Unos días atrás, esferapública publicó en su cuenta de Instagram un post en Facebook del escritor Juan Cárdenas, que en pocos caracteres pretendía hacer un comentario sobre la relación del artista contemporáneo con el mercado (de arte), la moda y la academia. Me interesó responder un comentario, (de cuyo contenido me apropie para el título de este artículo), que replicaba que tanto mercado, moda como academia eran desde siempre parte del contexto de la creación artística.
En el canon del arte occidental, la única parte de la creación artística de la que puedo dar un poco de razón, y en la que creo, nos movemos todos en este momento; las organizaciones sociales que se vuelven instituciones, tales como la academia, el mercado de arte, tienen un origen: En la “edad de oro” flamenca, (un término que no debe utilizarse más) se establece el mercado de arte como lo conocemos hoy en día. Como un lugar de intercambio en el que artistas, con o sin intermediarios, acceden a compradores y coleccionistas, liberándose del mecenazgo de la iglesia o de la monarquía. De igual manera, la emergencia de las academias de arte, disolviendo las escuelas de oficios, se puede datar de alrededor del Siglo XVII en Francia. La historia de arte como disciplina, aparece en Alemania en siglo XIX.
El problema que me he planteado, no es preguntarse por la legitimidad de procesos de institucionalización desprendidos de organizaciones humanas, sino en describir sus acciones y operaciones dentro de la configuración del canon del arte occidental, que considero tiene una naturaleza exclusiva, es decir, funciona mediante la exclusión, y además, una naturaleza extractiva.
El tercer término que menciona Cárdenas, la moda, o el gusto, es tal vez el más difícil de capturar en su funcionamiento: lo cierto es que, bodegas de museos, así como las bodegas de muchos coleccionistas están repletas de obras de arte que responden al gusto del momento. Sin duda, es la moda uno de los argumentos psicológicos más fuertes en el momento de la compra de una obra de arte. “Lo compro porque es la misma artista que tiene mi vecina”. De igual manera, la moda, el gusto, ha hecho que posteriormente ciertos artistas sean rescatados del olvido. Como Boticcelli, para dar un ejemplo más general.
Gusto y mercado de arte han estado siempre estrechamente vinculados. Una mirada a varias ferias de arte dará como resultado variables que se repiten: los mismos artistas aquí y allá, hasta los mismos medios y los mismos colores. Algunos artistas desaparecen (para siempre), otros medios (video o fotografía), permanecen invisibles durante décadas.
Sin embargo, desde hace algunos años persiste dentro del mercado de arte la tendencia de producir una “ingeniería” en la historia de la recepción de la obra de arte. El, la galerista ha pasado de ser el o la “marchante” a convertirse en “descubridor(a)” de artistas que en otrora gozaron en ser parte de la moda, o que por el contrario, no era parte de la moda, porque en aquella época en que el o la artista trabajaron el público y los expertos no contaban con los elementos para entender la obra. La primera artista feminista, el primer artista indígena, la primera en…..por eso hay que comprarlo ya!!
Mientras el gusto, la moda en el arte, nunca ha tenido una expresión en una institucionalidad, y siempre ha operado en un nivel psicológico tanto individual como colectivo; si podemos decir que el mercado de arte y la academia demuestran dinámicas en las que su agencia es históricamente más predominante. Como todos lo sabemos la operación central del capitalismo contemporáneo de volver cada aspecto de la vida humana un producto financiero, está presente en el arte. Tanto en el mercado, con precios exorbitantes en transacciones que denotan la estructura de especulación financiera y de lavado de activos que sostienen en gran parte el entramado del mundo del arte; así como en la educación ofrecida dentro de la academia, cuyo costo está sometido a una hiperinflación que conduce a niveles de endeudamiento miserable en los futuros artistas. El resultado será que sólo aquellos que tienen recursos financieros serán los “bendecidos” de ser artista, curador, o galerista (en una oferta de trabajo del British Museum el salario para curador asistente era de 37,000 libras anuales. Un puesto sólo apto para aquellos que pueden pagar otros 37,000 anuales de su bolsillo para sostener su vida en Londres).
Lo cierto es que día a día, participar en la vida cultural y artística es un privilegio otorgado por el acceso a recursos, la verdadera cara de lo promulgado por las doctrinas liberales de las industrias culturales, que desgraciadamente encuentra muchos defensores; incluso dentro de los que promueven una ideología socialista.
Pareciese que la descripción más exacta y corta que se puede hacer hoy en día del mundo del arte es “dinero”. Las generaciones más jóvenes de los países post industrializados parecen haber comprendido este mensaje muy rápido: en una conversación espontánea en la universidad, el joven estudiante de 22 años apasionado por el cine, el arte, el diseño y la arquitectura me describe sin desparpajo ni vergüenza su “roadmap” para volverse artista en el futuro. “Primero estudio derecho, mientras tanto fundo una “startup”, luego la vendo por millones, y cuando tenga muchísimo dinero, me volveré artista”. La noción de la pasión, el trabajo dedicado durante décadas para dominar un material y convertirlo en material estético, de tomar posición frente al mundo a través de la creación artística no existe más. Tal vez, si declaramos estas nociones como “románticas” podemos superar la nostalgia que produce reconocer que ellas ya no operan en la construcción de subjetividades ni de colectividades. En lo particular, no me interesa tomar una posición entre “románticos” y “avantgardistas”, sino la descripción y sus operaciones.
Pues él, el joven, tiene razón. El arte es una cuestión de dinero: en los últimos años, curadores, comités de museos y la prensa asisten proactivamente y con gran emoción a las ciudades que albergan ferias de arte. Todos, en unos pocos días en la misma región, afirmando a través de sus medios sociales que están allí conviviendo en el mismo “ecosistema” (bonita noción que han acuñado los empresarios del mundo del arte). Pero una feria de arte es un evento originado desde el mercado de arte, determinado por su posibilidad de especulación o subsistencia financiera, por lo que niveles de representación de la creación artística que estará presente en ese “ecosistema” son de por sí bastante restringidos, y como hemos visto, responden a la moda, al gusto. En consecuencia, aquello que será recibido por la institución, es ya determinado por el mercado y el gusto del momento, dejando por fuera un gran rango de artistas, formatos, teorías y discursos.
Los niveles de precarización en el trabajo cultural y la falta de recursos para museos e instituciones, con escaso o sin budget para viajes de investigación, ha hecho que las ferias de arte logren coquetear con los y las curadores ofreciéndoles en algunos casos viajes pagos con alojamiento incluido, y el bienestar de un programa VIP. Misma estrategia sucede con periodistas y críticos de arte, cuya labor es también excesivamente precarizada: detrás de muchos artículos se esconde una galería que ha pagado por las palabras y por los viajes. (en particular, no creo que por la naturaleza de mis textos, yo vaya a ser recipiente de esos privilegios en un futuro cercano).
Eso explica porque la narrativa predominante de los medios de comunicación es la de estrechar al arte con la vida de celebrity y coolness, (una narrativa que permite al hijo de Joe Biden en convertirse en pintor), transformando nuestro discurso sobre lo estético de tal forma en la que hablar de dinero es más fácil que hablar de arte. Las operaciones de los medios, los costos de acceso a la vida cultural, un mercado de arte sediento en especulación y capitalización, ha hecho que lo contemporáneo del arte esté en un estado excepcional.
Jorge Sanguino