Es mucho lo que va de 1945 a nuestros días, pero existe un personaje que no cambia desde el comienzo de las guerras y los conflictos en cualquiera de las civilizaciones y es aquel que utiliza guerra para lucrarse y que es comúnmente conocido como «War profiteer», Aprovechador o Especulador de Guerra . No es el tipo de especulador a gran escala: la industria armamentista, los proveedores logísticos a gran escala como las corporaciones alimenticias, los fabricantes de uniformes, las corporaciones electrónicas, la prensa o en el caso de la guerra contra las drogas, los proveedores de químicos.
Es el aprovechador que antes de la guerra era un Don Nadie que vio en esa coyuntura, como San Pablo en medio de la batalla, la gran oportunidad de su vida para obtener fácil y rápidamente lo que su falta de talento le había negado en una situación de paz, tal y como lo expresa Tully en su pequeño monólogo. No obstante, Tully es un especulador de guerra sensible. Le parece terrible que tanta gente haya muerto. En ese sentido Tully podría haber sido, 60 años más tarde, un artista.
Tenía, avant-la-lettre, los dos ingredientes básicos para serlo. Sensibilidad y premura por escalar socialmente. No obstante carece de un ingrediente añadido más tarde por el discurso de la Responsabilidad Social Corporativa que el arte incorporó hacia los años 60 como mecanismo de impunidad moral y que es el de que, bien se puede sacar provecho de la guerra y la pobreza, siempre y cuando se diga que se hace para dignificar a las víctimas de ésta y que es lo que finalmente lo diferenciará ante el público del lenguaje de los fabricantes de armas y los gobernantes de derecha. Solo del lenguaje. Porque ese nuevo Tully lo último que quiere es que ese régimen de derecha y esa economía de guerra terminen. Ese Tully reza cada mañana para no perder los privilegios inéditos que una vez que se montó en el carro de la guerra obtuvo. Ataca a su gobernante de dia y de noche se aparea con el en sus sueños para crear su íncubo al dia siguiente.
Tully no es ya un chofer de jeep proveniente de un pueblo en medio de la nada. Es un escritor, un actor, un artista plástico, un curador, un gestor, un galerista, un músico popular de Miami o Madrid, un filósofo, un director de cine o un crítico que han cambiado el lenguaje infantil y cínico de un chico ingenuo de 20 años por el lenguaje florido, grandilocuente, sentimental y heroico que nos atropella como un carrotanque lleno de humo con sus fantasmagóricos llamados a la urgencia de la «responsabilidad popular».
Es posible que aquel Tully escasamente leyera nombres de Pin Ups. Nuestro cultivado y retórico Tully en cambio lanza a diestra y siniestra, cual Ninja logorreíco, sus estrellas cortantes y veloces, sus lecturas «políticas» prêt à porter de Gramsci, de Derrida, de Mouffe, de Foucault y sobre todo las del inefable Rancière, con su redefinición lobotomizada de la politica cotidiana que le permiten chuparle la leche a la loba de la guerra con un bello discurso y total impunidad moral.
Carlos Salazar