ocurre con frecuencia, uno sale a ver arte y no sabe con qué va a encontrarse. venga, que me sorprendan con algo genial, quiero llegar conmovido de vuelta a casa. no tengo deseos de ser igual a la misma persona que era cuando cerré la puerta. seguro es cuestión de sensibilidades, informaciones, formaciones y gustos, pero también de encuentros llegados a buen puerto, que es lo mismo que hablar de naufragios y de cursilerías. pero también hay que intentar salir más y no siempre al mismo lugar e incluso de ver lo que a uno no le gusta para poder reafirmar el disgusto o para darle sin embargo la mano al otro al felicitarlo por su trabajo, o para quedarnos esperando un saludo.
recuerdo el malestar que una anterior exposición de Bernardo Ortiz en la Galería Casas Riegner provocó en algunos colegas. parecía que todos habíamos entendido, aun sin quererlo (y que además se nos había traspasado), el tedio del gesto diario y la repetición de tradicional nueva ola postconceptual con fechas de calendario sobre papeles sin marcos, colgados en aquel espacio, aquella ocasión.
años después encuentro saliendo de casa otra manifestación de sus operaciones plásticas de dibujo y composición bidimensional instaladas en la galería de renombre, de nuevo sin marcos, suspendidas por alfileres (esa estrategia tan delicada de romper un ápice de la fragilidad de las obras).
la mayoría de las piezas expuestas en 180615 me interpelan, hablando en tonalidad minúscula, y me dejaron, la primera vez que las vi, preguntándome sobre el qué que se hallaba allí expuesto. intento decir que su contenido es de una naturaleza de franca ontología: yo soy una línea o un conjunto de líneas, yo soy una traza de pintura blanca, yo soy una fecha, un conjunto numérico, yo soy un enunciado de lenguaje de retórica abierta que te deja en una libertad interpretativa tal que no vas a entender nada y no importo en realidad mucho.
volví a ver la exposición porque me interesan los problemas de semiótica plástica y más si están mediados por el alfabeto, si son sobre papel y si tienen rastros de tinta por aquí o por allá. efectivamente encontré unos tejidos numéricos programados con software vintage configurando un ascii art con potencial ondulador de efecto óptico de larga distancia, y de hueca literatura cybernética (una especie de poesía concreta op) en la corta. allí estaban las líneas organizadas y fechadas con la neurosis de un ocioso que encuentra propuestas en el accidente o en las pruebas de tinta del rapidógrafo, planchas de estilo libre del dibujante técnico que presenta un papel arrugado como proyecto final. y a su vez estaban papeles abandonados a su materialidad, de pronto planteando problemas compositivos en el espacio, de pronto entre ellos mismos, de pronto exigiéndoles a los espectadores que se pregunten qué están viendo y por qué motivo están allí, y por qué justo de esa manera, dispuestos junto a otras ideas más o menos similares y más o menos igualmente ambiguas.
claro, uno quiere ir a ver cosas que sean experiencias un tanto interesantes, algunas más particulares e inusuales que otras, y por qué no, algunas incluso significativas; todas al fin y al cabo resultan siendo registros de acciones sensacionales elaboradas por este querido segmento creativo maldito pero cotizado. ¿pero qué estamos buscando cada uno con su desear estético, con su actuar? ¿acaso proyectamos nuestras competencias y exigimos ver las de los demás en los lienzos ajenos? ¿retratamos realidades sociales o solipsismos de buena factura? ¿y qué cuando chocamos con patrones de silencios manchados con vacíos de escritorio o con cuadrículas del spleen cartesiano entrelazadas con scat singing heliográfico? a la salida uno podría fácilmente resignarse a aceptar su incompetencia propia, anhelando cultivar mejores semiosis como espectador en el futuro.
para gustos los colores y en 180615 hay más bien pocos, aunque eso sí, todos rebajados con el blanco del espacio aristocrático inmaculado que provoca que todo lo que en su interior repose y todos los que por allí crucemos, mientras dure el show, nos veamos más guapos.
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andrés felipe uribe