Esfinge de los diamantes IV es una imagen del artista Álvaro Barrios. A la izquierda, una médium satisfecha exclama en el globito de las caricaturas: “La esfinge de los diamantes dice que los diez artistas más importantes del Siglo XX son Cézanne, Monet, Gauguin, Kandisnky, Matisse, Picasso, Duchamp, Pollock, Beuys y Warhol…” A la derecha, un hombre maduro clama: “Pregúntele, ¡Aprisa! ¿Quiénes serán los imprescindibles del Siglo XXI?” En medio de la escena flota una calavera brillante.
Sobre el significado de la esfinge Barrios es categórico: “es una crítica al posmodernismo, que acabó con los críticos de arte, con lo cual estoy de acuerdo. Marta Traba hizo un estilo de crítica propia del arte moderno: ‘El mejor es Alejandro Obregón’. Hoy no es así. La crítica de arte se hace a través de la curaduría.”
Así las cosas, ¿qué crítica le hace a la obra de Barrios la curaduría de la exposición La leyenda del sueño en el Banco de la República?
La revisión parte del siempre en el ahora, los comienzos de Barrios como coleccionista impenitente de historietas y los rollos que armaba al pegar las secuencias de las “tiras cómicas”: la dosis diaria de entretenimiento no bastaba, lo del artista barranquillero era adicción, sobredosis homeopática, extrañamiento informativo. Sumado a esto hay cuadernos de apuntes a velocidades varias, bocetos, emulaciones y sátiras. Siguen los “grabados populares”, un proyecto de largo aliento que libera las imágenes de Barrios de las parroquías museales del arte y usa la reforma protestante de los medios de reproducción masiva para difundir el mensaje: la imagen se reproduce en un periódico o revista de alta circulación y Barrios convoca a los creyentes a ceremonias autorales (una firmatón que le suma a los papelitos el aura de la rúbrica del artista).
Cerca a estas piezas hay seis cuadros de mediano formato cargados de voltaje, pulsiones de dibujo y collage que datan de mediados y finales de los años sesenta. Son obras oscuras, maltrechas, el papel parece chorreado con tinto, pero hay claridad: Barrios se dejó llevar con lucidez por el influjo de una yuxtaposición de mensajes. En estas piezas no hay un estilo definido —o un automatismo virtuoso y satisfecho de la práctica—, sino muchos estilos. Hay figuras reconocibles —un tarzán, un supermán, los Beatles— pero en vez de narrar, o de hacer arte sobre arte, aparece el mundo como ente complejo y Barrios —como médium absorto— es capaz de materializar lo que intuye en extrañas alegorías y fantasías.
A partir de ahí, en la exposición predomina el arte sobre el arte sobre el arte, más esfinges, series de san sebastianes con algunos altibajos, unas instalaciones entre las que hay unas más simples que sencillas y dos o tres apuntes síquicos. Todo esto es atravesado por una deriva a la estela de Marcel Duchamp.
Barrios afirma que este artista “fue un médium que produjo esa verdadera obra de arte [Fuente, el orinal], que era la actitud, no el objeto en sí.” Duchamp pasó los últimos 25 años de su vida sin hacer mucho, solo respiraba, jugaba ajedrez, y en un estudio construía en secreto su testamento: Étant donnés, una composición que traicionó el discurso categórico que se había erigido en torno a él. La obra se hizo pública el año posterior a su muerte (1969).
Barrios no hace en sus obras una alusión explícita a esta última provocación de Duchamp (tal vez porque se resiste a ser caricatura icónica), pero en la exposición sí se instaló una modesta caja empotrada en la pared. Se trata de El beisbolista perdido (1975), una obra rescatada del estado ruinoso en que la tenía el Museo de Arte Moderno de Bogotá.
Esta microinstalación corre el riesgo de pasar desapercibida, su cálida penumbra y un vidrio dificultan el registro, pero un silencio enigmático la pone a orbitar en la misma constelación íntima de la pieza póstuma de Duchamp. En este diorama onírico, un joven deportista acaba de lanzar una bola contra un paisaje firmado por Barrios, el cuadro se quiebra como espejo, al fondo del horizonte del cajón hay una estrecha apertura, un más allá invernal, un eco a la actitud lúcida del que sí fue capaz de mirar al amplio y ancho mundo con una bella indiferencia. “Yo recibo una luz y la transfiero —intuye Barrios—, y solo trato de que la maquinaria que provee esa transferencia esté bien. Agradezco poder transmitir lo que recibo.”
(Publicado en Revista Arcadia #101)