Parece interesante el proceso de escritura de un texto, aunque el texto no sea algo más ambicioso (ni a lo que se preste más atención) que un simple comentario a un estado de facebook. En el texto que queda en suspenso están los titubeos, tanteos, aparentes avances en firme que tal vez desaparecen en su versión final. Mucho trabajo de corrección y edición en vivo y en tiempo real. Es un trabajo, que en el modelado de nuestra percepción social del entorno sucede –preferiblemente- de manera invisible como parte de su estrategia de efectividad.
Si se cuestiona el lugar social y económico en el que se encuentra un observador potencial -ya no de arte, si no de móviles-, entonces, debe cuestionarse el lugar social y económico de quien oficia como curador; hay que recorrer ambas direcciones. El curador (que puede ser también un artista en donde curaduría sobre terceros y desarrollo de obra propia están imbricados) tiene, cada vez más claramente, un lugar social y económico progresivamente más fuerte y más sólido. Construir una apología de esta tendencia, descalificando por todos los medios a quienes pueden identificarla, es una afirmación de móviles y de propósitos. Se compara a la complacencia con la tala inmoderada: la curaduría inmoderada. El curador tiene como capital propio el espacio de sus relaciones sociales en el mundo del arte –museales, de gestión y de acceso al comprador-, y la capacidad de influir o forjar de la nada el acuerdo social sobre el arte que tiene o no valor.
Pensar que existe un arte por fuera de unos móviles –que tienden a uno sólo, pues en ello consiste la tendencia al monopolio- o de una intención, es una expresión manifiesta de la desesperación por la construcción de una apología de la ley del mejor predador -que existe paralela a reducir el arte posible al arte que se promociona desde el campo de la institucionalidad dominante, desde aquellos lugares empeñados en diseñar un acuerdo social del arte subordinado a sus intereses o a sus móviles (ideológicos, puede ser).
Entre estas instituciones de gran calibre, no existe la diferencia de opinión ni la discordia teórica, sólo una puja no resuelta a favor de ninguna por la instauración de un monopolio final.
Es inútil desconocer estos procesos, y es un recurso habitual de ese acuerdo social dominante eludir cualquier forma de crítica acudiendo a todas las formas posibles de la descalificación y la retaliación, o variantes afines. Hay quienes ven en ello la expansión de la oportunidad predatoria, y otros ven el riesgo de la tala inmoderada.
Pablo Batelli, Bogota, noviembre de 2012