El curador y crítico Guillermo Vanegas es el segundo invitado a la serie de entrevistas que estamos realizando en el marco del proyecto #LeerLaEscena.
¿En su opinión, qué transformaciones o cambios de fondo se han dado la escena del arte en los últimos años?
El patrocinio a la experimentación pasó del sector público al privado. Y decayó. Ahora se experimenta para vender mejor. Este es un esquema extraño que ha terminado por enmarcar rigurosamente cualquier tipo de avance que se quiera dar. Y no se trata necesariamente de una imposición institucional: la Cámara de Comercio de Bogotá lidera este cambio de manera más radical (manteniendo programas de exhibición periódicos no-necesariamente-Artbescos y otros de índole educativa) y le siguen entidades exitosas en el delicado manejo de la financiación mixta (MDE y MAM en Medellín, La Tertulia o Lugar a Dudas en Cali, La Usurpadora en Puerto Colombia), u otras históricamente desastrosas en lo mismo (el MAM bogotano). Frente a ese panorama, artistas y curadores han tendido a autoregularse realizando propuestas que son, ante todo, valores seguros de proyección comercial (bien sea en el mercado de objetos o en el de contratación curatorial). El caso más patente de esta domesticación es el programa exhibitivo de NC-arte.
De otro lado, las Fundaciones que se crearon con vocación de apoyo hacia ese sector pasaron sin pena ni gloria (el fiasco de MISOL ha sido el más sonado) o se fusionaron con iniciativas preexistentes (el éxito de NC-arte al catapultar –por motivos más políticos que estéticos– a su directora hacia el Museo de Arte Moderno de Bogotá, es el más sonado).
Como en todo, la formación en artes pasó a estar dominada por las universidades privadas. Y eso trajo problemas emocionales. Hoy, más artistas egresan más endeudados con menos opciones de trabajo. La frustración se ha convertido en un síntoma silencioso que ni despierta indignación ni suspicacia, sólo molestias leves. Estos artistas no se quejan de la reducción de oportunidades laborales, pero tampoco están felices haciendo arte. A veces migran y si vuelven, regresan a lo mismo.
Se amplió el sector comercial. Surgieron más galerías y pareció haber un repunte en la venta de arte. Sin embargo, desde el año anterior el mercado se contrajo. Los que nunca vendieron ahora podrán hacerlo menos y quienes lo hicieron, ahora diversifican con mayor agresividad sus métodos de venta (en vez de esperar a que todo se vaya cada octubre, ahora le apuntan más a conceder crédito, crean nuevas listas de amigos, organizan más brunchs y ofrecen más lotes de obra a empresas). Aquí retorna el fantasma de la supresión de la experimentación: como la idea es sostenerse en un sector competido, lo mejor es decantarse más pronto que tarde, y con verdadera vehemencia, por la decoración.
Con la aglomeración de eventos culturales y artísticos a finales de año —con ArtBo, la Feria del Millón, la Feria del Espacio Odeón y Barcú—, podría pensarse que la actividad se ralentiza los otros once meses del año. ¿Cómo cree que afecta la actividad artística en general?
No tanto la ralentiza como la homogeniza. De hecho, a partir de la segunda semana de febrero no dejan de ofrecerse multiplicidad de eventos. Eso sí, todos iguales.
Han pasado varios años del llamado boom de los espacios gestionados por artistas ¿cómo percibe esta escena en la actualidad? ¿qué papel han tenido en lo relacionado con replantear formatos de exposición y/o discusión?
Esta vertiente también se normalizó. Ahora es una más de las áreas de trabajo de los productores visuales más jóvenes. Se percibe una saturación de (la misma) oferta (de siempre) y, paradójicamente, es en los escenarios, eventos e iniciativas (pobremente) sostenidos con (los cada vez más exiguos) dineros del Estado, que se encuentra lo más interesante del devenir del campo artístico en los últimos años.
¿Dónde cree que deberían concentrarse las discusiones y los debates sobre arte hoy en día? ¿Cree que espacios como Arcadia o [esferapública] siguen siendo relevantes en la formación de opiniones frente al boom de las redes sociales?
No son espacios relevantes. Ahora la discusión está en el entorno privado del muro de fb de cada quien o a la conversación cotidiana. Se percibe un desánimo respecto a la publicación de crítica en medios, por cuanto se espera de ello un resultado efectivo a corto plazo. Y eso generalmente no sucede. También pasa lo contrario, que quien critica no vea satisfechos sus reclamos sino sufra un señalamiento social (debiendo dejar de criticar o buscarse nuevos nichos de amigui). He visto a las mentes más lúcidas de esta generación destruidas por la soledad post-publicación de una crítica. Y lo saben. Entonces ahora juzgan menos y siguen pasándola mejor entre colegas semi-empleados atentos a cada nuevo vehículo de financiación.
Desde su experiencia como curador del pasado Salón Nacional de Artistas, ¿Qué aspectos o procesos cree que se deben fortalecer y cuales se deberían replantear?
El más importante sería el de la ubicación profesional de los egresados. Tanto dinero invertido en educación para salir a aplicar a nada es algo supremamente grave en términos de pertinencia en la formación en artes que se ofrece en el país. Creo que la solución está en que se fortalezca la iniciativa de los gobiernos locales (que suelen contratar a los artistas profesionales para que cumplan labores de educación en tanto colegio donde nunca se dicta una clase de artes medianamente decente) o la recuperación por parte de las Secretarías de Cultura de tantas capitales de la siempre bienvenida práctica de convocar o hacer exposiciones de arte dirigidas hacia ese sector (que desaparecieron casi por completo). Lo otro sería que los voluntarios de tanta organización privada que se dice independiente, empiecen a cobrar por sus servicios. O renuncien y armen otro proyecto.
Le sigue el decaimiento de la inversión en infraestructura para la exhibición. Por desgracia, el boom del arte (de los artistas con galerías ubicadas exclusivamente entre Chapinero y San Felipe), vino a coincidir con la desaparición de espacios físicos estatales o el decaimiento de proyectos exhibitivos completos. El problema es que, como se dijo antes, los artistas afectados por esta situación “no se quejan de la reducción de oportunidades […] pero tampoco [se atreven a exigir mejores oportunidades de hacer] arte.”
El país atravesó casi seis meses de agitación política y social desde el referendo del 2 de octubre. ¿Qué papel cree que tuvieron los artistas, las instituciones o los críticos en este proceso? ¿Qué piensa de, por ejemplo, el caso de Doris Salcedo?
Ni artistas, instituciones y críticos hicimos nada para intervenir en el proceso previo al triunfo de los amigos del degüello continuado. Estábamos tan felices y autosatisfechos con lo que se iba presentando que simplemente dejamos que aquello siguiera su rumbo. Nadie pensaba que iba pasar algo distinto. No obstante, hubo artistas atentos. Una sola, de hecho: en la transmisión de firma del tratado en Cartagena, la única persona de este gremio que salió en cámara fue la misma que (guiño-guiño) después desplazó un movimiento de ocupación en la principal plaza del país para (im)poner (a como diera lugar) su arte. Creo que se llama Doris Salcedo, o algo.
¿Cree que la esfera artística tendrá un rol importante en el posconflicto? ¿Cómo puede contribuir a éste sin caer en prácticas asistencialistas?
Por supuesto y para mal. A no ser que los artistas defiendan en serio la posibilidad de hacer cosas inútiles, los curadores la necesidad de obtener mejores condiciones de trabajo para ilustrar cualquier tipo de temas y los investigadores la dedicación a asuntos deliberadamente absurdos, el Estado no se olvidará de ellos cuando les necesite para promover estrategias de diplomacia cultural (ArCo 2015, Encuentro Francia-Colombia, etc).