La actual recepción del arte contemporáneo en la sociedad atraviesa por una situación de dificultad, si no de pura contradicción. Es cierto que ahora hay lo que antes no había, es decir, una mayor accesibilidad para el ciudadano de a pie a exposiciones de arte contemporáneo gracias a toda la nueva red de museos de nuevo cuño. Sin embargo, los lugares reales dedicados a mostrar exclusivamente arte contemporáneo están pasando serias dificultades para mantenerse debido a la incomprensión de la clase política y la demanda de esa misma franja de espectadores que se ha incorporado recientemente en tanto público.
El arte es, uno de los recursos más explotados para sanear cualquier déficit, desde la reconversión económica al maquillaje social y, sin embargo, el arte, ese mismo arte reclamado desde las grandes operaciones infrastructurales, está en serio peligro. Sucede un poco lo mismo que con la crítica de arte; aunque se publique cada vez más, es decir, aunque el volumen de materia textual impresa vaya en aumento, no significa que sea más fuerte. Más bien todo lo contrario.
Lo vemos por todas partes en nuestra geografía; aquellos proyectos que surgieron con el reclamo del arte contemporáneo como bandera, ahora, con el paso del tiempo (crisis económicas aparte) tienden hacia posiciones reformistas de apertura hacia las otras artes, en una versión del museo de arte como Gesantkustwerk o lugar para el “falso” arte total. Los museos devienen aulas de cultura con tal de no bajar el número de visitantes, y la rapidez con la que revierten la situación es proporcional a la celeridad con la que cuentan sus audiencias. Para estas estructuras, el paso desde el museo de arte contemporáneo al de los contenedores o las fábricas de cultura se justifica en la apertura hacia otros medios y disciplinas, en su interrelacionalidad, y en la necesidad de trascender la etiqueta de “elitismo” que podrían alcanzar los programas verdaderamente comisariados y con criterio. La apertura hacia posturas populistas corre el riesgo de dar la razón a aquellas mentes reaccionarios contrarias a la contemporaneidad del arte. A poco de mantener un poco la fe en la capacidad emancipadora del arte surge como un resorte: elitismo. Y sin embargo, no ven elitismo en el arte para las masas de exposiciones precocinadas o en conciertos de música con entrada previa. ¿O es quizás la marginalidad y superespecificidad del arte contemporáneo lo que desencadena la respuesta nerviosa de los acólitos del elitismo?
La estrategia de los museos (grandes corporaciones) tiende a la diversificación de sus actividades, los esfuerzos tienden hacia la pluralidad y la heterogeneidad. Ningún museo propone hoy en día “unicamente” exposiciones. La paradoja es que al seguir casi la totalidad de los museos y nuevas instituciones estas pautas, terminan pareciéndose terriblemente unas a otras. Los intentos de singularización tienden irrevocablemente a la homogeneización. Entiendo por globalización este tipo de fenómenos sincrónicos, inconscientes en sus efectos, pero estratégicos en cuanto a sus aspiraciones.
En este contexto, es necesario reflexionar sobre la supervivencia de los espacios para el arte contemporáneo, sin que esto se confunda con un proteccionismo conservador. Al contrario, de lo que se trata es de imaginar espacios para el arte y abogar por un arte de los espacios, en su recuperación, provecho y mantenimiento simbólico. La metáfora del “mapa cognitivo” es aquí pertinente. La imaginación de una red soportada por tensiones internas y por movimientos que favorezcan la producción en cualquiera de sus formas, manteniendo a raya al nuevo populismo que aboga por lala transversalidad, esa otra palabra co-optada por los gestores al servicio de las burocracias. De este modo, la hasta hace nada reciente disputa que enfrentaba a los espacios independientes, auto-gestionados, o los proyectos alternativos en cualquiera de sus variantes, con a aquellas instituciones nacidas en el seno del Estado (sean administraciones nacionales, regionales, provinciales y demás) queda definitivamente abolido para pasar a un nuevo escenario donde ya no importa tanto si se actúa desde dentro o desde fuera, sino lo que cuenta es la diferencia, o cualidad diferencial de lo que se propone.
La espacialización del arte contemporáneo no sólo se refiere a la cuestión de los espacios en tanto lugares físicos. La condición de espacio abarca la producción de discurso y a la crítica de arte también.
Peio Aguirre