Dragón de Bologna. Museo Aldrovandi, tabule di animali, IV, 130.
El 13 de mayo de 1572, el mismo día que Ugo Buoncompagni había elegido regresar a su ciudad natal para ser investido como Gregorio XIII (1572-1585), apareció en las afueras de Bologna un temible dragón.
La noticia se regó como pólvora y conmocionó a sus habitantes, quienes ante semajente amenaza, designaron un grupo de ciudadanos para salir en su búsqueda. Una vez enfrentaron y dieron captura al portentoso animal, fue depositado en una jaula y llevado a la ciudad para enseñarlo a sus habitantes (1).
Pasada la conmoción y luego de que todos los bologneses vieron con sus propios ojos cómo la amenaza había sido dominada, el senador Oracio Fontana -quien tenía la autoridad para decidir qué hacer en ese caso- entregó el dragón a Ulises Aldrovandi, coleccionista de maravillas, objetos extraños y experto en dragones, quien se dedicó a estudiarlo y catalogarlo en términos de especie, atributos, semejanzas y diferencias con otros dragones y reptiles. Una vez llevado a cabo este proceso, Aldrovandi procedió a buscarle un lugar especial en la galleria de su museum para disponerlo y exhibirlo.
Como era propio de los nacientes museums, studiums y wunderkammer (cámaras de maravillas) de la época, sólo podían ser visitados por las personas que a juicio del coleccionista eran dignas de contemplar sus maravillas y tesoros.
En un corto periodo de tiempo, el Museum Aldrovandi fue visitado por un gran número de miembros de la nobleza, jerarcas de la Iglesia, caballeros, naturalistas, viajeros y estudiosos. No era para menos, pues era la primera vez que un museo exhibía semejante portento.
Ulises Aldrovandi fue además invitado a otros reinos para relatar a sus cortes cómo los ciudadanos de Bologna habían capturado el dragón, y cómo su aparición dejó de convertirse en un terrible presagio –el animal simbolizaba lo desconocido y lo demoníaco- para el papado de Gregorio XIII quien, por cierto, corrió el peligro de ser sentenciado a muerte, pues la desafortunada coincidencia prácticamente lo señalaba no como un representante de los cielos, sino de los mismísimos infiernos.
Lo que hasta la Edad Media fue considerado como signo inequívoco de lo demoníaco, se transformó -con el proceso que se le dio y el lugar que se le otorgó al dragón por los ciudadanos de Bologna- en todo lo contrario. Es decir, en que lo desconocido, lo irracional y todo aquello que en principio representaba la naturaleza como universo imperfecto y amenazante, debía ser estudiado, analizado e instituido un lugar en el mundo, que de acuerdo a la episteme renacentista, se asumió como objeto que debía ser explorado y conocido.
Museo Ferrante Imperato. Venecia, 1672
El éxito alcanzado por el Museum Aldrovandi, se debió no sólo a que salvó la vida de Gregorio XIII y desplazó al dragón del universo mítico al espacio racional del museum, sino que contó también con el visto bueno de la Iglesia –y por supuesto, del Papa al que salvó- que lejos de sentenciarlo a muerte por asignar un lugar en su colección a una bestia demoníaca, le encargó sendas ilustraciones del temido animal para exhibirlas en el Museum del Colegio de Roma.
Aunque en un comienzo algunos viajeros y estudiosos de la naturaleza vieron con recelo el caso de Aldrovandi, éstos no se quedaron atrás e iniciaron expediciones a tierras remotas en busca de objetos y «maravillas de tierras distantes» (2) para enriquecer y/o iniciar sus propias colecciones.
Es por ello que –como se puede ver en ilustraciones de la época- otro dragón como el cocodrilo, obtuvo el status de “animal maravilloso” y ocupó un lugar central en la disposición de estos primeros museos.
Jaime Iregui
(1) Findlen, Paula. Possessing nature. Museums,collecting, and scientific culture in earlyt modern Italy. University of California Press. 1994
(2) En su libro “El redescubrimiento del pasado prehispánico en Colombia: viajeros, arqueólogos y coleccionistas 1820-1945”, la antropóloga Clara Isabel Botero escribe que un grupo significativo de objetos de la America antigua llegó a Europa durante los siglos XVI a XVII. Estos objetos que eran la evidencia de aquello que se había encontrado y conquistado, fueron percibidos en Europa como “maravillas de tierras distantes”, percepción contraria a la manera como se percibían en territorio americano, como los “ídolos del diablo”.