Si usted es de los que se pregunta qué es lo que ven ciertos arquitectos en un edificio tan simple como lo sala principal del aeropuerto Eldorado, basta con pararse dentro del espacio y dejarse llevar por la idea de que es en la simpleza donde radican su principal virtud, y el espíritu de Gabriel Serrano, el arquitecto diseñador de la firma que lo proyectó. Si se tienen los ojos para verla, un espacio como este tiene unos valores arquitectónicos fácilmente perceptibles.
Mire la proporción. Sin necesidad de saber las medidas o de aplicar algún sistema de proporciones, pregúntese si sería mejor que el espacio fuera más alto, más ancho o más largo. No para soportar la carga actual de pasajeros sino como espacio. Ante sus ojos está un amplio hall cuyas dimensiones (largo, ancho y alto) lo convierten en un espacio monumental dentro del cual el cuerpo esta “a gusto”. Si le parece que esto es así y que esencialmente “está bien”, entonces comparte el sentido espacial de Serrano. Eso se debe a una virtud arquitectónica, comparable con la sensación del cuerpo dentro de la Plaza de Bolívar.
Mire ahora hacia el arriba y fíjese en las vigas. Recuerde las vigas de concreto que se ven por lo general en puentes y edificios y note lo angostas que son las de la sala de Eldorado. Los ingenieros le llaman a esta característica “esbeltez” y la logran con una técnica llamada “pretensado”. Esto significa que antes de verter el concreto tensionan el acero con unos gatos hidráulicos, los cuales se quitan una vez “fragua” el concreto. Las vigas quedan trabajando como cuando se sostiene unos libros en sentido horizontal y con las manos se le hace presión por los lados: entre más presión, más cantidad de libros se pueden sostener; entre más tensión en los cables de acero, mayor distancia sin apoyos entre columnas.
Observe además que la altura de las vigas aumenta hacia el centro (o se reduce hacia los extremos). En lenguaje de ingenieros, esto se debe a los “esfuerzos de corte” de la viga. Con esta reducción se logra que cada viga tenga únicamente la cantidad de material que necesita para hacer su trabajo, ni un centímetro más. Si a usted le parece que estas vigas están “bien” también compartirá el sentido estético de Cuellar, Serrano, Gómez; y de paso, la esencia de la estética del funcionalismo arquitectónico.
Antes de dirigir la mirada en otra dirección, Imagínese lo que sería este espacio con un cielorraso que cubriera la estructura. Aún si usted lo prefiere, podría pensar que no es necesario; entonces su sentido de lo que está bien como está tiene prelación sobre sus preferencias personales.
Para terminar la prueba, mire las ventanas y la franja de luz cenital que atraviesa todo el espacio. Como lo muestran las fotos, las ventanas han cambiado con respecto al momento inaugural. Lo importante, sin embargo, consiste en comprender que el arquitecto optó de manera consciente por evitar un ventanal hacia el oriente y eligió una franja cenital a lo largo de todo el edificio. Imagine primero la franja cenital dos o tres veces más ancha ¿Sería mejor o está bien así? Ahora, deténgase en las ventanas verticales que coinciden con las puertas, e imagine una relación inversa en la que todo lo que está abierto se cierra, y todo lo que está cerrado se abre. Sólo con hacerlo y sin necesidad de estar de acuerdo, estaría pensando como piensan ciertos arquitectos.
Aún después de las modificaciones que eliminaron las ventanas y materas de la parte inferior, el espacio todavía conserva una calidad lumínica-natural, a la vez suficiente y mesurada. Sobre todo, está comprendiendo la concepción de luminosidad espacial que tuvo Serrano; un arquitecto para la cual los criterios de claridad, sobriedad y economía de medios, guiaron una práctica arquitectónica de cuarenta y siete años (1933-1981).
A pesar de las intervenciones, esta sala conserva todavía su singular excelencia arquitectónica; una calidad a la cual se le conoce en arquitectura como espacialidad. En el caso particular de este singular espacio, la espacialidad la definen las tres características ya mencionadas: proporción, luminosidad y estructura. Patrimonialmente se podrían conservar dos de estas cualidades: proporción y estructura. La tercera, la luminosidad, o iluminación natural, a pesar de la calidad arquitectónica que confiere al edificio, debería asumirse como “disponible”. Es importante comprender que fue pensada para cualificar un uso específico del espacio, pero sin embargo, podría variar en beneficio del nuevo destino de la sala, quedando a disposición de los proyectistas como medio para cualificar el nuevo uso.
Adicional a los tres cualificadores de la espacialidad –proporción, luminosidad y estructura– en esta sala se presentan de manera ejemplar, tres principios proyectuales que durante muchos guiaron la cultura arquitectónica nacional: claridad, sobriedad y economía de medios. Como la nueva iluminación natural, la inclusión de estos principios como parte del nuevo proyecto dependería del criterio y habilidad de los proyectistas. Dado que éstos serán extranjeros, conviene recordárselos para que tengan presente que la mesura sería, desde un punto de vista cultural, una actitud prudente.
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Terminada la prueba, considere que este espacio va a desaparecer. El nuevo concesionario lo propuso y los políticos lo aceptaron, esencialmente porque unos arquitectos se quedaron esperando que otros arquitectos lo impidieran; la mayoría con la convicción de que un espacio tan representativo y de tal calidad no estaba en discusión. Para la mayoría de arquitectos, si algo era parte del patrimonio arquitectónico “moderno”, era Eldorado.
Pero el edificio no es patrimonio porque para serlo tiene que estar nombrado como tal; tiene que haber un papel firmado por una autoridad competente que diga “esto es patrimonio”. Para algunos conservarlo es tan evidente como la conservación de la espada de Bolívar o el Puente de Boyacá, sólo porque todos arrastran la memoria de unos eventos culturalmente importantes. Desafortunadamente, parece que se trata de una memoria todavía demasiado cercana: antes que de vejez, Eldorado padece de juventud.
Recordemos un episodio de cambio de decisión. La muralla de Cartagena “comenzaron” a demolerla hasta que alguien reaccionó y dijo “eso no se debería hacer”. Entonces, una autoridad competente emitió un juicio diciendo “eso es patrimonio”, y la demolición se suspendió. Parece cosa de documentos y palabras pero empieza por asuntos de convicción.
Si usted cree que la enunciación “Eldorado es patrimonio” tiene sentido, basta con que hablar de eso con otras personas. A menos que usted tenga poder, en cuyo caso lo que debería hacer es otra cosa.
Juan Luis Rodríguez