En la exposición retrospectiva de Luis Camnitzer, en el Museo de Arte de la Universidad Nacional, hay cuatro obras con inmenso potencial pedagógico. Son frases impresas en rectángulos de cartón paja blanco que hacen pensar; un recurso tipográfico propio de la obra argumentativa de este artista que se caracteriza por formular paradojas en lacónicas oraciones expuestas bajo la apariencia de una convicción absoluta.
El cuarteto parece surgido de las pautas de creación que Camnitzer ha profesado canónicamente durante años a miles de estudiantes, publicistas y espectadores: «1) plantear y formular un problema creativo interesante, 2) resolver el problema lo mejor posible, y 3) empacar la solución en la manera más apropiada para expresar y comunicarla.»
La descripción e interpretación de las cuatro obras, a falta de explicación curatorial que las reseñe, es así:
Obra #1: «LES ROGAMOS SILENCIO EN LA SALA»
El «ruego» coral pide introspección, el «arte conceptual», una suerte de sudoku de la plástica, nos exige permanecer callados para que cada uno resuelva por su cuenta el «problema creativo interesante». Poética reflexión: estamos tan solos como el artista.
Obra #2: «NO TOCAR LAS OBRAS expuestas en las paredes. Agradecemos su colaboración»
Mayúsculo cuestionamiento que nos obliga a buscar lo que sí podemos tocar. Con algo de chantajismo moral se nos agradece de antemano y en plural por el civismo cultural que habremos de mostrar. ¡Hay que respetar el arte!
Obra #3: «Favor no tocar» (esta obra está al costado de una tarimita que soporta un mazo de fichas firmadas por el artista)
Atrapados entre dos pulsiones, tomar o no tomar las fichas autografiadas, acatamos la ley (dos celadores están listos para hacer un «performance» en caso de que no cumplamos la orden). ¿Solución única? Interactuar con el arte desde lo virtual, evitar la sensualidad y cualquier contacto físico, llevarnos solo el concepto. ¡Pura reflexión!
Obra #4: «Por motivos de conservación. ROGAMOS NO TOCAR LA OBRA» (esta pieza está al lado de unos sellos comunes de caucho encadenados a una lámina metálica)
Amplia en alusiones, esta composición desenmascara al complejo museal universitario. Por un lado expone el temor que el público sudaca genera en la firma suiza que gestionó la exposición y que atesora «la mayor colección institucional de obra de Camnitzer de todo el mundo»; por otro lado, expone el ruego de la directiva local que no quiere ser culpada por las aseguradoras en caso de daños al arte expuesto. A la par, expone al artista como un ser atrapado en el cuerpo de su obra y como víctima de su posterior «conservación». Camnitzer busca el absoluto pero solo encuentra cosas, esta muestra itinerante lo envuelve en el papel decorativo del empaque museal, él quisiera transmitir sus ideas por telepatía pero es un Rey Midas del «arte conceptual»: todo lo que conceptualiza se convierte en cotizada artesanía. Obra crítica, irreproducible, conmovedora y trágica.
«El museo es una escuela: el artista aprende a comunicarse; el público aprende a hacer conexiones», dijo el maestro al partir.
(Publicado en Revista Arcadia # 80)