Y si el lenguaje tiene tantas palabras para la nieve, ¿qué podemos decir ante una pintura?: pigmentos de color esparcidos sobre una superficie, o para hablar como ficha técnica genérica: óleo o acrílico sobre lienzo. ¿Nada más?
La exposición La doble negación, de Delcy Morelos en Alonso Garcés Galería, es una oportunidad para experimentar los límites de esa respuesta. Pero no se trata de inventar nuevos términos o frases críticas (y crípticas) que sirvan para nominar cada gesto, no, sólo basta con observar. Una sucesión de estructuras rectangulares de entramados sostienen, línea tras línea, pequeñas gotas condensadas de color. Y así como la nieve tiene gradaciones, el conjunto de La doble negación responde con tonos claros y turbios a ese vasto espectro que va del rojo al blanco. Habrá quien sólo vea una simple reiteración, un estilo o una firma, pero esta obra paradójica consiste en lo contrario: tras un mundo infinito de grafos, una repetición regulada y limitada de normas y variables produce la alteración de un código habituado a la monocromía y se abisma en las infinitas posibilidades de una línea de color. La doble negación hace experiencia vital lo que el estéril ejercicio académico de teoría del color enseña como gradaciones; ha sido capaz de intuir todos los colores a partir de un solo juego binario y esta composición explota toda la simbología de una gramática irregular: un mundo tan rico y poderoso como aquel que afirman los esquimales en su interpretación de la nieve. Y no es sólo nieve (o rojo). Y no es sólo pintura.
La doble negación es una exposición concreta, física, y como lo dice Gustav Januch al referirse a la obra de Kafka, otro artista de la repetición en la alteridad, aquí “la forma no es la expresión del contenido, sino su poder de atracción”.
—Lucas Ospina
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