Algunos de nosotros y de nosotras, productores y productoras culturales[1], ni siquiera consideramos la idea de un empleo fijo en una institución. Como mucho por unos pocos años, después queremos algo diferente. ¿No ha sido siempre nuestra idea la de no vernos forzados o forzadas a una sola dedicación, a la definición clásica de empleo que ignora tantísimas cosas? ¿No se trataba de no venderse, de no vernos compelidos o compelidas a renunciar a las muchas actividades que tanto nos apetecen? ¿No era tan importante el no adaptarse a las limitaciones de una institución, ahorrar el tiempo y la energía necesarios para los proyectos creativos y quizá políticos que realmente nos interesan? ¿Acaso no aceptamos de buen grado un trabajo más o menos bien pagado que, sin embargo, abandonamos cuando sentimos que ya no nos viene bien? Al menos nos habrá dado un poco de dinero que nos sirva para llevar adelante un próximo proyecto con más sentido, seguramente peor pagado, pero más satisfactorio.
Para mantener la actitud que acabamos de sugerir resulta crucial la creencia de que hemos elegido nuestras propias situaciones vitales y laborales, y de que podemos realizarlas de manera relativamente libre y autónoma. En realidad, también las incertidumbres y la falta de continuidad bajo condiciones sociales establecidas se eligen en gran medida conscientemente. Pero lo que nos ocupará a continuación no son preguntas como ¿cuándo decido realmente con libertad? o ¿cuándo actúo con autonomía? sino al contrario: las formas en que las ideas de autonomía y libertad están constitutivamente conectadas con los modos hegemónicos de subjetivación en las sociedades capitalistas occidentales. Este texto abordará la medida en la que la precarización ‘elegida para sí’ contribuye a producir las condiciones que permiten convertirse en parte activa de las relaciones políticas y económicas neoliberales.
Ninguna afirmación general sobre los productores o productoras culturales o sobre aquellas personas que se encuentran actualmente en una situación que las hace precarias se podrá deducir de dicho enfoque. Sin embargo, lo que sí se evidencia al problematizar esta precarización[2] ‘elegida para sí’ son las líneas de fuerza históricas[3] de la subjetivación burguesa moderna, imperceptiblemente hegemónicas y normalizadoras, y con la capacidad de bloquear los comportamientos resistentes[4].
Para manifestar la genealogía de estas líneas de fuerza me remitiré en primer lugar a los conceptos de ‘gubernamentalidad’ y ‘biopolítica’ de Michel Foucault. No para enfocar las rupturas y escisiones que se producen en las líneas de subjetivación burguesa sino, al contrario, sus continuidades estructurales y transformadoras, incluyendo sus entrelazamientos con las técnicas gubernamentales de las sociedades occidentales modernas hasta la actualidad. ¿Qué ideas sobre la soberanía surgen en estos dispositivos modernos, gubernamentales?, ¿qué líneas de fuerza, esto es, qué continuidades, autoevidencias y normalizaciones pueden trazarse hacia los que consideramos productores y productoras culturales ‘por elección’ (quienes se han convertido en precarios y precarias bajo las condiciones neoliberales), hacia nuestra manera actual de estar en el mundo y, más en concreto, también hacia las llamadas prácticas disidentes?, ¿acaso los productores y productoras culturales en situación precaria encarnan una ‘nueva’ normalidad gubernamental a través de ciertas relaciones consigo y de ciertas ideas de soberanía?
En el curso del texto diferenciaré, tomando en cuenta la genealogía de estas líneas de fuerza de subjetivación burguesa, entre precarización como desviación (por lo tanto como contradicción de la gubernamentalidad liberal) por una parte, y como función hegemónica de la gubernamentalidad neoliberal por la otra. Finalmente, clarificaré la relación entre ambas basándome en el ejemplo contemporáneo de la ‘libre’ decisión de tener una vida y un trabajo precarios.