Sergio Rodriguez, editor de la Revista El Parcero (y con quien conversamos hace un par de meses en esferapública) visitó todas las exposiciones del Premio Luis Caballero y publicó en días pasados una guía con comentarios críticos, datos prácticos y algo de humor.
La guía EP para el VIII Premio Luis Caballero
El Premio Luis Caballero es un evento que se promociona como el más importante del arte colombiano —igual que lo hacen ArtBo y el Salón Nacional de artistas desde sus propias orillas—. Importante, a veces se usa como un título aristocrático, como un recuerdo de tiempos mejores. En este caso, es en parte cierto. Lo que hace al Luis Caballero tan particular, tan importante, son dos cosas: que solo participan artistas con más de treinta y cinco años de vida con una trayectoria consistente, y que es uno de los pocos eventos artísticos que quedan con el nombre de premio; o sea, que se define como algo competitivo —dan 35 millones de pesos al ganador y unas letras doradas para poner en la hoja de vida—.
En la versión actual, vamos en la octava edición, ocho artistas muestran exposiciones producto de una investigación financiada —15 palos— y compiten por el premio gordo. Las ocho exposiciones se hacen simultáneamente en distintas partes de Bogotá, y dentro de los parámetros de evaluación se mide, entre otras cosas, qué tanto se integró la obra al lugar que cada artista escogió, qué tanto se pensó para hacerse en ese espacio específico. Ese es un requisito reciente, porque antes de que todo el planetario de Bogotá se dispusiera para ser, pues, planetario, había una galería de paredes curvadas llamada Santa Fe, donde los artistas participantes del premio se turnaban para mostrar sus proyectos.
Para algunos la desaparición de la Galería Santa Fe es un golpe para la calidad y la tradición del premio, más o menos su condena de muerte, para otros fue beneficioso abrir el premio a toda la ciudad, porque permitió más flexibilidad para que los artistas escogieran sus propios espacios. Como dicen, unas por otras. En un futuro incierto, si la burocracia y la política lo permiten, la nueva Galería Santa Fe se construirá en la antigua plaza de mercado de la Concordia, en la Candelaria.
Este año, lastimosamente, y quién sabe por qué razón —tal vez para aprovechar la oleada artística que ocurre a principios de octubre— anunciaron al ganador muy pronto; y eso que todavía queda mucho tiempo para que se cierren las exposiciones, hasta el 15 de noviembre. Los de la organización y los jurados no dejaron que se produjeran tantas especulaciones, apuestas, chismes, malhabladurías y discusiones acerca de quién podría haber sido el ganador sino que soltaron el nombre del artista Juan Mejía casi al principio de las inauguraciones,dejándonos a varios medio aburridos. Cuál es la gracia de ver una competencia si ya se sabe desde antes al ganador. Hay que tener en cuenta que toma un buen tiempo recorrer todas las exposiciones con cuidado —mínimo un par de días— para hacerse una idea y un diagnóstico de las propuestas en general, hay que dedicarle un poco de tiempo y energía. Decir al ganador tan pronto es una embarrada porque quita el suspenso y la motivación para visitar las exposiciones de los otros artistas. Muchas personas podrían decir ‘mejor solo vamos a ver al ganador, quel resto pa’qué’.
Entonces, aquí, para que no digan eso y se animen a pegarse la caminada —o no— y para que se hagan una idea de lo que pueden encontrar, les dejo unos cuantos comentarios sobre las ocho exposiciones. Como consejo general, visiten las exposiciones con calma. Antes de ir prográmense con varias horas libres, consulten los horarios y los días de apertura al público —por ejemplo, Phoenix, en el Centro de memoria solo se puede ver de noche—. Ya en las exposiciones vayan despacio, pregúntenle a los guías, tomen fotos para molestarlos, tómense un juguito para descansar, vean qué otras cosas ofrecen los edificios o las zonas que hospedan a las muestras —a veces otras exposiciones, a veces la arquitectura, a veces floristerías—, paseen y pásela bueno.
Héroes Mil — Juan Fernando Herrán
Monumento a los Héroes | Autopista Norte No. 80 – 01
La exposición se encuentra en la estructura interna del monumento a los Héroes en la autopista norte, que quién iba a pensarlo, es un muy buen lugar para hacer exposiciones de arte —deberían hacer una galería ahí, ¿no?—. En el primer piso de la estructura, Herrán instaló unas esculturas con formas de pedestales hechas con listones de madera cruda, como si fueran embalajes gigantes, y en el segundo piso hay una proyección de dibujos a lápiz que se van formando poco a poco. Son reproducciones de imágenes que tienen que ver con cómo se representan a los héroes en nuestro país: desde las inauguraciones de monumentos bronceados y marmolados donde el político de turno corta la cinta, a esa famosa propaganda del ejército celebrando el bicentenario de la independencia; la que dice que los héroes en Colombia sí existen.
La exposición es el resultado de algo que Herrán ya sabe hacer muy bien, combinar aspectos formales escultóricos muy trabajados y una investigación profunda. Es muy recomendable ver otras cosas que ha hecho el artista en toda su carrera para hacerse el horizonte. En todo caso, elegir esa cosa tan sencilla pero tan cargada simbólicamente que es el pedestal, donde se ponen a los que están más arriba, a los que se supone que tienen cualidades excepcionales, es una decisión muy inteligente para el sitio y para las discusiones actuales acerca de la memoria y la manera como armamos la historia del país. El pedestal está mandado a recoger, el héroe es una figura anacrónica, ¿qué tanto nos representan esos monumentos que le dan la historia a nombres propios? ¿cómo van a tener que ser los nuevos monumentos y los símbolos que reafirman identidades? ¿serán suficientes los monolitos que vemos a través de la ventana de la buseta, en los parques, en las plazas y en las avenidas? ¿Cómo podemos participar?
Frío en Colombia — Ana María Millán
Archivo de Bogotá | Calle 6 B No. 5 – 75
Esta es la exposición más rara del premio. Millán refilmó, a su propia manera, una película llamada “Kalt in Kolumbien” o “Frío en Colombia”, hecha —en Cartagena—por el director alemán Dieter Shidor en 1985. La grabación de la película original tiene una historia decadente que incluye la muerte por sobredosis de participantes de la producción, la censura y la desaparición de la cinta. La versión muy libre de Millán enrarece aún más el asunto porque nos presenta las escenas dispersas en tres pantallas simultáneas y la estructura de la película original —si es que la tuvo— hecha fragmentos. En otras palabras, no se entiende nada.
Sin embargo, a pesar de ser tan críptica, si uno deja de lado los intentos por agarrar algún sentido, la obra puede resultar divertida. La puesta en escena, los subtítulos, los diálogos absurdos, la forma anacrónica de representar la Colombia ochentera suman al encanto del experimento. Así que aunque lo que queda es un montón de incertidumbre por las escenas descontextualizadas y en desorden, la obra despierta la curiosidad. Por lo menos a mí me pasó. Eso sí, se echan de menos unos pufs o unas almohadas para echarse en el piso. Algo como lo que tienen en el museo de arte de la Nacional.
Lastimosamente, también hay que decir que la obra no se integra demasiado al edificio, a pesar de que El archivo de Bogotá fue una sugerencia de los jurados cuando la obra era apenas una propuesta. Aunque tiene que ver transversalmente con archivo —es la nueva versión de una memoria perdida— en la sala de exposición solo están las proyecciones separadas del resto de actividades del lugar. No habría marcado mucha diferencia si la obra hubiera sido presentada en otra parte.
En-Bola-Atados — Ana Isabel Diez
Museo Santa Clara | Carrera 8 No. 8 – 91
Esta exposición es el resultado de un trabajo comunitario que realizó la artista con mujeres víctimas de maltrato intrafamiliar. Les propuso un ejercicio en el que debían trozar una prenda propia, volverla un ovillo y anotarle un mensaje, una forma de catarsis frente a su experiencia de violencia. En la exposición se muestra un arrume de esos ovillos de ropa rasgada; una videoproyección de las manos de las mujeres participantes haciendo el ejercicio; unas pinturas camufladas entre las obras del museo —recordemos que el Santa Clara es un museo de arte colonial—; y un video que documenta el proceso.
Empezando con el título de la muestra, que es un juego de palabras demasiado evidente, a En-bola-atados le falta sutilidad. Parece que es una estrategia generalizada de la artista poner títulos por el estilo; por ejemplo tiene otra obra aparte que se llama Traje-día que, ¡sí, adivinaron! es un vestido y también hace referencia a la violencia intrafamiliar. Dice traje pero también tragedia, qué ingenio.
Del título en adelante todo lo demás es una muestra de aun menor sutilidad. La denuncia de la violencia intrafamiliar y la catarsis frente al abuso, que es una reflexión muy importante y que merece mucha atención, es tratada con poco tacto. Las bolas de tela hechas por las participantes están amontonadas en el suelo y parecen más una oferta de retazos de Facolque un ejercicio respetuoso frente al dolor y la injusticia. Incluso el formato para presentar los mensajes y las reflexiones de las participantes es desafortunado: parecen etiquetas de precio pegadas a los ovillos. El formato del ejercicio también es demasiado forzado, como si quisiera matar dos pájaros de un solo tiro innecesariamente: hacer la terapia y cumplir con una estética tradicional del mundo del arte. De hecho, en el texto curatorial se advierte, casi como disculpa, que “no es necesario sacrificar la estética en el altar del cambio social”. Para cerrar, en el video documental unas personas que no son las víctimas, más bien son amigos de la artista, hablan de lo bien que les fue a ‘ellas’ —las víctimas— y de lo mucho que les sirvió el ejercicio. Yo me pregunto, ¿no debería tener uno la oportunidad de al menos escoger su propia catarsis y de opinar sobre el ejercicio? Aquí parece que no.
Nota práctica: en el museo cobran la entrada, hay descuento para estudiantes con carnet.
Phoenix — Ana María Rueda
Centro de memoria, paz y reconciliación | Carrera 22 #24-52
Phoenix es una exposición similar a En-bola-atados en el sentido en el que es el resultado de un taller colectivo, en este caso junto a personas en situación de desplazamiento. Sin embargo Phoenix es una apuesta mucho más inteligente que En-bola-atados. La exposición consiste en un mapeo de video sobre el techo altísimo del Centro de memoria: una proyección de un cielo estrellado y constelaciones de dibujos que fueron hechos por las personas participantes del taller y que representan sus propósitos de vida y sus motivaciones. La impresión que me dejó la exposición es que el edificio no tiene techo y que lo que se ve es el cielo real, donde las personas forjan sus propias constelaciones. Solo basta con mirar arriba para no perderse de las búsquedas de la vida. La exposición crea una atmósfera contemplativa y pacífica muy poderosa, y uno logra sentirse tranquilo y a gusto. Como que deja las condiciones propicias para la empatía y para resonar con lo que las personas que participaron en la obra quisieron mostrar. No hay condescendencia ni un trato infantilizado sino que, al contrario, con mucha potencia poética, dice que los sueños están en el cielo, donde uno los contempla hondos y expandidos, y no en el suelo envueltos y acurrucados.
Esta obra realmente no se podría realizar mejor en otro lugar, el edificio está casi mandado a hacer para cosas así.
El tejido de nuestra propia historia
Benjamín Jacanamijoy (no debe ser confundido con el otro artista Jacanamijoy, Carlos Jacanamijoy)
Fachada de la Torre Colpatria | Carrera 7 No. 24 – 89
Aprovechando el sistema de iluminación exterior de la Torre Colpatria, Jacanamijoy decidió mostrar representaciones de tejidos de las comunidades étnicas Inga, Nasa, Misak y Yanakona y frases cortas alusivas a las tradiciones de esas mismas culturas.
El mayor problema es que la obra es indiferenciable de otras cosas que se muestran en la iluminación de la Torre Colpatria en un día cualquiera, principalmente porque lo que Jacanamijoy decidió mostrar es simplemente ilustrativo. Vemos que la torre Colpatria dejó de mostrar la bandera de Colombia, animales o colores aleatorios para volverse unamanilla gigante, pero en realidad no deja muy claro la importancia, la complejidad o la historia del pueblo Inga y sus tejidos.Un espectador desprevenido no se da cuenta.
La bajísima resolución del sistema de iluminación de la torre no permite hacer nada demasiado detallado, y la obra de Jacanamijoy termina siendo como una versión twitter de una obra artística, demasiada información relevante y solo se ponen una frase y unos patrones simplificados.
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4 comentarios
Pero Shhhhhh… que de los Jacanamijoy no se puede decir nada porque es discriminación, por tanto mejor darles como premio de consolación la mención de honor.
Gracias Sergio por esta guía tan directa y agradable, me dio ganas de saltar desde mi cama al primer vuelo de AVIANCA a las 6 am (Cali-Bog) para ver las expos de Herran, Rueda y Baraya. La de Mejia también!
https://www.youtube.com/watch?v=JTNMMgVydqo
En un edificio, el mundo: el camino relato sensible de uaira uaua’
Desde su primer trabajo sobre el arte del tejido y la elaboración del chumbe entre las mujeres ingas del Putumayo (Jacanamijoy 1993), el artista Uaira Uaua ha dicho que tejer y pintar la propia historia equivalen a contarla. Su camino artístico tiene múltiples dimensiones y fuertes arraigos culturales; es una interacción continua entre palabras, recuerdos y andares del artista, su familia y su gente, los ingas, que lo ha llevado a expresar, como él lo dice, “desde el corazón la propia historia”
Texto completo, aquí
http://esferapublica.org/nfblog/wp-content/uploads/2015/11/edificiocamino.pdf