Hablar por la herida

Existe una costumbre en el gremio de los reporteros de Palacio, que consiste en hacer pasar por conocimiento lo que escuchan en sus pasillos. Hacer pasar por. Esa es toda una profesión: Estudiar cinco años para hacer pasar por, en nombre de otro. De modo que el fragmento de relato escuchado, junto a otros fragmentos, apenas alcanza a construir un esquema interpretativo. Lo que hace el reportero es acomodar los fragmentos en la retícula que le ha proporcionado su autoridad editorial. El reportero no es un autor; el reportero es un reportado; quizás, un deportado, en el orden del discurso. El reportero de Palacio es, en definitiva, el mandadero que traslada fragmentos de relato por una vía concesionada, que conecta a su editor con el operador político.

El esquema de transmisión anteriormente descrito posee una extensión metodológica que se ejerce en el espacio del reporteo de arte. La retícula determinante del editor estructural fija el rango de conexión interpretativa del reportero. Se viaja a la Bienal de Sao Paulo, no para conocer algo nuevo sino tan solo para confirmar lo que ya se sabe; para poder “hacer pasar por” análisis lo que apenas se constituye en anécdota. Esto no corresponde a una falla de la máquina de escritura (que corresponde al periódico encuadre de los elementos), sino que configura un atributo suplementario que fija la tela encubridora que obstruye el acceso a la herida narcísica.

En la lógica de Palacio, la herida narcísica es in-borrable. El editor del diario lo sabe y envía al reportero a señalar a-cómo-de-lugar la herida como demostración de la inhabilidad de los operadores de piso. En la lógica del periódico informante, la herida debe ser designada como el lugar del habla. Entonces, hablar por la herida. El Palacio habla, por no lo hace por la herida, sino por la boca del vocero, tomada al pie (del cañón), porque teme que aqui su relato le den un pisotón. Palacio no acepta (la posibilidad) de la cojera.

El reportero de arte señala el lugar del pisotón; es decir, delimita, describe la costra sobre cuyo relieve se ha tropezado el curador de la Bienal de Sao Paulo.

El vocero de Palacio trabaja en el escamoteo de la herida, mientras que la reportera –cambio de género- del arte transfiere la costra hacia la herida que no corresponde. Dice que otro dijo: “esto es muy triste”. Es de suponer que hay alguien que dijo algo desde una posición que lo habilita para declarar su tristeza como una muestra de la descalificación buscaba. Sería nada menos que un operador de Venecia; es decir, La Bienal, que la reportera instala en medida transportadora de su propio dolor y que desconoce el texto –ya antiguo- de Ivo Mesquita, sobre la crisis de las bienales; en particular, la veneciana.

¿Qué otra cosa podía decir un enviado de Venecia, sino hablar de cómo pasar una factura? La reportera reproduce la herida narcísica del veneciano y se la remite al curador paulista; es decir, monta el relieve donde fabrica el tropezón de este último. Su escritura rasca la costra para exponerla a los gérmenes patógenos de la ambientación editorial y promover la infección representativa.

El reportero de Palacio y el reportero de arte comparten un mismo mecanismo, repito, que consiste en acomodar fragmentos que recoge para mostrar lo que ya sabe. La reportera de arte del periódico en cuestión sabe que la tristeza declarada por el veneciano confirma la necesidad de elaborar una lectura del proyecto de Ivo Mesquita, como si fuera este la defección del modelo referencial. De ahí que Venecia hable por la herida, reporteada en consecuencia por nuestro periódico referencial.

Justo Pastor Mellado
http://www.justopastormellado.cl/edicion/index.php?option=content&task=view&id=518