De las curadurías que resultaron ganadoras de los salones regionales (zona centro), la que más me llamó la atención, por su coqueteo evidente con la informalidad, la ligereza y la superficialidad, fue la Oreja Roja, comandada por la curadora y docente Mariangela Méndez y su contemporánea homónima Veronica Wiman. Y me interesó no sólo porque planteaba una mirada real, desprevenida y con los pies sobre la tierra, sino también porque habría una ventana directa y sin rodeos a quienes producen arte en Bogotá y sus alrededores. Una convocatoria abierta, desecha de egos, y con la simple pero difícil misión, de generar un archivo de imágenes, textos y portafolios, que luego serían consultados por cualquier interesado. A este proyecto además se le sumaron varias figuras representativas del medio artístico local, como lo son Lucas Ospina, Alejandro Mancera y Mateo López, quienes prestaron alguno de sus proyectos para que el visitante desprevenido tuviera algo más que ver aparte de carpetas y más carpetas.
La muestra final realizada en el parqueadero, que yo temía podía convertirse en un compilado de hojas carta impresas caseramente, en realidad es una CURADURIA (porque en verdad lo es) que propone una mirada fresca y diferente a la idea de archivo. Todo, con una cantidad de aciertos museográficos y de montaje que hacen que el espectador se sienta agusto. Lo digo por los lugares escogidos para poner el plotter de corte, por la escenografía de la oficina, por los retazos de papel de colgadura de Alejandro Mancera y por una serie de mesas grises que junto con el pequeño anfiteatro y las proyecciones, invitan a pensar y a reflexionar lo local y esa pseudo-inteligencia centralista.
Una muestra muy bogotana que aunque se siente que proviene de unos mismos círculos sociales y culturales evidentes, vale la pena ir a ver.
Lolita Franco