creadores de gusto disfrutan de un nivel de poder y libertad que proviene de una riqueza exorbitante o de la capacidad de otorgar estatus a otros miembros del mundo artístico. Determinan en gran medida los rangos más altos del mundo del arte y pueden tener un efecto extraordinario en el mercado de un artista. Es raro que uno de estos mega coleccionistas asista a un evento como este. Prefieren la privacidad con personas de su clase, asistiendo a elegantes cenas en sus propiedades fuera de la ciudad. Esperé el momento adecuado para conocerlo, pero luego recordé que en realidad mi trabajo consistía en hablar con él esa noche. ¿Qué podría ser más déclassé? Sin embargo, no lo cambiaría por nada del mundo.

 

Evan Berd

Publicado en Artsy

Traducción de esferapública. 

2 comentarios

Escribí un texto anterior titulado, Las clases sociales del arte, el 14 de abril del 2018, en el diario mexicano La Crónica de Hoy, pero con una visión totalmente distinta a la de Evan Beard en Artsy. ¿Plagio?, ¿Idea paralela?, o ¿el apriori de los tiempos que corren?. ¿Los latinoamericanos nos vamos a ignorar entre sí por siempre, mientras el primer mundo se lleva el crédito?

http://www.cronica.com.mx/notas/2018/1073964.html

Algunos puntos interesantes, pero en conjunto parecería un artículo de sociología del arte escrito para la revista «Vanidades en español» o alguna otra del mismo estilo. El autor «con un gusto discreto» mete en relieve que no solo él hace parte de ese grupo social «selecto» que asiste a las inauguraciones en el Upper East Side de New York, si no que conoce a todo el mundo, sin perder por lo tanto su «encantador» sentido crítico.