Damien Hirst cree que es Willy Wonka, el personaje de Charlie y la fábrica de chocolate. Se dice que el artista que dio al mundo una cabeza de vaca comida por moscas trazó una analogía entre él y el chocolatero mágico. ¿Por qué? Porque Hirst está ofreciendo un grabado de lunares personalizado gratis a la primera persona que vea cada una de las 11 exposiciones de pinturas con lunares que está por inaugurar en las galerías Gagosian del mundo.
Obviamente, costaría bastante visitar todas las filiales de las galerías Gagosian de Ginebra a Los Angeles y ver The Complete Spot Paintings completas.
En realidad, la ridícula oferta de Hirst (cualquiera que sea lo suficientemente obsesivo y rico como para ganar la competencia seguro que ya tiene obras de Hirst) atrae la atención sobre la naturaleza disparatada de esta exposición global. Es una muestra “completa”, pero la mayoría de sus espectadores verá sólo una onceava parte. ¿Desde qué punto de vista es completa, entonces? ¿El de Hirst? ¿El de Gagosian? ¿El de Dios? Obviamente, una pintura de lunares se parece mucho a otra. ¿O no? Supongo que la exposición le revelará eso a todo el que pueda dejar de estar furioso con Hirst como para mirar las pinturas.
El odio a Hirst se ha convertido en lo único capaz de unir el arte “ savant ” contemporáneo de última moda con los aficionados a la Verdadera Pintura más retrógrados. Una de las primeras reseñas de las exposiciones en Gagosian en un sitio web de arte sencillamente degenera en insultos. Aparentemente, al usar la palabra “Wonka” para describirse a sí mismo, Hirst deja abiertas algunas posibilidades verbales obvias para aquellos –que según mis últimos cálculos significa todos– los que piensen de esa manera.
No obstante, desde un punto de vista británico, ¿no le resulta emocionante que el artista más vergonzoso del mundo, el más odiado y vilipendiado, sea de estas orillas? Es decir, estábamos trabados por el buen gusto –o más bien, así nos veían–. ¿Cómo llegó a darse que un artista británico superara a Andy Warhol como empresario y a Jeff Koons como maestro del kitsch? Es indiscutiblemente un triunfo nacional.
La exhibición más reciente que hizo Hirst de su imperio artístico coincide con la película biográfica sobre Margaret Thatcher, The Iron Lady (La dama de hierro). Tienen algo en común, ¿no? Los dos son controversiales y a la vez rompen el molde británico. Podrán amarla u odiarla, pero Margaret Thatcher es un ícono mundial del liderazgo fuerte. Todo político ambicioso tiene que estudiar su biografía.
Algo pasó en Gran Bretaña en los años 1980 y 1990 que rompió el manual de reglas nacionales –en la política, en la economía y en el arte–. Más allá de lo que se piense de él, Hirst es un símbolo de ese tiempo de cambio. Y nos guste o no, en una época en la cual nos preguntamos qué vendrá, levanta la bandera por una imagen mundial provocativa y electrizante de Gran Bretaña. Como lo hizo Thatcher.
Traducción Cristina Sardoy
© The Guardian y Clarín, 2012