Siempre he defendido la importancia de Esfera Pública, al ser tal vez el único espacio en el cual se discuten los asuntos que le interesan o le conciernen a la comunidad artística en Colombia. Inclusive, pienso que el recurso del heterónimo o el anónimo ha servido para que haya una participación activa de aquellos que, liberados del peso de tener que respaldar sus ideas con su nombre, pueden de todas maneras decir lo que piensan sin temor a «represalias» de «las instituciones».
Pero no parece haber posibilidad para que se desarrolle una discusión, pues de todas partes llegan dardos que atacan el «cómo» antes que el «qué», la forma antes que el fondo, y por lo general se encaminan a desvirtuar los argumentos al descalificar al que los enuncia. Hay varias tipologías recurrentes: el que ataca a todo lo que huela a «institución» (¿será que «artista-independiente-que-no-se-vende-al-mercado» no es en sí una institución que obra desde su supuesta invulnerabilidad ética?); el que constata que lo que hace no corresponde a lo que muestran los museos y sospecha en ello una conspiración a escala mundial; el que piensa, desde sus conocimientos de arte, literatura, filosofía o política que todo lo que dicen los otros es basura; y finalmente, el que expresa su aburrimiento por el tono o el nivel de la discusión. Si discutimos lo local, somos provincianos; si discutimos lo que pasa en otros sitios, somos colonizados culturales del sistema capitalista global. En un foro que circula sólo por internet, se dice que somos premodernos y que en consecuencia no tenemos derecho a hablar de contemporaneidad…
Cuando uno participa en Esfera Pública lo hace con la intención de propiciar un debate sobre algo, o para expresar su posición sobre una discusión en curso. En este caso participé por invitación del moderador, en relación con el proyecto Documenta 12 Magazine. Pero una vez iniciada la discusión, uno queda invariablemente en la disyuntiva siguiente: o responde a un argumento para así continuar la discusión –a sabiendas de que será vista como una pelea entre dos personas (en el mejor de los casos), o una defensa de sus privilegios– o no participa más para no llenar el espacio que los «no institucionales» reclaman para sí. Pero si uno no participa, se le ataca por displicencia, cinismo o comodidad. En buen colombiano, «palo porque bogas, palo porque no bogas».
Aquellos que trabajamos en instituciones tenemos doble flanco vulnerable: debemos responder por nuestras ideas y también por la gestión que realizamos (así en realidad ejecutemos las políticas trazadas por un Director, un Comité o una misión de la institución). Antes de sospechar una «dictadura estética» al interior de las instituciones, hay que revisar su historia expositiva, y se verá que debido a varios factores (cambios administrativos, fragilidad, voluntad de pluralismo, misión difusa, oportunismo, etc.), lo que menos ha habido es un privilegio a un «tipo de arte» en detrimento de otro. Si se hace la lista de quienes han expuesto en el Planetario y en la BLAA en los últimos 5 años, será evidente que todos los géneros han sido cubiertos, y todas las generaciones han sido tenidas en cuenta.
Uno de los más acérrimos adversarios de las instituciones del arte es Pablo Batelli, artista, quien ha exhibido en varias de las instituciones oficiales en Bogotá y formó parte del Consejo de una de ellas. Lo anterior no lo descalifica; cito esto simplemente para evidenciar que se puede mantener una posición crítica dentro y fuera de lo institucional, pues «la institución» no es un bloque monolítico sino un conjunto de diferentes espacios con diferentes momentos, intensidades y discontinuidades en su accionar. Batelli afirma: «Lo que parece claro -a mí me lo parece- es que la gestión pública en el arte se reduce a una lucha de poderes, aglutinados alrededor de los espacios llamados «institucionales» -cualquier espacio de concentración de poder es lo institucional- dentro de la cual cada uno intenta aumentar las probabilidades propias de supervivencia y de acción. Aparentemente los modos de apartarse de esta lucha permiten solamente dos modos: la renuncia a la gestión o el absoluto silencio».
En mi opinión, Esfera es precisamente el espacio que permite contrarrestar los dos modos de los que habla Batelli: genera una posibilidad de gestión (pues si Esfera Pública no es un organismo de control del accionar del medio artístico y de las instituciones, entonces ¿qué es?), y una posibilidad de expresarse en un nivel horizontal. Esta es su importancia, pero sólo si se permite que tenga un accionar más fluido se podría ver su utilidad. Tal vez esfera podría ser más proactiva, invitando, por ejemplo, a los actores institucionales y no institucionales de Bogotá, Medellín, Cali, etc. a desarrollar una discusión en torno a lo que le interesa a las comunidades artísticas locales, como una forma de tener una incidencia en las políticas de tales instituciones. Y ellas de seguro escucharán. Helena Producciones (el grupo de artistas que concibe y organiza el Festival de Performance en Cali) es un ejemplo de cómo lo no-institucional puede definir sus prioridades, en estrecha relación con su público natural, para desde allí negociar con la institución, que de seguro la acogerá debido a que es la expresión de los intereses de la comunidad a la cual dice servir.
Jose Roca