¿Qué hizo que usted estudiara arte?, le preguntaron en una conferencia al escritor, curador y gestor cultural Jaime Cerón.
Cerón dijo que en su infancia nadie le habló de arte y en la casa de sus padres no había obras o libros de arte, tampoco incluyó como experiencia la tarea impuesta en el colegio que obliga visitar museos y transcribir las fichas técnicas de las obras.
Lo que sí contó Cerón, como recuerdo definitivo en su vocación, fue la visita que hizo de niño con su padre a las proyecciones astronómicas al interior de la cúpula del Planetario de Bogotá. Cerón aprovechó la llegada a destiempo a la función para ir al baño. Subió al segundo piso y equivocó la puerta, extrañado entró al lugar. Un letrero rezaba: Museo de Arte Moderno. Las tres palabras llamaron poderosamente su atención; allí había un gran cuadro que enmarcaba una vista parecida a la del espacio de la sala; la representación lo intrigó, tenía la misma precisión de un espejo pero no lo reflejaba a él, era una pintura de Santiago Cárdenas. La atmósfera de la sala se comunicó de inmediato con algún espacio interior de Cerón. Y ese encuentro fortuito fue decisivo; Cerón fue a ver las estrellas pero salió estrellado, se encontró a solas y por azar con el arte.
Tiempo después el Museo de Arte Moderno se mudó a su actual mausoleo y en el Planetario quedó un eco vivo llamado Galería Santa Fe. Un espacio que en diciembre de este año será desalojado para alojar ahí la Sala Infantil de un Museo del Espacio que copará todo el planetario.
La programación de la Galería Santa Fe se reactivó a mediados de los años noventa gracias a la eficaz gestión de Jorge Jaramillo, que sería sucedido por aquel que alguna vez «despertó» a su fe bajo esa misma medialuna espacial: Jaime Cerón. La labor autónoma y creativa de estas dos personas consolidó el lugar que hoy una marea beligerante de artistas y profesores universitarios se esfuerza por no dejar desaparecer. A esta tarea se suman los funcionarios del Idartes que trabajan bajo amenaza porque las elecciones se avecinan y todo puede quedar a medias. Todos proponen opciones para la galería, una carrera acelerada que patina en el fango letárgico dejado por el burgomaestre caído. En poco ayudó la Fundación Gilberto Alzate Avendaño que durante tres años le restó protagonismo a esta sala para dárselo a su propia sede.
Por ahora se trata de salvar del ahogado el sombrero, mantener el nombre Galería Santa Fe, el espacio y un acuerdo que salvaguarde el lugar en la memoria para que no desaparezca en el aire mientras pasa de un sitio a otro.
A la Galería Santa Fe muchos no entraban por el arte ni por obligación, era un pasatiempo, un tiempo muerto entre función y función del planetario. Sin embargo, como dijo alguien en un foro, «al llegar temprano o tarde, pueden encontrar lo que no se les ha perdido. Que es, además, lo que les hacía falta.» Que lo diga Jaime Cerón.
Este ocioso equívoco debería ser uno de los elementos claves a tener en cuenta al pensar en el posible nuevo espacio de la que fue la galería de arte más vital y visitada del país.
(Publicado en Revista Arcadia # 49)