La expropiación como práctica creadora límite resultado de la socialización del texto hace fracasar tanto el discurso dominante como el discurso individual.
“La teoría crítica no desea vida tranquila alguna para un discurso privado como ése, más bien le expropia su terreno privado, lo proclama propiedad pública y se ríe de los esfuerzos del individuo por defender su espacio lingüístico propio.”
(4.31 p.m.)
10 / 07 / 2007
El autor
El concepto de lo fragmentario, que ha sustituido al antiguo concepto de ejemplo, representa en este punto un papel mágico. Antes, se aducía, para una consideración, un ejemplo determinado. Ese ejemplo debía ser trasladado después, metódicamente, a otros casos parecidos. Más tarde, a esa praxis se le criticó, con razón, que ignoraba la especificidad de cada caso singular. Hoy, la crítica se ejerce de manera fragmentaria, en aforismos, pinceladas y “textos abiertos”, y exige ser proseguida, en cierta medida, con el mismo espíritu. Y como antes, esa prosecución desmiente el esencial carácter acabado, finito, mortal de todo texto, de todo cuerpo y de todo deseo. Por ejemplo, nadie puede proseguir la deconstrucción tal y como Derrida la practica: es demasiado brillante, demasiado original, demasiado idiosincrásica, demasiado finita –demasiado mortal-. Los textos de la deconstrucción, que aparentemente quieren sólo demostrar muy modestamente, de manera fragmentaria, el trabajo del inconsciente textual, son, en realidad, brillantes escenificaciones, extraordinariamente singulares, que acoplan entre sí lo que en la cultura, de ordinario, no se acopla. Esos acoplamientos son sorprendentes, sugestivos e innovadores, pero no son, en modo alguno, demostraciones del inconsciente textual o lingüístico “en sí”. Sólo tienen sentido dentro de los textos de Derrida. Un texto siempre es leído de modo alternativo y “diferente” por cada intérprete concreto, y su interpretación no puede tener vigencia tan sólo como ejemplo entre otras muchas interpretaciones, potencialmente posibles. Porque mientras esas interpretaciones no se realicen de hecho, no puede decirse si son posibles o no.
La filosofía crítica quita a la razón, al espíritu y a la idea el status de valor de lo infinito, devaluándolos. Pero concede al cuerpo, al deseo y al texto el status de lo infinito, revalorizándolos. La filosofía clásica, en la variedad de Hegel, supuso que era posible una revalorización sin devaluación y que el entero mundo profano podía ser penetrado por la filosofía. La teoría crítica actual supone que la devaluación sin revalorización es posible, y que se puede ridiculizar, deconstruir e ironizar todo sin, al mismo tiempo, revalorizar algo. Para convencerse de ello basta echarle un ojo al fenomenal desfile victorioso de la teoría crítica a través [de] las instituciones, y a su éxito comercial, así como a la carrera filosófica que han hecho los conceptos y los métodos introducidas por ella. Bajtin mostró en su época, a ejemplo de Freud, que aquello que se tenía por la voz del inconsciente sólo era la voz del médico o del analista.32 Esa comprobación no significa que los métodos y el discurso del psicoanálisis deban rechazarse, sino sólo que están marcados por su autor y tienen carácter privado: de lo que se trata en ellos es, a fin de cuentas, de la escenificación artificial y finita de su autor, y nunca de la tarea del inconsciente como tal.
Era precisamente ese carácter privado, puramente humano, de todo discurso teórico, el que la filosofía clásica no quería aceptar. La nueva teoría crítica tampoco quiere aceptarlo. En su lucha contra la autoría, que entiende como autoridad, el criticismo postestructuralista consuma una especie de socialización del lenguaje, del texto y del cuerpo. En cierta manera, expropia la propiedad privada de quien habla o escribe individual o singularmente. Esa estrategia socializadora tiene, entre otros aspectos, un carácter político que la retrotrae a la ideología socialista clásica: el lenguaje es para la teoría crítica tan impersonal como para la doctrina socialista lo eran la tierra o el aire. El error cardinal de ambas teorías consiste en no querer ver que la socialización del lenguaje no sólo hace fracasar los discursos institucionalizados y dominantes, las instituciones de poder y las ideologías monárquicas, soberanistas y despóticas, sino, que también hace fracasar todo discurso individual que no pretenda el poder, sino que sólo aspire a una vida tranquila y libre en el limitado territorio que personalmente ha conquistado para sí la sociedad. La teoría crítica no desea vida tranquila alguna para un discurso privado como ése, más bien le expropia su terreno privado, lo proclama propiedad pública y se ríe de los esfuerzos del individuo por defender su espacio lingüístico propio. De hecho, ese menguado territorio lingüístico no llega al uso público, sino que simplemente es sometido a la simple teoría crítica, que lo administra en nombre de lo otro oculto y absoluto.
(5:10 p.m.)
Transcripción a cargo de Pablo Batelli de un fragmento de “El autor” del libro “Sobre lo Nuevo. Ensayo de una economía cultural”. Boris Groys, Editorial Pre-Textos. Valencia, España, 2005.
32 Publicado como V. N. Voloshinov, Frejdizm, Moskva, Leningrad 1927, págs. 158 y ss.