Una serie de estatuas encubiertas, habitan Bogotá desde hace ya bastante tiempo. En distintos lugares del centro se pueden ver siluetas cubiertas de tela gris-cemento. Sobrias, casi como si quisieran pasar desapercibidas.
Pensemos que la tela que cubre la escultura no es un dispositivo de “conservación patrimonial”, pensemos que su función no es solo proteger el monumento del polvo que cubre la cara de sus ciudadanxs, en cualquier caso, y más allá de su función planeada, es un signo que aparece ahí y que produce una sensación de extrañamiento. El extrañamiento, logra develar el argumento de quien construye el monumento. La tela que cubre del polvo, nos da a ver algo que usualmente está cubierto, estos nuevos signos reiterados, nos interpelan como transeúntes: generan preguntas, nos invitan a imaginar respuestas.
Las figuras ecuestres encapuchadas aparecen en Bogotá como una suerte de insigne antimonumento, que finalmente evidencia que la manera en que se ha escrito la historia en este territorio cubre, antes que develar.
Los próceres y sus animales de compañía encapuchados se convierten en siluetas anónimas, que sin embargo dejan intuir la tipología de la figura humana que habita tras la capucha. El jinete, conquistador por antonomasia, deja adivinar al ilustre barón muerto, con su mano victoriosa, que empuña una espada invisible o tal vez saluda a un Füller omnipresente, donador del bronce para las esculturas que agradecidas, le hacen un guiño. Su guiño guerrerista y heróico, es un gesto de virilidad.
La serie de esculturas tapadas ¿serán obra de la ciudad que siempre está en obra? ¿Será un recordatorio de que en esas fechas conmemorativas no hay nada que celebrar? ¿Será el gran Nelson Fory, el artista cartagenero que cubre a Pedro de Heredia con capucha kkk y pone pelucas afro en nuestros próceres criollos (léase blancos)?
¿Invitaron a Christo a intervenir la ciudad, como política cultural que va de acuerdo a la ruina urbana? ¿Es una alianza entre las pussy riot y anonymus, (emblemas contemporaneos de luchadorxs encubiertos)? ¿O es otro acto iconoclasta de Doña Cecilia?
Tal vez la intención de la intervención, no pase por la ingenuidad de querer convertir en anónimos figuras que insinúan a los hombres insignes, esos con los que se construyó la ficción del estado-nacional. No importa acá quienes son, ,“su nombre es intercambiable” , su configuración socio-histórica es inmutable y su figura aparece reproducida hasta la saciedad en estatuas, billetes y museos.
Es posible, más bien, que nos hayan visitado miembros del GAC (Grupo de Arte Callejero), en una nueva versión de la obra más boicoteada del bicentenario, que con sus luces incandescentes nos invitan a destruir monumentos a genocidas, los mismos a los que Fory decide encapuchar.
Tal vez es otra acción colectiva como la que propuso Juan Carlos Romero para la celebración del Bicentenario en donde retomando la constitución Haitiana escribe que a partir de ahora TODOS SOMOS NEGROS recordandonos que la independencia de Haití, la primera en América, es la independencia que podría llevar a una independencia radical de todxs los cuerpos “otros”. Una identificación subalterna universalizada, desestabiliza la episteme occidental.
Otra hipótesis, es que sea una acción de María Galindo, que pone de relieve que para levantar a un ícono, tan poderoso para América Latina, como la virgen, hacen falta muchas manos, invisibles, manos de mujeres colonizadas, manos racializadas y empobrecidas, manos expropiadas de la historia. Pero también hace referencia a lo que los monumentos construyen, es decir, identificaciones, genealogías, historias lineales, que intentan englobar a aquellxs que fueron dejados de lado, a aquellxs que no concordamos con ese sujeto iconico.
En cualquiera de los casos, esta acción es una blasfemia necesaria (no en el sentido que le dan los patriarcas en el poder, que consideran la blasfemia como razón para encarcelar), sino en el sentido que propone Haraway, como forma de mutar los discursos con los que hemos sido construidxs. Blasfemia, como manera de borrar los discursos religioso-seculares con los que se construyó una nación blanca-viril, que se hufana héroes mercenarios que regresan en forma de Santos a salvarnos de lo diferente, (a ellos).
Tal vez es un signo azaroso que aparece para darnos un sacudón, bien merecido, del letargo en que habitamos el desastre de procuradores fanáticos, de presidentes paracos, de indígenas vituperados, de mujeres como botín de guerra, de precariedad laboral, protagonistas de novela y opera al parque, de crímenes de estado, de todo pasó a mis espaldas, de arte como mercado, de monumentos como preservación de la historia única.
Mónica Eraso