Con motivo de los festejos del Grito de la independencia la noche del 15 al 16 de septiembre de este año, Casa Refugio Citlaltépetl llevó a cabo varias lecturas y encuentros entre jóvenes poetas mexicanos y franceses. Del resultado de las sesiones de trabajo sobre el espíritu crítico, el rescate del sentido de las palabras y el porqué y para qué de la poesía se publicaron una serie de plaquettes con los textos. Publicaremos en Salonkritik de manera consecutiva una selección de algunos de ellos.
Es en un contexto de urgencia y catástrofe inminente que hoy cuestionamos nuestras prácticas sociales y culturales, en tiempos en que la globalización pone en peligro el pensamiento, y no sólo la libertad de pensar sino la capacidad misma de pensar. ¿Por qué? Y ¿cómo defender el espíritu crítico dentro de sociedades que parecen dispuestas sea a reprimir, sea a reciclar todo pensamiento y toda práctica alternativa? Un día me topé con un tipo que tenía un tatuaje en la espalda, enorme, que decía THINK. Le pregunté cómo se le había ocurrido semejante idea, me dijo que era una marca de skate.
¿Cómo escapar? La cuestión de la crítica remite necesariamente a la cuestión del margen. Porque ¿cómo evaluar una idea, una decisión, una sociedad si uno está completamente sumergido, sin distancia alguna? Se trata, en consecuencia, de un arma abstracta que permite colocarse al borde, es decir también singularizarse, negarse a ser parte de la masa, y por extensión luchar contra la masificación. Es una lucha a menudo insólita y secreta que puede, y debe, expresarse en diversas formas. Algunas resultan violentas y radicales, son gritos que derrumban los muros de las instituciones; pero otras formas son apacibles prácticas de la vida cotidiana, de la educación, del amor, de la amistad, de la cultura.
Nos venden la idea que la cultura pertenece a la esfera del mercado, cortando de esta manera el vínculo de las prácticas estéticas con la existencia fáctica que es la nuestra. Como si todos los contenidos de los productos culturales fueran equivalentes, cuando precisamente la cultura es aquello que indaga, protege y despliega las singularidades, las verdaderas diferencias, más allá de la neutralidad voluntaria del folclor y la moda. Y aquellos que buscan alternativas lo han entendido: al alejarse de las relaciones de poder y de la logística del lucro, reconquistan cierta forma de libertad. Pero sucede que de tanto permanecer al margen, la libertad de los marginales se vuelve precariedad y son amedrentados por la desesperante soledad que no es sino la otra cara del anonimato de la multitud. Esta soledad da la sensación de estar cortados de todo campo de acción. ¿Cómo escapar sin volverse una víctima, sin ser reciclado como víctima y ser condenado a la inercia, al silencio?
Tenemos que confiar en la proliferación de las pequeñas resistencias individuales, solitarias y crueles, de los vencidos, de aquellos que alzan la voz e intervienen desde los márgenes. Crueles porque tienen mucho menos que perder que los poderosos. Las pequeñas resistencias críticas son como fantasmas, espectros, son la sombra de crímenes injustos, de sentencias injustas, de instituciones podridas. Y en su deseo común de singularidad hallan la capacidad de crear vínculos.
Es cierto que se estará siempre al margen de alguien, y que no es lo mismo defender el espíritu crítico en una sociedad controlada como la de Francia que defenderlo en una sociedad fuera de control como la de México. No se lidia con los mismos enemigos. No obstante, de un punto de vista individual, se trata de la misma alternativa: verse limitado (expandido) a formar parte de la masa o salvarse, encontrar una zona libre desde la cual buscar otra cosa. En México uno arriesga la vida por razones lógicas (al denunciar, al oponerse) y absurdas (todo lo demás, para la gran mayoría que no tiene siquiera el lujo de poder denunciar u oponerse). En Francia, uno puede sentir que no se arriesga a nada, y es justamente esa indiferencia la que neutraliza toda posibilidad de sedición.
Sin embargo, debe haber algo qué hacer. Y si ese algo no existe aún, es nuestro deber inventarlo, somos nosotros quienes debemos dar un paso adelante. ¿Cómo ingeniárselas para fabricar un posible? Ése es el reto y también el deseo hoy en día ineludibles en el terreno de la creación. Por supuesto, crear no significa necesariamente producir bienes materiales o culturales, y no es tampoco la función de una clase aislada de profesionales. Ese otro algo que buscamos tiene más que ver con una capacidad de movilidad, de experimentación, y con el ejercicio de un derecho por inventar, que con productos de valor e intercambio.
La literatura es uno de los terrenos que parece haber perdido o roto el vínculo con el poder y la acción. Sin embargo, la literatura actúa sobre el lenguaje y el imaginario, es a partir de ahí que puede tener alguna influencia sobre la sociedad. Y no es poco, porque si las palabras son armas usadas en nuestra contra también son armas que podemos utilizar. El poder siempre busca la hegemonía del lenguaje, no sólo en los contenidos –la selección de las historias que nos cuentan– sino también en las formas –la manera en que ha decidido contarnos cualquier cosa¬–. Basta con escuchar los discursos de la más reciente campaña electoral, discursos que reducen la totalidad del campo político a una semántica de la economía: la cuestión central de la seguridad en todos los aspectos de la vida (partiendo del trabajo, pasando por los transportes, las distracciones, la salud y abarcando hasta la circulación de las ideas) es la concentración de una lógica de pérdidas y beneficios. Más que una metáfora militar inspirada de la necesidad de proteger la vida (¡a mano armada!) es una metáfora económica (salvaguardar sus propiedades – su bienestar de la invasión de los villanos–, es decir simple y llanamente los pobres) que lleva directamente a la criminalización de la pobreza. Y, última ironía del discurso manipulador, “luchar contra la pobreza” se ha convertido en una lucha contra los pobres para que no pongan en peligro la seguridad de los ricos.
El escritor trabaja la lengua desde las orillas e intenta que se escuchen en ella los gritos sordos de la sociedad civil. A su pesar o por voluntad propia, se encuentra hoy al margen, precario y talacheando fanzines en un garaje o privilegiado gozando de las becas del gobierno. La ventaja que tiene el margen sobre el centro es que puede diversificar los sistemas de interpretación, multiplicar los ángulos, generar la confusión si es necesario. Interpretar no es pasivo. Es –más allá de traducir en términos inteligibles una realidad que a menudo no lo es (o inversamente)– inventar lo posible. Proponer maneras de leer diferentes de las que propone la prensa amarillista. “Leer entre líneas, escribe Leo Strauss, –como si siempre hubiera algo cifrado– es de por sí un acto político”. Entre líneas se encuentra lo posible que aún no ha sido saqueado.
La cuestión de la interpretación tiene que ver con las maneras de acercarse no sólo a los discursos sino también a las experiencias. Permite aproximarse a la verdad social desde el ángulo de la negociación. En ese sentido el espíritu crítico puesto en práctica sale de su aislamiento para transformarse en una herramienta de la colectividad. Obliga a cambiar de perspectiva y también de ritmo, porque al tomar distancia uno se vuelve al mismo tiempo más célere o más lento. Frecuentemente más lento ya que para pensar se necesita tiempo, trabajar menos, hablar menos, escuchar más, vivir mejor. Un tiempo improductivo que es incluso, en cierto modo, sustraído al sistema de producción, al juego de las pérdidas y beneficios. Y sabemos a qué punto pedirle tiempo a una época en que la gran mayoría vive en condiciones cercanas a la esclavitud es una utopía. Y para volver a la urgencia del principio, podríamos decir que defender el espíritu crítico es intentar comprender la urgencia de ser más lento.
Neige Sinno
Originalmente en Casa Refugio Citlaltépetl
Traducción del francés de Yael Weiss.