Conocí a Conrad Atkinson hace cerca de tres años, más exactamente en septiembre del año 2012. Decir que lo conocí en este caso quiere decir que hice contacto con él por medio de un email que Laurie Kazan-Allen (Directora de IBAS) me había facilitado, contándome que en el Reino Unido un artista amigo de ella había trabajado el tema del asbesto, desde el campo del arte, hacia 1978, en la Serpentine Gallery, cuando el arte político ofrecía formas novedosas para entender a la sociedad y su libertad no era un simple reflejo de la libertad con que la economía del arte contemporáneo engulle sus promesas y sus simbologías, disfrazadas de falsa queja.
Posteriormente descubrí que esa obra se llamaba Asbesto: los pulmones del capitalismo, y más exactamente era una instalación que se mantenía fiel a los procedimientos formales que años atrás le habían dado a conocer en la escena londinense de la época: recortes de prensa, objetos en asbesto, fotografías, reportes médicos e historias clínicas, y fotocopias que ayudaban a crear la forma de dos pulmones en una descuidada presentación que arremetía contra las presunciones “artísticas” de la época, pero que igualmente le permitían, más que ofrecer una experiencia estética, enfrentar al espectador con un caudal preciso de información sobre hechos puntuales que afectaban a la sociedad inglesa de su momento.
Eran los comienzos del arte como práctica artística, cuando Conrad emplazaba en una balanza la vida humana y las ganacias de las compañías, oponiendo de esta manera, las inconsistencias éticas del modelo de desarrollo que las democracias dominantes del occidente triunfante imponen al planeta entero. Aclaremos que por democracia debemos entender capitalismo, una esfera de valores suspendida sobre el espacio social en donde todo tiene un precio, y el dinero es el valor supremo. Hoy en día la supremacía del mercado en el mundo del arte no es más que la conquista de un espacio de disidencia por los valores que más se acercan a reflejar los principios simbólicos que guían a la cultura del capital, y de todos aquellos que propugnan por mantener el sistema económico actual.
Desde el quehacer del artista, para Conrad significaba romper también con las jerarquías entre la disciplina de la producción, los métodos para llevar adelante el trabajo y los medios empleados para tal fin, según lo reconocería más tarde Lucy Lippard en un texto dedicado a su obra. Y esto era algo que la escena británica venía trabajando desde hacía diez años atrás.
Y si se propone una plataforma más ambiciosa aún para estender estas elaboraciones, lo más importante lo constituía la posibilidad de generar pensamiento, creando puentes alternativos para la elaboración de significados que lograran rivalizar de manera activa con la producción de pensamiento desde los medios de comunicación, la cultura del entretenimiento, la política tradicional, la publicidad y los discursos velados del corporativismo multinacional. Era la mejor expresión de la vanguardia en la alta modernidad, que hoy en día podemos ver con una dosis de nostalgia y por qué no? cierto grado de indulgencia.
Más de medio mundo del arte arremetió en su momento contra Atkinson, tachándolo de aburrido, evidente y falto de imaginación para abordar los problemas que planteaba su trabajo. Para muchos lo que hacía Conrad no era arte sino simples comentarios sociales.
Sin embargo, el paso del tiempo le fue dando la razón, permitiendo que variados y diferentes elementos estratégicos tanto formal como conceptualmente, terminaran integrados años más tarde en la sospechosa y resplandeciente escena británica que cogió vuelo desde finales del siglo pasado (Léase YBA por ejemplo).
Me permito presentar un prólogo que Conrad Atkinson escribió para un libro titulado “Picturing the system” y que fue publicado en el año de 1981 bajo el sello Pluto Press con motivo de una retrospectiva en el ICA (Institute of Contemporary Arts) de Londres.
Señoras y señores, con ustedes el Señor Conrad Atkinson (Aplausos)
Imaginando el sistema
Brecht dijo alguna vez que quería un arte que fuese capaz de representar los intangibles poderosos que tan profundamente afectan nuestras vidas, como el mercado internacional del trigo. A pesar de que en la década de 1960 todavía no había leído esto, en ese momento quería encontrar una forma de enfrentar a los poderosos intangibles que yacían detrás de la guerra de Vietnam, el racismo, la Comunidad Económica Europea y manifestaciones como la Ley de Relaciones Laborales, de tal manera que la estética no opacara ni interfiriera con la cruda realidad.
Muy pronto y de muchas maneras, se hizo evidente para mí que estas intenciones y estos temas no eran considerados una zona adecuada de trabajo para los artistas. La crítica más suave decía que ello era “aburrido” y la crítica más fuerte decía que no eran “políticos” de la forma en que los retratos de hombres de negocios y las casas inglesas no lo eran.
Los artistas son productores culturales, en la medida que son productores de significado. Resulta fácil decir que el artista produce arte pero ese arte no nos ofrece ninguna información. Por lo tanto es más apropiado decir que todas las sociedades producen y cultivan las condiciones que nutren el tipo de práctica cultural (arte y artistas) que se necesita para mantener la ideología de un sistema en particular, y que la función del sistema es mantener los sistemas de control invisibles. En estas circunstancias, los artistas que se oponen a estos aspectos de la sociedad tienen pocas salidas, excepto tratar de visibilizar estos controles para el análisis.
La ideología del sistema se cuela en nuestros cuerpos, a través de nuestros oídos, de nuestras manos y por entre nuestros ojos. Satura nuestra conciencia y ahoga nuestra conciencia como polvo de carbón, de asbesto y de radiación, penetrando nuestros pulmones, nuestros corazones, nuestras mentes.
Para estructurar este asalto sobre nuestras mentes y cuerpos, tenemos que buscar la manera de imaginarlo. He intentado hacer esto por medio de diferentes enfoques y estrategias, desde el uso de impresos de la bolsa de valores en Trabajo, Salarios y Precios – la forma en que el sistema se ve a sí mismo – y del “Triángulo de oro” como una metáfora de la Comunidad Económica Europea y la periferia de Dublín y Liverpool, derrumbándose bajo los asaltos de la des-industrialización y la des-habilitación que las multinacionales ciegamente van moviendo sobre la superficie del planeta, a la búsqueda de ganancias, aplastando a los seres humanos en su camino. Esto fue documentado precisamente en Anniversary print.
En este sistema que distorsiona de esa manera nuestros sentidos, la idea de producción cultural es en sí misma una distorsión grotesca. Se ha mutilado el sentido de la palabra “artista” para convertirla en la imagen de un especialista que negocia una construcción tipo Hollywood de la “sensibilidad”, la “sensación”, la “belleza”, el “sentimiento”, la “visión” y la “creatividad”. Esto me lleva a rememorar una frase de Stanislav Lee: Te doy píldoras amargas con recubrimiento en azúcar, las píldoras son inofensivas, el veneno está en el azúcar.
El título de este libro es Imaginando el sistema. El problema con este título es que da la impresión de que tiene una visión objetiva de un sistema complejo, pero el objetivo de mi trabajo es sugerir que las prácticas artísticas, y por consiguiente los artistas visuales, están embebidos en el sistema de una forma trivializada y banal. Las contradicciones por lo tanto se vuelven aparentes. El sistema satura la imagen que pueda tener de mí mismo, al igual que las imágenes que hace de sí mismo el propio sistema, para no mencionar la imagen que tiene la gente del “artista” o de una “obra de arte”. Los artistas son vistos como soñadores de un mundo efímero del que no se puede hablar, desprendidos de la realidad material; una imagen que muchos artistas se creen y la pintan. Son ahora los verdaderos “Filántropos harapientos orgullosos de su vestimenta”.[1]
Sería muy sencillo si simplemente el socialismo fuera lo contrario del capitalismo. Sería muy sencillo si una pintura al óleo, clara y directa, sobre el jefe de policía de una de nuestras grandes ciudades, pudiera mostrar los cambios hacia la barbarie que han sufrido estos jefes de policía en los últimos veinte años. Sería muy sencillo si el capitalismo fuera homogéneo y el socialismo fuera homogéneo y los dos sistemas pudieran ser reconocidos como entidades separadas. Desafortunadamente ese no es el caso. En un mundo así, bordado, acolchado y elaborado como un tapiz cuidadosamente tejido de engaños, me parece que lo que se necesita es tener una visión clara y honesta de las cosas, que no deje nada en la oscuridad y que lleve tan lejos como sea posible, el rechazo a las posibilidades simplistas de las cosas.
Agosto de 1981.
Traducción al español: Guillermo Villamizar (2014).
[1] The Ragged Trousered Philanthropists. Novela de Robert Trassel (1870 – 1911) sobre las difíciles condiciones de vida de la clase trabajadora a comienzos de siglo XX. Fue publicada después de su muerte, en 1918, y sigue teniendo una gran importancia por sus apuntes sobre las relaciones industriales