Juan Obando. Lanzamiento de la revista Anti-oquia. Casa Tres Patios. 4 de agosto (6:00 pm-10:03 pm). Medellín.
Cómo hace de falta Fernando González, de quien Darío Ruiz Gómez dijera que “hizo con el asco y la ira moral necesarias, el recuento de la degradación de las costumbres políticas del país, de Medellín, siempre con la perspectiva de estar cayendo en el vértigo de lo peor.” Era un imprescindible, pero murió, como todos.
Cómo hace de falta que miremos nuestras miasmas, repitamos lo mal que estamos y nos embelecemos con el panorama. Ya casi nadie dice nada sobre lo lindo que es vivir aquí. Muy pocas personas hablan de cositas como el desplome de los Cuerpos Especiales, el tráfico de humanos, el fracaso deportivo (del narcotráfico no, porque desde 2003 no hay ¿sabían?). Es decir, si una serie de televisión -por meterme a opinar sobre lo que todo el mundo opina-, trata de reconstruir un pasado reciente y los columnistas le caen encima no por sus nocivos niveles de sobreactuación, sino porque simple y oportunistamente remueve la tierra de tanto muerto cercano, estamos mal. Pero sí. Esa es la actitud. Preferimos mirar a otro lado (yo, por lo menos).
Entonces, en una ciudad donde hay quizá demasiados grafitis de “Santos TRAIDOR”, se lanzó el sábado 4 de agosto la revista Anti-oquia, resultado de una convocatoria para que quien quisiera enviara y cuyo comité editorial se hacía en público. Entonces, empanadas, revista, aguardiente. Un machote montado contra una tabla iluminada por dos lámparas que herían la vista, donde estaba cada una de las 84 páginas de los proyectos seleccionados en un evento previo. Imágenes donde se comentaba la celebración de nuestra dependencia nacional; una serie de carteles elaborados por Natalia Ávila para recordar la malhadada Operación Orión y otras bellezas del pasado reciente; dos imágenes de la serie Jody Call, de Juan Peláez; un comic de Joni Benjumea donde unos humanos que se drogan discuten sobre los problemas de la desposesión indígena en el Cauca; una comparación entre la imagen de un soldado -profesional-, que lloraba porque le habían echado de una base donde el Ejército lo tenía aguantando tristeza y otra de Fernando Botero -el artista, no el ex-ministro-, que muestra a una monja con lágrimas en el rostro; un mosaico de un ex-mandatario besándose a sí mismo. Eso recuerdo. Pensad: había aguardiente.
La selección de imágenes que presenta la revista Anti-oquia recupera lo mejor de la bilis que González y otros polemistas insignes han vertido en honor de la abyección local. Un acto que inicialmente no tiene nada de malo, ni resulta edificante, ni incomoda. ¿Esfuerzo inútil? Por supuesto. Esos temas no son sexis, son fácilmente instrumentalizables como retórica de oposición y a los cuatro años habremos de volver sobre ellos para retractarnos (yo, por lo menos). Sin embargo, sirven para no olvidar ciertas cosas y entender que el camino a la Prosperidad Democrática está plagado de obstáculos -y buenas intenciones-. Antio-quia es un archivo al que deberemos volver seguido. De hecho, en su lanzamiento muchas personas reían ante los chistes, se indignaban, maldecían y algunos decían que estaba muy bien pero no dejaban de preguntarse por el destino de tanta crítica. Ya se ha dicho que hay lugares donde la gente prefiere no hablar de algo para tratar de que eso no exista. Y esa, en sí, es una de las mejores ideas de la humanidad (certificada). Pero por ahí se cuela la reiteración.
Tal y como señalaba en algún momento Santiago Reyes Villaveces, es posible ver un periódico como una máquina del tiempo detenido. Imaginen que un señor educadísimo decide jugar con el dinero ajeno o que años más tarde, un alcalde que es la encarnación misma de la rectitud decide jugar con las obras de infraestructura de una ciudad que parecía odiar con el alma, entregándoselas a unos empresarios bien criados y mejor educados. Imaginen que ni al señor educado, ni al alcalde riguroso les sucede nada. Que a la sombra de sus actuaciones se redactan emocionadas cartas de denuncia, caricaturas, editoriales, chistes. Y que sólo eso es lo que nos queda: manifestaciones de impotencia. Siguiendo la afirmación de Reyes, Anti-oquia podría verse como la edición especial de un noticiero cocinado en la debacle del régimen uribista y servido en la indefinición del tartamudeo santista. Quizá lo malo de ella sea que nos recuerde que más que quejarnos, nos fascina reunir muestras de incomodidad colectiva. Y nada más. Nos subimos a la máquina para ver pasar cosas, y escribir en su contraportada el número de expresiones de odio contra el presidente actual que hay en una ciuad hermosa.
–Guillermo Vanegas