El pasado 24 de octubre visité el Museo Nacional para ver la exposición Antes de que las cosas desaparezcan. Hace más de una semana la exposición fue desmontada, y desapareció la forma en que los objetos estaban dispuestos en la sala. Imagino que para este momento ya volvieron a los espacios donde se encontraban exhibidos anteriormente, o a su respectiva ubicación en las reservas. La exposición buscaba presentar objetos que habrían desaparecido de no haber entrado a formar parte del Museo, a su vez que pretendía explicar cómo la colección fue creciendo a partir de las necesidades (e idiosincracia) de distintos momentos.
El museo como institución (y no me refiero únicamente al Museo Nacional, sino a la idea de museo en un plano más general) nunca ha sido estático, a pesar de ser visto comúnmente como rígido y autoritario. Los museos responden a las necesidades de sus contextos, han mutado y se han adaptado para mantener su vigencia. El Museo Nacional no es la excepción, y la exposición Antes de que las cosas desaparezcan era una prueba fehaciente de esto. La muestra estaba dividida en cuatro momentos para demostrar lo anterior: Un relato a pesar de sí mismo, Un gabinete de curiosidades colombianas, La curiosidad organizada y Museos en prisión.
El recorrido de algunas exposiciones se puede asemejar a un menú: primero están las entradas (texto curatorial y obras menores), luego los platos fuertes (obras a las cuales se le otorga más valor), después los postres (textos y obras que sirvan para cerrar el recorrido), y finalmente bebidas y aperitivos para pasar el rato (tienda de regalos). Pero la exposición Antes de que las cosas desaparezcan tenía algo curioso: el plato fuerte estaba en la entrada. En el primer espacio se encontraban las siguientes imágenes y objetos: la Alegoría de la Nación de Silvano Andrés Cuéllar Jiménez, serigrafías de Beatriz González (donde se intercalan las imágenes del indio amazónico, Carlos Lleras, Julio Cesar Turbay y Belisario Betancur, donde cada uno porta una corona de plumas), Vitrina (serie de 8 fotografías) de María Teresa Hincapié, la estatua descabezada de José Ignacio de Márquez (primer presidente civil de Colombia) tras la retoma del Palacio de Justicia, dos pinturas de Ethel Gilmor Uribe alusivas a la muerte de Pablo Escobar y piezas arqueológicas repatriadas o decomisadas. El diálogo entre los objetos expuestos era contundente, y se hacía evidente que era una puesta en escena bien pensada. No estaban allí los objetos e imágenes para que se vieran bonitos y bien iluminados, sino para sacudir al espectador imprevisto que buscaba digerir poco a poco la información.
A pesar de provenir de distintos momentos y contextos, y sin importar que pertenecen a distintos medios, los objetos expuestos se relacionaban por la forma en que Colombia ha logrado ser una nación a pesar de sí misma. De cómo se idealiza la nación en una alegoría donde se aplanan todos los odios y traiciones políticas, de cómo las expresiones nativas son exaltadas de manera superficial pero son severamente explotadas con fines políticos y económicos, de cómo el rol de la mujer ha sido relegado y encasillado en temas de belleza y limpieza, de cómo la estatua del primer presidente civil de Colombia perdió su cabeza cuando se estaba defendiendo la democracia maestro, y de cómo un narcotraficante es abatido en un tejado.
Este primer momento de la exposición podía haber sido una exposición en sí misma. La primera parte fue tan contundente, desde mi punto de vista, que volví varias veces durante mi visita. Mientras caminada y veía otros objetos seguía pensando en lo que había visto al entrar, y volvía para detenerme y mirar con cuidado el conjunto inicial. Es una exposición en la que sigo pensando, y que me gustaría que no hubiera desaparecido. La forma en que estaba planteada tenía la fuerza para tener un carácter más permanente en el museo. Las piezas exigían al visitante varios niveles de lectura, cosa que no sucede cuando están dispersas por el museo como simple mobiliario (ya sea ocupando espacio de un jardín, decorando una pared, o guardadas en la reserva). Esta exposición dentro de la otra exposición era sutilmente contestataria a la idea de nación, en un Museo que precisamente aborda lo nacional. Es necesario tener más de estos relatos en un momento como este, donde se habla tanto de paz y hasta del posconflicto. Donde a través de una buena curaduría se tejan relaciones entre objetos, para que no desaparezcan las cosas que hacen que Colombia siga siendo una nación muy a pesar de sí misma.
Andrés Pardo