La «pureza» del antropólogo austro-colombiano Erasmus Gerardo Reichel-Dolmatoff ha sido puesta en duda. En julio de este año, en el 54 Congreso de Americanistas en Viena, Augusto Oyuela-Caycedo hizo una ponencia en la que mostró una serie de documentos que vinculan a un tal Erasmus Reichel con la SS, el brazo político de Hitler. A partir de estas pruebas Oyuela-Caycedo reconstruyó un periodo desconocido de la vida de Reichel y mostró rápida y someramente lo que pasó entre su vinculación a los 14 años al movimiento fascista en 1926 y su posterior expulsión del Partido Nacional Socialista en 1936 a los 24 años. Los documentos presentados por Oyuela-Caycedo, en una conferencia apretada, afanada, emotiva (y con un powerpoint que dejó de funcionar en un momento clave), parten del trabajo de Holger Stoecker y Sören Flachowsky, dos jóvenes historiadores vinculados a la Universidad Humboldt, de Berlín, y especializados en la Alemania nazi.
Los dos académicos fueron entrevistados para la edición dominical de El Tiempo. El entrevistador les comentó que «tres generaciones de colombianos fueron formadas por Reichel» y que estos antropólogos «conocieron a un gran humanista, no a un fascista». Y luego les preguntó: «¿cómo explicar esta dualidad?». La respuesta tajante de Stoecker fue: «Somos historiadores alemanes y estamos acostumbrados a digerir cosas de ese calibre y otras aun más fuertes. Entendemos que la biografía germana de Reichel cause estupor en Colombia, por la imagen posterior que él se labró en su país. Pero aquí es un caso más entre muchos.»
Es claro que la exposición de este caso ha despertado en algunos colombianos respuestas igual de emotivas pero diametralmente opuestas a la manera cómo Oyuela-Caycedo interpretó los hechos, y si Oyuela-Caycedo dijo en su ponencia «a mí me duele leer esto, disculpen, me duele porque yo lo conocí a Gerardo Reichel y es difícil», algunas de las dolidas réplicas a su intervención lo acusan de hacer una «acusación infamante contra el padre de la antropología colombiana». Sin embargo, por su carácter documental, casi todas las imágenes presentadas por Oyuela-Caycedo tienen un aspecto verosímil que hasta ahora no ha podido ser refutado. El antropólogo Martin Von Hildebrand ha resaltado el legado investigativo dejado por Reichel aunque sobre su persona ha dicho: “Lo conocí bien, pero siempre fue reservado en cuanto a su vida íntima”.
Tal vez la «acusación infamante» de Oyuela-Caycedo se limite a una sola parte de su ponencia, en la que leyó un fragmento, no sin antes ponerlo en entredicho. Se trata de una parte de un artículo firmado por Reichel titulado «Confesiones de un asesino de la Gestapo» que fue publicado en un periódico fascista checo de una corriente alterna de derecha que le hacía oposición al proyecto político de Hitler. «¿Por qué Erasmus publica este texto? , y ¿qué tan autentico es?», se preguntó Oyuela-Caycedo antes de leerlo. El texto es la descripción de un asesinato:
«Yo subí las escaleras con mi asistente y me apoyé en la puerta donde estaba Salzmann […] mi asistente me contó que disparara inmediatamente y si alguien salía, si alguien llegaba, él me daría la señal. Yo subí algunas escaleras y me escondí detrás de la pared, y esperé hasta que abrieran, hasta que pude desabrochar o preparar la pistola hasta que la puerta se abrió después de que yo toqué el timbre. Un hombre anciano salió, oscuro, y me atendió […], hizo un gesto y yo le disparé dos veces. El hombre cayó y trató de sentarse pero yo salté la escalera otra vez y le dispare en la frente, desde muy cerca, mi asistente corrió escaleras abajo, yo lo seguí, cuando escuché a una mujer gritando y dos niños salieron a la puerta y gritaron: asesino, asesino. Después de que alguien en el carro salió, yo salí corriendo”.
Al respecto, los dos «historiadores alemanes» también señalan que el texto en cuestión fue editado, incluido su título, y precisan que ahí «aparecen dos apartes de su diario, en los que cuenta la mecánica de las acciones de la Gestapo en el escuadrón de ‘limpieza’, intimidades de la SS y su desacuerdo con algunos procedimientos dentro del movimiento». Pero cuando les preguntan «¿Participó Reichel en asesinatos?«, Flachowsky responde: «Se sabe que el escuadrón sí llevó a cabo muchas ejecuciones. De Reichel, hasta ahora, tenemos evidencia de dos casos, con nombres y apellidos.»
Este caso de «fascinante fascismo» pone en escena la trama de tensiones entre defensores y detractores de Reichel (Fascinante fascismo es el título del texto que Susan Sontag dedica a Lenny Riefelsthal en que controvierte algunos relatos autosatisfechos sobre la carrera artística de «la madre de la cinematografía nazi»). Para unos, como lo señala un artículo en la Revista Arcadia, se trata de «una historia de temprana redención, de un hombre que supo transformarse en un humanista»; para otros, incluidos Oyuela-Caycedo y los historiadores alemanes, es una intriga de silencio y ocultamiento culposo. Cuando le preguntan a Stoecker y Flachowsky sobre la figura de Reichel como la de alguien arrepentido del nazismo, ellos responden: «Ni en los documentos del archivo ni en su diario existe una sola frase o palabra de crítica o rechazo de la ideología nacionalsocialista. Sus problemas no fueron de conciencia, sino de frustración por no haber sido mejor valorado en el partido.»
Sin embargo, la trama judicial no parece ser el único problema que Oyuela-Caycedo quería plantear en su ponencia y por omisión, o por un hábil descuido, no fue capaz de exponer una arista que tiene más consecuencias sobre lo académico que el hecho de emparentar a Reichel con un asesino (no sobra recordar el nombre de la ponencia: Gerardo Reichel-Dolmatoff: su legado, pasado y problemas).
Oyuela-Caycedo intentó algunas variantes, como cuando mostró rápidamente algunos de los dibujos que hizó Reichel en su juventud y los cotejó con otros que hizo a su llegada a Bogotá: los calificó de «dibujos oscuros» y se detuvo en uno que muestra una especie de prisión «y gente saliendo con un título provocador que se llama ‘Los últimos peldaños», y una serie de individuos bajando a lo que podría interpretarse como la muerte». Pero al parecer esto no se trataba de una suerte de clase de historia del arte nazi y más allá de estas digresiones, o sugestiones, Oyuela-Caycedo, en su afectación, no fue capaz de poner en evidencia el problema que más podría tener efecto sobre el diálogo académico: un cuestionamiento sobre la «pureza» de la antropología en Colombia, sobre todo a raíz de la práctica de Reichel y su vinculación a la fundación del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes en 1963.
Esto fue más claro unas semanas después cuando, a raíz de la polémica que despertó la noticia, el mismo Oyuela-Caycedo dio una entrevista para un artículo de la BBC, y ahí, tal vez en reacción a los ataques de algunos de sus colegas, sí se explayó: «Hay una cosa que la gente usualmente no sabe fuera de Alemania y es que los nazis eran admiradores de lo indígena […] Ellos miraban estas culturas como culturas puras, como culturas naturales. Hay ese interés por la parte naturalista, por la parte ecológica. Una serie de aspectos que uno podría reconocer en la obra del profesor Reichel, por ejemplo su interés por las culturas apartadas […] Si usted mira las etnografías de él, con la excepción de la gente de Aritama, son etnografías que están enfocadas hacia grupos que el considera aislados, puros, remotos».
El enfoque de Oyuela-Caycedo fue secundado de cierta manera por Carlos Uribe, director actual del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes, que en el mismo artículo dijo: «Se hace necesario estudiar la obra de Reichel y estudiar las trayectorias que ha tenido la antropología (colombiana) y en particular este departamento de antropología […] Aunque esto lo explica más a él desde un punto de vista humano que desde un punto de vista académico, evidentemente las dos cosas en un momento dado tienen un punto de toque […] porque esa es una cosa que hay que estudiar […] Necesitamos entrar a cuestionar y discutir cuál es la herencia dentro de nuestras sociedades hoy en día del pensamiento en el que se formó Reichel.» En este punto no sobraría mencionar que al mirar los créditos del video de la conferencia de Oyuela-Caycedo, al final aparece la mención al Reichel Komplex, una comunidad en internet creada por algunos miembros de la familia Reichel con el fin de «recolectar mitos familiares y narrativas» y «servir de apoyo colectivo» para «confrontarse a sí misma con las cuestiones sensibles de culpa y participación de sus ancestros en el movimiento nazi». Un acto de madurez familiar que tal vez podría extenderse a la familia académica de Reichel.
El caso Reichel abre las puertas a la revisión de uno de los tantos mitos fundacionales de la nación, el que pinta a Reichel como el «padre de la antropología en Colombia». Bajo este escenario, lo que sigue será una suerte deGuerra de las galaxias donde habrá bandos en pugna por definir lo que es real, y donde es posible proponer que, como en la saga fílmica, algunos antropólogos tengan que reconocer a Darth Vader o a Herr Raichel como su padre, una historia de pecado y redención tan propia de los finales agridulces.
Sin embargo, como lo señala Elías Sevilla en su artículo en el portal de Razón Pública, tal vez el ejercicio de pensar sobre Reichel-Dolmatoff y sus circunstancias traiga consigo la revisión de toda la mitología alrededor de esta figura paternal, un caso donde no será necesario matar al padre, como algunos moralistas suponen, o al menos matar al mensajero Oyuela-Caycedo, como algunos reaccionarios lo desean, sino que servirá para develar todo tipo de narraciones ancestrales propias de las tribus antropológicas: las sectas de los puros y los impuros, los criollos ilustrados y los extranjeros ilustres, la educación de elite y la educación elitista, el sujeto objetivo y el sujeto objetivado, las estrellas y los estrellados. Es posible que este caso, más allá de su variante judicial de víctimas y victimarios, sirva para afincar una línea de investigación crítica dentro de la academia colombiana: la antropología de la antropología. Reichel, «El gran jaguar», como fue apodado tal vez por susinvestigaciones inaugurales sobre chamanismo y yajé, es un motivo propicio para yuxtaponer sobre la historia conocida este otro enfoque.
Al menos esa misma línea es la que propone Claudio Lomitz en su artículo Expediente Reichel-Dolmatoff en el que afirma que «no existe aún un buen estudio acerca del nazismo y la antropología indigenista», y concluye: «la mitología indígena fue espacio de curación para una Europa derrotada, y esa experiencia cultural e intelectual encontró aliado en el interés nacionalista por inventar los lenguajes simbólicos propios de cada país. La mitología primordial que permitía olvidar la historia de un Reichel era, para los nacionalistas, una vindicación de lo que ellos gustaban llamar ‘nuestros indios’.»
Posdata: al contrapuntear dos citas de Erasmus Gerardo Reichel-Dolmatoff, una de su juventud y otra de su vejez, se traza un boceto justo de este colombo-austriaco:
«Yo recibí una educación de manos de personas que pertenecían al siglo XIX, a la época imperial, y esto fue un cauce decisivo para el rumbo que le dieron a mi educación. Estas personas me enseñaron ‘su’ época sin tener en consideración los efectos devastadores que de ahí resultarían. Nunca se me ocurrió atar mis intereses intelectuales a una labor o a una profesión. En esos días, usted no iba a la universidad por el diploma o el grado, usted iba para obtener conocimiento, lo mejor que la tradición humanista y clásica pudiera ofrecer. Esto es difícil de entender desde nuestro punto de vista actual pero yo soy el producto de una era pasada y no pretendo ser otra cosa.»
«Espero que mis conceptualizaciones y trabajos hayan tenido cierta influencia más allá del círculo antropológico. Tal vez soy demasiado optimista, pero me parece que los antropólogos de viejas y nuevas generaciones, según su época y el cambiante papel de la Ciencias Sociales, hemos contribuido a ir develando nuevas dimensiones del Hombre Colombiano y de la nacionalidad. También confío que nuestra labor antropológica constituye un aporte a las propias comunidades indígenas, en su persistente esfuerzo de lograr el respeto, en el más amplio sentido de la palabra, que les corresponde dentro de la sociedad colombiana. Yo creo que el país debe realzar la herencia indígena y garantizar plenamente la sobrevivencia de los actuales grupos étnicos. Creo que el país debe estar orgulloso de ser mestizo. No pienso que se pueda avanzar hacia el futuro sin afirmarse en el conocimiento de la propia historia milenaria, ni pasando por alto qué sucedió con el indio y con el negro no solo en la Conquista y la Colonia, sino también en la República y hasta el presente. Son estas, en fin, algunas de las ideas que me han guiado a través de casi medio siglo. Ellas han dado sentido a mi vida».