El pasado domingo 27 de marzo, la revista Arcadia publicó una entrevista con la Ministra de Cultura. En la obligada pregunta sobre la ampliación del Museo Nacional (MN), cuestionó tanto la ‘narrativa actual’ como el ‘concepto museográfico’ manejado en las exposiciones. De paso, reveló que sobre ese tema ya le había pedido ‘explicaciones en una reunión interna’ a la directora (María V. Robayo) y la jefa de la oficina de curaduría (Cristina Lleras) y se descolgó con la sugerencia de que el MN ‘debe por lo menos dar un gran debate entre expertos y especialistas’. Parece un atinado procedimiento ? Quizás el MN sí está plenamente consciente de sus objetivos y debe tener indicadores de gestión con soportes, ya que esas exposiciones hacen parte sustancial de su labor académica, museográfica e institucional. Bajo la misma pregunta de la ampliación entró al fondo de su queja:
1) Que el MN dedicara eventualmente una de las salas – concretamente la de Fundadores de la República–a las exposiciones temporales, dado que esta sala era parte del guión histórico del MN (que Beatriz González de Ripoll hace dos décadas había adaptado, de sus antecesores: Emma Araújo y Sebastián Romero, por citar algunos).
2) Que era ‘curioso’ que hubiera diferencias de criterio entre C. Lleras y su antecesora, B. González de Ripoll, dado que C. Lleras había sido alumna (sic) de aquella, y que ella, la ministra no entendía por qué la sucesora no se plegaba a la gestión anterior. Que estaban en juego dos ‘miradas’ y observó que no sabía cuál era mejor para rematar con que antes, la previa época BG de R., ‘había una narrativa, me contaban una historia’.
3) Que su intención es crear un debate en el cual se empeñará para que el MN vuelva al viejo modelo del museo, es decir, que sea ‘patrimonial’ (en el vasto internet no hay una sola referencia a esta definición, por tanto se puede definir por ahora como un espacio donde la gente ve objetos ‘patrimoniales’).
4) Expuso su punto más ambiguo, que fue objetar la necesidad de ciertas exposiciones –basada en que estas exposiciones eran para ‘apuestas de los artistas’, y que para esto ‘hay muchos otros espacios’’;
Pero al hablar de ‘apuestas de los artistas’ la ministra parece seguir en provincia, pues que se sepa el MN no ha presentado en muchísimos años exposiciones donde se hagan propuestas con nuevos nombres para ganar ‘apuestas’. Lo que sí desarrolla es un ciclo llamado Homenajes Nacionales, que es un proyecto de exposiciones retrospectivas de emblemáticas figuras del país (Ramírez Villamizar, Obregón, F. Bursztyn, Negret y otros más). La razón de ser de esta idea reside en el hecho de que las galerías no pueden asumir y llevar a cabo esas complejas exposiciones. Pero a partir de esta desinformación– uno de los proyectos más ambiciosos y consolidados del MN y del propio Ministerio de Cultura– está proponiendo acabar con este ciclo? No es claro, por ahora.
El pasado miércoles 23 de marzo, una semana antes del reportaje citado, en un evento curricular convocado por la Universidad Nacional, dentro de un ciclo de maestrías, se examinaron casos de museos, como el del proceso de renovación del Museo de la Independencia. Se repitió, curiosamente, el recurso de quien va a hablar de una cosa y termina con otra. B. González de Ripoll, una de las panelistas, aprovechó el primer vaso de agua para referirse al Museo Nacional, su antigua casa, y de paso a C. Lleras, la recomendada tras su retiro por pensión. Al tiempo que modificaba inconsultamente el tema del día, (lo que la moderadora trató de evitar vanamente), pasó a proyectar una videobeam de su actual ciclo de charlas viajeras, que ella ha intitulado ‘Los museos que hacen payasadas’.
Consiste, a grosso modo, en lo que le debe pasar a un museo que hace exposiciones que no son exclusivamente patrimoniales; es decir, el costo risible que pagan los museos que contrarían lo que la ministra y excuradora propugnan como una necesidad del pasado: el museo como un impoluto recinto que cuenta la historia [patria: es decir, lo que dictaminaba el guión moribundo de B. G. de Ripoll: Colonia, Independencia, Fundadores de la República, etc., que con esta vuelta atrás corroboró su ya público apareamiento con la Ministra de Cultura. Tras bombardear las políticas de exposiciones temporales del MN y de otros museos regionales del país, González entró luego a descalificar la reciente exposición del Bicentenario en el MN, curada por una decena de nuevos nombres (curiosamente traicionándose a sí misma, ya que entre ellos estaba su propia cuota de poder impuesta y representada por algunos ‘alumnos’ dilectos). No era fácil en ese escenario controvertir esa muestra, que según las reseñas, fue una exposición compleja, de imaginación, de ideas, de aciertos, de propuestas, de inteligentes equívocos, que ha tenido repercusión internacional y estupenda crítica (y en la que la panelista no tuvo arte ni parte, a pesar de su prestigio en el trajinado dominio de los anécdotas del siglo xix).
Sin embargo, los eventos señalados anteriormente no parecen inconexos. Todo pareciera coincidir con la nueva ‘política’ que el Ministerio intenta aplicar a través de sus nuevos asesores. (En la división de literatura ya se instaló la innecesaria mano –nepótica–de Moisés Melo, ya que es el marido de Guiomar Acevedo, recién nombrada directora del poderoso departamento de Artes del Ministerio de Cultura). La idea puede ser anclar al MN para endilgarle el papel de Museo ‘patrimonial’, lo que lograría consolidar un inusual control ideológico y operativo. Y así se repite una conducta lesiva: mientras la anterior ministra instauró elegir personalmente todos los cargos de las dependencias anexas al ministerio, sin duda con un criterio electoral para ir dejando fichas y ganando favores, ella no intervenía demasiado en los asuntos internos. La nueva ministra, subliminalmente, invoca cambios y aprecia el control. Esto es nuevo. Pero no es coherente con su función ministerial. En este caso olvida o no sabe que la obligación de los funcionarios del MN es llevar a cabo un plan de desarrollo estratégico, trazado hace varios años y derivado en parte del Plan Nacional de Cultura. Ese plan consiste entre muchas otras cosas, en darle espacio a las minorías (quizás inspirado bajo la protección de la Constitución del 91).
Y es que estas exposiciones temporales son el único recurso del Museo para mostrar trabajos ajenos y propios de la investigación académica en florecimiento en el MN. Agotados por saturación los siglo XIX y XX, quedan muchos terrenos para linderar. Y esto implica hablar de negros, de estas y de otras sexualidades, de los aborígenes, del pasado y del presente político, de las fronteras y el impacto irremediable del narcotráfico, o de la refrescante mezcla de disciplinas, lo que sin duda desvanece los mediocres cimientos de nuestra envalentonada derecha política (los procuradores ordoñezes, los asesores echeverricescorreas, los narváceses del das, las ministras aristocráticas, etc).
La apertura de espacios y legitimación del otro país, también delata a una emergente derecha intelectual que ingenuamente se autoproclama la ‘intelligentsia’ criolla (los joseses obdulios, las desocupadas marías isabeles ruedas, las camufladas fannyces kertzmans, etc). Para ellos, el país no puede detenerse, ni reflejarse, ni pensarse en esas minorías. Y ese es el meollo del debate. Castrar al MN y volverlo un museillo de objetos, volviendo al viejo guión ya desahuciado; un guión que fue cómodamente traslapado de olvidadas recetas basado en obvias etiquetas (cómo mejor?) para encasillarnos: Colonia, Independencia, Fundadores de la República, etc. Un guión que redujo un mundo fantástico a unas salas aburridas de datos con fechas ilegibles.
No puede decirle la ministra a los contribuyentes en esa entrevista que el MN deba ser «patrimonial», que no está contenta con sus funcionarios, que prefiere volver al pasado, porque esto empieza a reflejar un bajo perfil y a demostrar incapacidad para manejar un asunto de su exclusiva competencia lo que expone injustamente a sus funcionarios a la picota pública. Si la ministra no piensa continuar un plan de trabajo que el MN concertó hace años, estructurado por el propio Ministerio al que llegó de cuota política vallecaucana, bien vale la pena que se arme de razones y haga sus debates internos, internamente. Nos recuerda al expresidente Uribe y a muchos de sus allegados quejándose en todo escenario público de esas personas molestas para el régimen, para luego enterarnos que esos señalamientos tenían los más impresionantes efectos colaterales. Desde las renuncias hasta lo impronunciable. Es como el mismo procedimiento. Inculpar desde su propia casa, exponiendo a sus propios funcionarios, a los que ella no logra ministeriar, quizás por falta de argumentos: no es tan fácil hoy en día sentarse a hacer un ministerio de verdad, o a perder tiempo y escasos espacios de opinión, para defender un museo nacional que vuelva a calcarse de los criterios enciclopedistas del pasado. Pero sí logra indirectamente beneficios: abrir la trocha para que los atrofiados columnistas de la nueva derecha tengan tema del día y sancochen fraseos que apuntalen esta labor de ‘limpieza’ cultural en sus improvisadas columnas.
El MN quizás es la única pieza que le queda de mostrar al ministerio. Con los años han desmantelado todo, desde los planes Renata de talleres de escritura con las regiones, hasta los presupuestos de protección al patrimonio. La ministra anterior, ahora en el exterior bajo una beca Humphrey-Fulbright (candidatizada indignamente bajo su propio Ministerio) agotó las finanzas para pagar costosísimos conciertos veintejulieros y efímeros foforros musicales con baladistas de moda. Pero sentarse a pensar que el MN debe eliminar los costos de ingreso, brutales para la pobreza reinante, no son parte de su agenda. Sea el MN o el ministerio quienes usufructen esos ingresos, no hay justificación posible. Con cerca de 300 mil visitantes al año los ingresos por ese rubro, si se cobrara la entrada, pueden corresponder a una cifra que es similar a los costos de montaje de una sola exposición mediana. No es soportable que el Banco de la República sí pueda tener entrada gratuita y el MN no la tenga. Es inconstitucional, sin duda. Ambas instituciones son del Estado y no puede haber preferencias. Las obras del MN son patrimonio de todos los colombianos y sus colecciones son irremplazables.
Para terminar, la ministra advierte que la ampliación del MN es un problema de presupuesto, lo que no parece un sólida conclusión, pues esa ampliación ya fue bendecida y autorizada por varios gobiernos anteriores y prevista por Planeación Nacional. (Lo que la ministra evade es que detrás de la ampliación está el lograr trasladar de lugar al Colegio Mayor de Cundinamarca, que ocupa por un calambur burocrático los viejos terrenos adyacentes. Y que ningún ministro de Educación ha querido avanzar esta negociación por evitar discrepancias con los fuertísimos sindicatos y lobistas de ese sector. Todo lo que demande espíritu es rápidamente desechado por nuestra burocracia).
La ministra advierte que hay debates que no pueden durar toda la vida y que eso de la ampliación está en ese camino. Es decir, ella como ministra llamada a dirigir un Ministerio que tiene tantos posibilidades, cree que la mejor manera es irlas sepultando. La dialéctica no es nueva pero esta vez el enunciado es casi mezquino: no hacer, porque hacer cuesta.
Y dar de una vez por todas el debate nacional por un ministerio de cultura parece incómodo para su perfil. Y como lo que hacemos no es importante, pues no lo hagamos. Por eso parece ya ser una exitosa gerente moderna: llega a un sitio y no gasta. Como una liquidadora. Así se sanean las finanzas en el Estado. El panorama sigue desolador. La novísima derecha derecha intelectual empieza a armar nuevos sueños y tomarse la joya de la corona. Con este sincronizado ‘peinado’ de zona se empezarán a controlar artistas y exposiciones, a vetar funcionarios, a desestimar proyectos e ignorar la planeación consolidada. Ya sobrarán directoras y curadoras de cajón que insistan en el sueño franquista de pensar el país en función de objetos y de pastiches histriónicos. Es volver al pasado, ya que el presente se nos volvió inmanejable, por no decir intraducible.
:
Sara Flores
2011/04/10 at 9:54 pm
Está buensímo y muy completo el artículo.
A mí me pareció que la exposición del Bicentenario era una locura. Era muy irregular, pero en general era muy interesante. A mí me parecía que con todas las preguntas que planteaba a los visitantes, sobre todo se trataba de una pregunta al Museo. Era poner el Museo Nacional en cuestión. Poner al Museo a mirarse en el espejo y a criticarse, a demolerse.
Fue muy valiente, en lugar de proponer un verdadero guión, coger el viejo guión, el guión decimonónico (hecho en el siglo XX) y llenarlo de signos de interrogación. ¿Es esta en realidad la historia del país? ¿Son estos los hitos que queremos recordar? y, sobre todo, ¿es a partir de este relato es que queremos contarnos lo que somos, lo que queremos ser?
Pero esos signos de interrogación no se pueden quedar por siempre. Esa propuesta negativa del bicentenario, debe conducir a una propuesta positiva. Ya quedó dicho que esa no es la historia que se quiere contar. ¿Cuál entonces?
Como señaló Lucas Ospina en este foro, un indicio muy interesante estaba al tiempo en el tercer piso en la exposición de Pizarro. Una exposición llena de interrogantes, pero también de afirmaciones, de pruebas, de testimonios. Y una puesta en escena que aprovecha de lo mejor del lenguaje del arte contemporáneo para poner a hablar una muestra.
A la vez, una exposición tremendamente triste y dolorosa. Porque así es la historia también.
A mí siempre me impresionó esa estatua con la cabeza volada, desde antes, desde que estaba en uno de los jardines del Museo, como una especie de ruina que estaba sin estar, que hablaba sólo a los que nos gustaba merodear por los jardines.
Allí, entre las dos salas, en la urna de cristal al lado de las máquinas de escribir oxidadas, cogía una fuerza extraña.
Y, algo, no sé si casual o intencional, dejaba soñar. Una matica, una maleza, crecía tímida mente en la estatua. Algo de vida entre tanta muerte.
En frente de la estatua, en audio, los testimonios, tanto del general como del juez, el uno dando parte de victoria, el otro rogando porque los militares no arriesgaran más la vida de los que estaban adentro. Y sin embargo siguieron. Y el juez, como muchos otros, murió en el acto.
El Palacio de justicia es uno de los tantos temas que el museo tendrá que pensar cómo contar.
Son muchos retos. Ojalá Beatriz González confíe en la generación que educó, y se de cuente de que si le llevan la contraria es porque algo aprendieron, que los deje ir (“let them go”). Que la ministra y el ministerio asuman el Museo en sus complejidades. Y que los responsables de los nuevos guiones estén a la altura del reto.
El bicentenario no fue una celebración. Fue más bien el límite de un vacío. Ojalá a partir de allí se empiece a construir algo.
2011/04/11 at 1:05 pm
¿qué será lo que creen que es patrimonial? ¿si sabrán que es eso? Lo único cierto es que estos tentáculos del manejo de la cultura por parte de unos agentes que sólo quieren mostrarse como los únicos capaces de intervenir en los espacios culturales, hacen que las nuevas generaciones de investigadores, curadores, artistas etc, se alejen de lo que se supone debe ser la constante en el crecimiento cultural. Si en definitiva lo que se propone el Ministerio es volver al Museo decimonónico que no cambia, no cuestiona, no presenta las diferentes realidades, deberían quitarle el Título de Museo Nacional, pues así no estaría representado a nadie sino a unos cuantos.
Y si como dice Sara se interviene la única pieza para mostrar del Ministerio, pues mejor empaque y vámonos. porque esto lo van a seguir manejando por los simples deseos de mostrar “lo que es correcto”.
2011/04/11 at 8:14 pm
No entiendo el concepto de “museo patrimonial” que maneja la Ministra de Cultura. Yo pensaba que el Museo Nacional de Colombia ya era un “museo patrimonial”, con exposiciones cada vez más sacrílegas, pero patrimonial. Tal vez, lo que quiso decir la Ministra en forma un tanto tamizada es que quiere un museo solemne, lejos de las “payasadas” del Chebicentenario, un museo distante del presente, apolítico, acrítico. Eso ya es otro asunto.
Esa visión de museo me regresó a esos edificios neoclásicos llenos de dinosaurios o arte, con pisos de mármol beige, olor a naftalina, cuerdas de seguridad, el vigilante con el gorrito cuidando las obras y memorables exposiciones atestadas de objetos únicos como Pablo Picasso: A Retrospective (MoMA, 1980) o Historia de la caricatura en Colombia a partir de la Independencia (BLAA, 2010).
Si de lo que se trata (para la Ministra) es de configurar un museo en el que sólo tengan cabida las manifestaciones artísticas e históricas ya legitimadas por otros investigadores, coleccionistas o instituciones (en las que no se haga la apuesta por patrimonializar el presente) y exponer obras de artistas ya consolidados que no representen ningún riesgo (¿financiero? ¿político? ¿cultural? ¿educativo?) para la institución en medio de un montaje museográfico solemne (1) (2), sería bueno que, tal y como todos los museos “patrimoniales” serios del mundo, el Ministerio de Cultura empiece por generar el brazo financiero que permita costear un programa de adquisiciones de arte y objetos históricos patrimoniales para el MN, un trabajo que nunca ha emprendido de manera sistemática y financiada el Ministerio de Cultura (tampoco lo hizo la antigua COLCULTURA o el antiguo Ministerio de Educación Nacional).
No resulta desconocido para cualquier investigador local, que una investigación sobre algún artista del siglo XIX, XX o XXI no pasa por el Centro de Documentación del Museo Nacional, ya que los archivos fundamentales de artistas y/o galeristas están en manos privadas o han sido destruidos. Igualmente, puede afirmarse que el Museo Nacional tiene en su acervo menos del 0,5 por ciento de las obras de artistas importantes como Rómulo Rozo (sólo tres esculturas secundarias), Ramón Barba, Josefina Albarracín de Barba e, incluso, del icónico y ultralegitimado Alejandro Obregón. Resulta curioso preguntarse ¿Por qué la obra Violencia (1962) no fue adquirida por el Museo Nacional desde su fundación y, en cambio, fue comprada por Hernando Santos para su colección privada? La mayoría de obras y fuentes primarias para la construcción de la historia del arte en Colombia están en manos particulares, no en las instituciones museológicas con carácter “patrimonial” del Ministerio de Cultura.
Este nuevo esfuerzo del Ministerio de Cultura implicaría cortar la dependencia con el ojo aleatorio de los donantes (viudas, artistas y fundaciones), ojo casi nunca bien entrenado y con intereses muy particulares, y generar un programa de adquisiones específico, con partidas anuales crecientes y financiadas. Para que este programa de adquisiciones sea más o menos eficiente, se necesitaría un presupuesto equiparable al manejado para compras de arte, libros y documentos por el Banco de la República, lo que permitiría generar un estimulante contrapeso institucional, liberando el monopsolio institucional del Banco de la República en la compra de bienes muebles con carácter cultural.
Sería bueno que el Ministerio de Cultura, a través del Museo Nacional, ahora con carácter netamente “patrimonial”, empezara por comprar las “Galeradas de Cien Años de Soledad” que no compró en su momento el Ministerio de Cultura por ausencia de presupuesto (a pesar de que, en una segunda subasta, se ofrecieron por la mitad de su precio original). O comprara la escultura Bachué, del artista colombiano Rómulo Rozo, rechazada sistemáticamente por el Ministerio de Cultura y por el Banco de la República en varias ocasiones.
Podrían también recuperar un famoso biombo colonial neogranadino o la “Corona de Los Andes”, piezas coloniales vendidas en subastas norteamericanas hace ya más de una década. Podrían nacionalizar el legado artístico y documental de Andrés de Santa María, localizado en Bélgica desde su fallecimiento en 1945, así como adquirir la obra del mismo artista titulada Los dragoneantes de la guardia inglesa, depositada en el Museo Nacional en comodato desde 1995 hasta 2000 con un fallido compromiso de compra por parte del MN. Esta importante obra terminó decorando el comedor del Gun Club de Bogotá, por ausencia de iniciativa “patrimonial” del Ministerio de Cultura.
Sería bueno que esta nueva institución “patrimonial” del Ministerio de Cultura, envestida de un poder político y financiero propio, se apersonara de la reclamación internacional para la devolución del “Tesoro de los Quimbayas”, regalado ilegalmente por el gobierno de Colombia a la reina de España en 1892; o la devolución de las Láminas de la Real Expedición Botánica, depositadas en el Real Jardín Botánico de Madrid luego de ser expoliadas como botín de guerra por el general Pablo Morillo en 1816.
El enfoque “patrimonial” -existente desde siempre, en los museos que trabajan con patrimonio cultural y presente en la precaria política de adquisiciones del Museo Nacional- parece ser el nuevo descubrimiento del Ministerio de Cultura. Sin embargo, la Ministra no ha caído en cuenta del costo político, diplomático y económico de este enfoque. No sólo se trata de dar contentillo a la aristocracia cultural o a ese sector de la derecha colombiana que no gusta mucho del arte o que detesta las exposiciones que, con un manejo crítico del pasado evidencien lo cíclico de la estupidez en Colombia. “Patrimonial” no es sólo una palabra que permita ejecutar exposiciones solemnes, distantes y bonitas.
–
(1) – Es tradicional, en algunos museos patrimoniales, normas como no adquirir, exponer o recibir en donación obras de artistas menores de cincuenta años, lo cual resulta absurdo en los museos de arte moderno y contemporáneo, que por definición, se mueven en el territorio del riesgo.
(2) – El antiguo guión curatorial del Museo Nacional de Colombia terminaba en el 9 de abril de 1948, y discriminaba toda la historia contemporánea de Colombia. La única continuación de este discurso aparecía en la sala “Primeros Modernos” un homenaje a algunos de Los intocables de Marta Traba (inicialmente eran cuatro salas: una dedicada a Obregón y Grau, otra a Wiedemann y las dos últimas, a Fernando Botero). Sorprendentemente, para esta aproximación curatorial, el arte moderno había aparecido por generación espontánea.