Dos anotaciones para una mesa redonda sobre medios y cultura*
*Cátedra Marta Traba, Universidad Nacional, diciembre, 2008.
A. Medios: Lecturas Dominicales
Los contenidos de la edición de diciembre de 2008 del apéndice Lecturas Dominicales que circuló con el periódico El Tiempo fueron los siguientes: en la página 6, “Woody Allen: Política, Cine y mujeres” (una reseña que le da un aire de cine-arte a un infomercial que le hizo el director de cine a la Oficina de Turismo de la ciudad de Barcelona); de la página 10 a la 12 “Animales y arte” (un infomercial redactado por Eduardo Serrano para el calendario de la empresa Propal); en la página 14 “Biografía de Gabo”; en las páginas 18 y 19 “Picasso y Van Gogh” (una reseña rutinaria sobre dos exposiciones diferentes, una en Paris y otra en Nueva York); en la página 20, “Mutis y el bicentenario”; en las páginas 22 y 23, “Qué pasa en Latinoamérica” (un texto de Carlos Monsivais publicado incompleto); en las páginas 24 y 25, “Santuario Amazónico” (un artículo ecológico); en las páginas 28 y 29 “Libros” (sugerencias para regalos y lecturas de vacaciones que incluye una reseña sobre un escritor llamado “Premio Nobel”, no dice su nombre); y en la página 34, un texto de Carlos Fuentes, (fragmento de un discurso que dio con motivo de su cumpleaños número 80).
Además, en la sección de correspondencia de la Lecturas Dominicales se publicó la carta de un lector titulada “Marta Traba”, dice lo siguiente:
“En su referencia a la crítica argentina Marta Traba, quizá se entra en cuestión por el hecho de que esta dama entró al país con ínfulas de superioridad foránea, para “enseñarnos” a los colombianos qué es arte; pues, según ella, debían prevalecer las extravagancias abstractas y los absurdos típicos que muchos aficionados al arte solamente podían expresar en cuadros absurdos y truculencias de todo tipo; hasta llegarse al colmo de presentarse ante el publico de tipo cursi, una hoja de periódico como arte “contemporáneo”; cosa que inspiró a La Tertulia, a exigir truculencias marcianas para poder exponer allí y bajo el juicio dudoso de Marta Traba. Podría decirse que esta dama extranjera solamente contaminó el ambiente artístico, pues a partir de ella podrían exponerse, y bajo su aval, cualquier adefesio o truculencia. Pero la realidad es que en Colombia abundaron verdaderos maestros como Efraín Martínez, cuyas preciosas obras engrandecen el foyer del teatro municipal, como genuina riqueza de arte. Y a través del tiempo, una serie de verdaderos maestros colombianos, enriquecieron con sus obras valiosas la producción artística de Colombia, hasta llegar a los tiempo de Carlos Correa a quien el “oscurantismo” quiso anular por su gran obra “La anunciación”. Y es que una cosa es criticar el arte real, y otra el dejarse seducir por influencias importadas que más bien nos contaminan el ambiente cultural y nos hacen “segundones” de otras naciones. Compatriota admirador del Arte Verdadero, y no de burdos abstractos.
La firma “Carlos A. Rojas”, y luego de su nombre está escrito: “Cali, amén”.
Leído a la luz de la ironía el estrecho horizonte de la carta de Rojas se expande: es posible que el autor esté diciendo justo lo contrario de lo que piensa y use un lenguaje anacrónico (“extravagancias abstractas y absurdos típicos”, “truculencias marcianas”), provincial (“dama extranjera” que “contaminó el ambiente artístico”, “ínfulas de superioridad foránea”, “segundones de otras naciones”), y reaccionario (“Compatriota admirador del Arte Verdadero y no de burdos abstractos”) para dar cuenta de una reflexión crítica (aun a pesar de sí). Pero a la vez es posible que la carta sea sincera, entonces la ironía estaría en el editor que la publicó: una decisión editorial que más allá de dar espacio a otras opiniones mostraría como a pesar de los esfuerzos pedagógicos y de difusión de la cultura —incluidos los de Marta Traba— todavía hay voces que se refugian en la familia, la patria y la tradición. Sin embargo, esta lectura sobreestima el carácter del editor y basta recordar el carácter soso, arbitrario y descuidado de la gran mayoría de los artículos que se publican en las Lecturas Dominicales para notar que la ironía puede no estar en el autor de la carta o en el editor sino en el desocupado lector que busca en las páginas de esta publicación algo de interés en relación a arte, música, literatura o vida pública pero que al no encontrar comida para el pensamiento toma las migajas culturales que le ofrecen, las junta e intenta darse un magro banquete a partir de la mediocre publicación.
Es importante señalar que el director de las Lecturas Dominicales es Roberto Posada García Peña, un periodista más conocido como D’artañan y que ha fungido el cargo de editor entre 1980 y 1985 y luego desde 1992 hasta la actualidad. El periodista es nieto de Roberto García-Peña, director del Periódico El Tiempo desde 1939 hasta 1981. En la época del Frente Nacional (1958-1974) se leía en la primera página de las ediciones dominicales la siguiente misión: “El Tiempo está al servicio de los ideales de fe democrática y solidaridad patriótica que el Frente Nacional preconiza…” Es posible que este postulado ya no sea expuesto de manera tan abierta, pero de alguna manera y gracias al perfil del director de las Lecturas Dominicales una especie de “Frente Nacional de la Cultura” permanece: los contenidos del suplemento se ajustan a los conceptos de fe y patria de una endogamia cultural.
(Edición de ultratumba: al momento de terminar este texto Roberto Posada García Peña murió, sin embargo, la bandera de las Lecturas Dominicales mantuvo por algunas ediciones su nombre en el cargo de editor. La cultura como asunto muerto, hecho por muertos y para muertos. “Amén”.)
B. Cultura: Elogio de la locura
Tres citas:
1. En “Burztyn/Obregón Elogio de la locura” por Marta Traba:
“Además de su estipulación voluntaria del desorden, y de la claridad con que se emite un sistema dispuesto a dar testimonio de la vida por encima de la apariencias, Feliza decide en ese período el cambio de escala, que va desde el monumental homenaje a Alfonso López Pumarejo, destinado a instalarse en la Universidad, (pero sin llevarse a la práctica por la polémica que suscitó en su momento), hasta las pequeñas piezas de chatarra donde trabaja con materiales reconocibles: entre otros, tornillos, bujías de automóviles y teclados de máquinas de escribir.
El monumento a López fue demasiado lejos en su esperanza de haber vencido el conservatismo natural de la sociedad colombiana, lo mismo que el monumento a la juventud, proyectado por Edgar Negret, después de una oposición encarnizada, pudo erigirse finalmente en Medellín en medio de las diatribas y los ataques físicos más virulentos. A pesar de que en su momento se barajaron todos los argumentos pertinentes, explicando el aspecto elusivo (no alusivo) y simbólico que caracteriza la estatuaría monumental contemporánea, el monumento a López no pasó, pese a su estructura sorprendentemente ordenada y armónica, compuesta por cilindros de tubería metálica de distintos diámetros, gradualmente dispuestos en una evidente intención verticalista. Ni los tubos en sí mismos, ni la relación ascendente de unos y otros, poseían esa originalidad absoluta que el público reclama cuando ya todas las demás protestas han sido razonablemente absueltas: por el contrario, sin duda en mayor medida que Edgar Negret y Ramírez Villamizar, Feliza siempre ha trabajado en zonas trajinadas anteriormente por otros artistas extranjeros, sin incomodarse porque la filiaran, en general malignamente, dentro de familias más o menos conocidas por el público local. Quiero decir con esto que no es una “plagiaria encubierta”, como varias veces se ha intentado presentarla, sino una artista para la cual la originalidad cuenta poco, y el mundo de las formas es una especie de “self-service” a cara descubierta, donde el que quiere se sirve lo que le conviene, y lo que depende de él es el uso inteligente y sensible que haga de ese repertorio básico adquirido. En el caso particular del monumento a López, lo importante era su escala, los poderosos diámetros de los tubos y las interrupciones rítmicas, más bien entrecortadas, que buscó para unificar el bloque formal. También el emplazamiento sobre un espejo de agua diseñado a propósito, la localización en una zona boscosa de la Universidad Nacional, tenían para Feliza, mientras trabajaba en el proyecto, el encanto y el entusiasmo que derivan del uso de las cosas. Escultura evidentemente pragmática, hecha para ser usada, gastada y consumida, vuelve a resultarnos muy parecida a su concepto de la vida, y a su desden por la astucia calculadora.”
2. En “Marta Traba. Una terquedad furibunda” por Victoria Verlichak:
“[Marta Traba] fustigó la situación del país diciendo: “Es un país subdesarrollado, sin evolución cultural y con inequívocas tendencias a polarizar sus sentimientos, reacciones, expresiones. Contra la opinión de algunos sociólogos que explican la apatía colombiana como resultado de [ser] un país “de centro”, yo creo que Colombia es un país radicalizado en todo, en su economía real, en sus modos de vivir, en sus expresiones artísticas […] Un país no puede ser de centro sin burguesía y en Colombia no hay más que expoliados y expoliadores”. El suyo, emitido desde un lugar de privilegio social, era un relato que asustaba a los mandatarios.
Se sentía tan en casa que cometió la “torpeza” de olvidar que, aun cuando se sentía colombiana, “jurídicamente” era extranjera. “Un error excusable desde el punto de vista humano, en el caso de una persona que, como yo, considera que la patria es el sitio donde se trabaja, se lucha, se hacen propias todas la causas nacionales con verdadera y apasionada voluntad de servicio”. Por eso, cuando el Ejercito ocupó por primera vez la Universidad Nacional, el 13 de junio de 1967, para controlar la “agitación universitaria”, ella hizo declaraciones periodísticas en contra de esa política gubernamental, ganándose la furia presidencial. Las “fuerzas públicas” arremetieron contra los alumnos, los profesores y las instalaciones, partiendo cabezas y causando destrozos en la Universidad.
Así las cosas, cuando fue consultada en esos precisos momentos acerca de dónde se iban a emplazar las esculturas de Bursztyn, adquiridas por la Universidad a propósito del centenario de su fundación, aprovechó para expresar su protesta por el ingreso de los tanques y los estropicios perpetrados por las patrullas conjuntas de seguridad. Tras la publicación de sus declaraciones, fue citada al Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), donde confirmó sus palabras. Fue así como el 22 de junio la temida agencia de inteligencia dictó la resolución No. 1693 que decretaba su expulsión del país por “alentar la subversión”. La directiva fue firmada por el presidente de la República, un liberal que había padecido persecuciones y por el que muchos de los solidarizados con Marta habían votado.”
3. En “El escritor argentino y la tradición” por Jorge Luis Borges:
“Recuerdo aquí un ensayo de Thorstein Veblen, sociólogo norteamericano, sobre la preeminencia de los judíos en la cultura occidental. Se pregunta si esta preeminencia permite conjeturar una superioridad innata de los judíos, y contesta que no; dice que sobresalen en la cultura occidental, porque actúan dentro de esa cultura y al mismo tiempo no se sienten atados a ella por una devoción especial; “por eso —dice— a un judío siempre le será más fácil que a un occidental no judío innovar en la cultura occidental”; y lo mismo podemos decir de los irlandeses en la cultura de Inglaterra. Tratándose de los irlandeses no tenemos por qué suponer que la profusión de nombres irlandeses en la literatura y la filosofía británicas se deba a una preeminencia racial, porque muchos de esos irlandeses ilustres (Shaw, Berkeley, Swift) fueron descendientes de ingleses, fueron personas que no tenían sangre celta; sin embargo, les bastó el hecho de sentirse irlandeses, distintos, para innovar en la cultura inglesa. Creo que los argentinos, los sudamericanos en general, estamos en una situación análoga; podemos manejar todos los temas europeos, manejarlos sin supersticiones, con una irreverencia que puede tener, y ya tiene, consecuencias afortunadas.”
Tres lecturas de las citas:
La primera cita da cuenta de la escritura de Marta Traba, su concisión, claridad y capacidad de traducir a palabras lo que ve, un ejercicio de traducción formal que se ha perdido en la escritura sobre arte. Hoy, escribir sobre una obra es entrar de lleno en la formulación de conceptos y abstracciones, se privilegia “qué” dice el artista y no se considera “cómo” lo dice. Marta Traba, además de crítica de arte, era una escritora que visitaba con frecuencia otros géneros de escritura como la novela, la crónica, el ensayo, los apócrifos (ver sus entrevistas imaginarias a críticos de arte) y este contacto con la creación literaria hacía que al escribir sobre artistas pudiera estar de cierta manera a la par de ellos, su análisis privilegiaba la descripción de los aspectos cruciales de la creación sin tratar de resolverlos afanosamente en fórmulas periodísticas, glosas líricas o silogismos teóricos; más que escribir “sobre” arte, se podría decir que Traba escribía “desde” el arte. Para el caso de Bursztyn es importante la precisión con que señala el aspecto “elusivo” y “no alusivo” de sus obras o cómo la artista toma del mundo los pedazos que le interesan, “self-service”, para construir sus esculturas. Traba muestra la cercanía de Bursztyn a la naturaleza irónica del “ready-made”, una actitud que la diferencia notoriamente de otros escultores locales como Negret y Ramírez Villamizar que ligaron, de alguna u otra manera, sus proyectos a los mitos indigenistas y nacionales de la cultura local. En oposición a esta cita, es importante señalar que en otras partes del “Elogio a la locura” Traba no solo “elogia” a Bursztyn, por ejemplo, critica el “Monumento a Gandhi”: “es una escultura fallida en tanto que monumento: podría funcionar bien como mini-escultura, pero aguanta mal la ampliación de la escala, porque el formato no es lo suficientemente sólido para enfrentarse a un paisaje excluyente […] el despotismo de la cordillera lo liquida y la chatarra resulta tan escuálida con lo es Gandhi en el recuerdo, sin que sea factible, desde luego, pensar que se trata de un intento figurativo”. A la par, es autocrítica y, en el subcapítulo titulado con el nombre provocador de “Contra la historia”, señala que los “abordajes a la obra de Feliza Bursztyn han caído en la trampa de su personalidad, y en la tentación de confundirla con su obra” y se incluye en el listado de cazadores cazados. Por último, en otro fragmento, Traba hace algo que es hábito en la escritura sobre arte, encuentra correspondencia entre la obra y el pensamiento de algún filósofo, en este caso, Derrida; pero cuida de simplificar a Bursztyn como ilustradora o artista programática y dice que ella está “auténticamente ausente de las especulaciones lingüísticas y filosóficas que han producido esa y otras rupturas con el pensamiento del siglo XIX”. Traba usa la cita para equiparar la complejidad de la idea hecha forma por un artista y la idea hecha texto por un filosofo, pero en su análisis nunca pierde de vista las chatarras, su función en el espacio, la capacidad de Bursztyn para desligarse de la ilusión óptica y metafísica del centro, un gesto de madurez que según Derrida nos deja en “una especie de no-lugar” donde se juegan “al infinito las sustituciones de los signos”.
La segunda cita da cuenta de la expulsión de Marta Traba por sus convicciones políticas y a la vez señala su sentido pragmático sobre lo nacional: “patria es el sitio donde se trabaja, se lucha, se hacen propias todas la causas nacionales con verdadera y apasionada voluntad de servicio”. El exilio de Traba se emparenta con el de Bursztyn quien 11 años después también se tendrá que exiliar luego de que su casa fue requisada el 24 de julio de 1981, a las 4 a.m., por una patrulla de militares con la disculpa de buscar entre sus chatarras la espada de Bolívar que militantes del M-19 robaron el 17 de enero 1974. Bursztyn fue detenida y conducida a la Brigada de Institutos Militares donde fue interrogada con los ojos vendados durante 11 horas.
La tercera cita da cuenta de una atmósfera supersticiosa que intentó envolver a Traba y Bursztyn, y muestra la necesidad de quiebre con una sociedad donde la cultura es un lastre, un ladrillo que se hereda —como las Lecturas Dominicales del periódico El Tiempo—. Parafraseando la cita, han sido fundamentales las personas que actúan dentro de la cultura colombiana pero sin sentirse atadas a ella por una devoción especial. Actores (nacionales o extranjeros, no importa) a los que les bastó el hecho de sentirse distintos para innovar y que lo hicieron con una irreverencia que en la mayoría de los casos tuvo consecuencias afortunadas.