Son las 7 pasadas, las puertas están abiertas, los suelos (losa, cemento, pasto y demás) atiborrados, una que otra copa se escucha chocar contra alguna homóloga, se acerca una muchacha algo desenfrenada para saludarme, el reencuentro es algo eufórico de su parte, apenas la recuerdo, de seguro había consumido mucha cerveza por esos días en Kissme, me dice que estuvo en las conversaciones de aquella época en las que nos reuníamos a hablar de estética, colonialismo y sexualidad. Tiempo en los que el motel se puso de moda entre los artistas caleños y que hizo que de ahí en adelante su auge no parara.
Llegan un par de amigos de la joven, amablemente me los presenta, ante mí observo una chica de bella presencia que con su mano me hace sentir lo imperativo de ser mujer por estos tiempos en una sociedad en la que siempre las women se debieron comportar sin pasar el umbral de lo femenino y que ahora dilucida más sus prácticas hacia lo masculino históricamente.
Saludo a muchos, un personaje me recuerda a “Ricardito el miserable”, se nota que está agotado, abrumado y agobiado por la falta de alguna chica a la cual no ha podido declarar su amor, parece que estuviese deseoso de recibir una patiza. No sé si haya olido o no, la verdad no lo conozco mucho y solo nos hemos saludado y cruzado escasas veces.
Huele a gente joven, huele a estrato 5,6 o simplemente a burgués recién bañado, la carroña del arte apenas puede ser sentida en miradas rápidas que dejan la duda de la sombra que pasó, la putrefacción no es tan siquiera descubierta aunque todos sabemos que ha estado desde antes de nuestro nacimiento. Busco a Marcelita desesperadamente, trato de mirar entre tantas cabezas su pelo azabache que causa infatuación al instante, observo varias mujeres menos la que intento hallar.
Realizo la asunción y de inmediato me encuentro con Party Night 1984 (Julio Giraldo), una obra en la que los buitres pagan sus culpas a modo de escarnio por no ascender, por no purgar sus malos hábitos, por llevar consigo comportamientos contaminados de tanta presión ejercida, las siluetas recuerdan que lo importante es acudir, estar listos, preparados, afines todos a una búsqueda infructuosa de la estética que logra soslayarse en el ejercicio de la concordia, contemplo la luz y recuerdo que soy un carroñero más, de esos que hacen presencia y aguardan por un rescoldo.
Camino unos metros y observo sus tacones, la puedo sentir, casi que oler, sus pies se mueven sin parar, dan una especie de clave a mis ojos que no he logrado entender, me hace recordar que aunque nací aquí aún no se bailar. Sigo el recorrido ¡allí está la marimba con su toque pacífico!, tema que no me apasiona debido a una ruptura amorosa.
Contiguo se encuentra el cartel de Andrés Caicedo y una copia que no dice mucho de la época que vivimos, una interpretación un tanto pueril que invita a la reflexión desde el agúzate.
“EL pueblo de Cali rechaza a los Uribes, los Santos y demás cultores del sonido facho, a la medida de sus privilegios, de su vulgaridad. Porque no se trata de ¡a trabajar, a trabajar, a trabajar! Sino de agúzate que te están velando, ¡viva el sentimiento afro-caleño! ¡Viva Colombia libre! JAIME GARZÒN NOS HACE FALTA”
El tiempo en el que Andrés realizó el texto es muy distinto al actual, es inoperante realizar un pastiche puesto que en Cali se ha vivido inesperadamente un proceso social que fomentó desarraigo, en la actualidad es una ciudad poblada y trasegada por personas que tienen sus raíces en otras localidades.
Viendo esta propuesta estética recordé algunos casos de regionalismo y segregación como el de una vieja amiga de cabello amarillento que decía odiar a la gente paisa fundamentada en que quienes nacen en tierras antioqueñas son una plaga expansiva, un día fui a recogerla a su casa, eran las 730 am, apenas desayunaban, al entrar lo primero que escuche fue la calurosa voz de una señora que me abrió, para mi sorpresa todos hablaban arrastrando las palabras mientras comían calentado con arepa.
Leyendo ¡Que viva la música! se encuentran algunas pistas que llevan a una búsqueda de identidad y de valores autóctonos del municipio de Cali, sin embargo cuando se observa con detenimiento el mismo libro va dictando cambios culturales surgidos a partir de influencias externas al territorio vallecaucano. Surge entonces el enigma de si el agúzate es una invitación continua a defender los valores culturales de la ciudad o si por el contrario no es más que una paradoja que se antepone un par de décadas a lo que estamos viviendo como consecuencia de una hibridación cultural permeada no solo por prácticas surgidas en otras regiones de Colombia sino a nivel mundial.
La chica de la última novela de Caicedo pasa de gusto en gusto, absorbe nuevos saberes y se adhiere a preceptos ajenos que de apoco van forjando un juicio propio, (Richi Ray y Bobby Cruz no son caleños). El cartel realizado en esta exposición tiene su raíz en el fundamento político, es casi que infantil manifestar un rechazo al unísono de una ciudad, en Cali como en Colombia en general hay gente que es partidaria de gobiernos como el de Álvaro Uribe Vélez o Juan Manuel Santos.
Como conclusión sobre este ejercicio digo que el agúzate jamás sucedió en defensa de las costumbres caleñas cuando Andrés lo instó y que por el contrario muchos son los que alistan sus fauces, afilan sus colmillos y preparan sus armas para reclamar políticas económicas y culturales que van en detrimento de los valores estéticos surgidos en la Cali del ayer.
Siguiendo el orden curatorial que propone la exposición ¡Oído Pueblo! llego donde un nuevo artista (para muchos) llamado Ruben Dario Mañozca. No es un artista emergente, no recibe salario por sus obras ni le interesa la fama, jamás ha pisado Lugar a Dudas, ni Bellas artes, tampoco ha estado en Univalle y menos en la Javeriana, nunca ganó premio alguno. A quienes lo hemos visto ocupar el mismo espacio desde hace más de 7 años seguramente nos ha causado impacto la seriedad y el rigor con que maneja su tiempo. Hacer “arte” no es fácil y este hombre da clara cuenta de ello, es de resaltar que con esfuerzo y dedicación pudo llegar al museo. Para quienes no conocen a este señor que ha logrado aparecer ante sus ojos con sus nuevos trabajos en el ejercicio de la contemplación, les comparto un fragmento extraído de un texto que escribí en el año 2012 cuando empecé a seguir sus producciones:
“A Mañozca le interesan los modos en que la gente se comporta, así como los vacíos espirituales que habitan los corazones de los hombres contemporáneos.
Su búsqueda: Conseguir que quienes tengan la oportunidad de compartir su doctrina omitan la dinámica del consumo y la depravación como medios de relleno en su vida espiritual.
Su experiencia: “fui cacorro, mujeriego y toma trago. Fui víctima del desasosiego que brinda el mundo”
Son las 9, quienes están encargados de la sala me dicen que es tarde, que ya van a cerrar. Salgo y ahí está Marcelita con otro par de amigos, nos sentamos a comer en un lugar cercano mientras hablamos de lo que será la próxima rumba; yo digo que quiero ir a ver al Bobby Valentín…
Jairo Alberto Cobo*
* Texto sobre ¡Oído Pueblo! exposición Museo La Tertulia, Cali. Enero 2018