El Bodegón reabre sus puertas.
Y querríamos decir que están abiertas como la celebración de una posibilidad, como prueba de que hay una construcción social que hace viable la apertura y que inscribe ese espacio sin cerrojos en una dinámica más amplia, en la que sus decisiones repercuten, refuerzan o buscan desmontar uno u otro conjunto de posiciones y miradas particulares en torno a la actividad artística en Bogotá.
Sin embargo, no es así.
Si el Bodegón ha abierto nuevamente, ha sido por la certeza de que la multiplicidad de matices que permitirían abordar la noción de “posición” ha venido desmontándose para darle paso a una retórica del consenso y la unanimidad empujada por la ilusión de progreso.
En el último año hemos visto el florecimiento incontenible de una serie de espacios, galerías, ferias, agencias y oficinas de gestión centradas en la promoción y difusión de arte contemporáneo que, si bien han construido una fachada de prosperidad en torno a la actividad artística, trayéndonos todo un nuevo ramillete de productos antes desconocidos, han terminado por asimilar las ideas de “arte” y “prosperidad”, reforzando un esquema en el que ambos términos se anudan bajo la forma del estado social de derecha, en el cual, como podemos comprobar a diario, todo ejercicio que lleve al cuestionamiento de las condiciones y mecanismos de ese “estado” es puesto entre ojos, entre rejas o entre un paréntesis definido por la silenciosa desaparición de esa puesta en cuestión y de sus actores.
El Bodegón abre otra vez sus puertas y lo hace para decir que no es un espacio próspero, que no se inscribe en ese ambiente generalizado de bienestar y que, por el contrario, asume la forma de la pura precariedad. A diferencia de tantas nuevas empresas culturales, su historia no es la del emprendimiento sino la del despilfarro de un capital que no ha tenido. El Bodegón está pues, en los términos contables que estructurarían su relato, del lado del “deber”.
El Bodegón ha retomado su labor en una nueva sede: se trata de un pequeño local de apenas 15 m2 en la mitad de un anodino pasaje que comunica las calles 22 y 23 a la altura de la carrera 6. El local, vacío durante los últimos nueve años debido a su ineptitud para alojar cualquier tipo de actividad comercial, refleja las huellas de ese abandono en las humedades de sus paredes, los escapes del sanitario y la ausencia de puertas en el baño y el pequeño depósito. Así que estamos abriendo, para todos ustedes, las puertas de un local sin puertas.
Reseñar la trayectoria artística de Fernando Uhía en el reducido espacio de este comunicado es quizás tan absurdo como abrir las puertas de algo que no las tiene, y por ello nos limitaremos a decir que una parte de su más reciente producción como artista consiste en la pintura de puertas, que en el mercado se venden como “de interés social” (es decir que se usan para las nuevas casas de los pobres), y que, luego de ser pintadas por el artista, dejan de ser “puertas” para convertirse en “cuadros” y con ello, se alejan de una condición funcional que las define en tanto objetos de uso diario para inscribirlas en el ámbito del desprendimiento de lo real que trae consigo toda operación estética. Uhía, consciente de estas operaciones, ha expuesto en galerías comerciales sus cuadros hechos en puertas, sabiendo que deben ser “no puertas” para poder ser instaladas satisfactoriamente en el espacio galerístico y en las casas de los no tan pobres que las compran. Sin embargo, más allá de esta clausura operada por los “cuadros-no puertas”, queda un residuo que habla de la fragilidad del mecanismo, pues ese sustrato sobre el que pinta tiene un “interés social” de por medio. Ese interés social que, a pesar de hoy haber dejado de lado todo atisbo de marxismo, reposa sobre la precariedad del proletario que insiste y resiste produciendo las puertas que permiten al artista y al comprador de arte que una puerta ya no sea una puerta sino un cuadro. Es quizás en esta ambigüedad donde podríamos intentar situar los términos de una alegoría que no sólo habla de la supuesta prosperidad y apertura del medio artístico bogotano, sino de las condiciones materiales que hacen posible ese nuevo orden del estado social de derecha.
Se trata pues de un callejón sin salida con el que el Bodegón inaugura su nueva sede en un callejón anodino, abriendo las puertas para reconsiderar esa idea del “interés social” que no cesa de generar malestar en la base del optimista entorno del más reciente arte colombiano.
viernes 26 de septiembre de 2008, 7 pm
El Bodegón (arte contemporáneo – vida social)
calle 22 # 6-24 (Las Nieves)
Parqueadero vigilado en el # 6-28