¿Cómo radicalizar la curaduría?
Alérgicos al curador, lo criticamos desde la nostalgia. Pero necesitamos que sea autocrítico hacia delante: ¿qué sigue? Pregunta indispensable para un agente tan larvario como institucional.
Enlaza obras, espacio-tiempos y discursos, además de mediar entre instituciones, públicos y artistas. El curador intensifica o rebaja las implicaciones políticas de la obra expuesta. El arte se complejizó en poco tiempo y la globalización lo exigió —la historia del arte se deshizo o, al menos, se diversificó—: curar es crear microhistorias del arte.
Feto de siglo americano, el curador no puede fingir demencia: es un ser racionalista que impidió que las tendencias pre-semiotas del arte regresasen pero también ayudó a que el amenazado museo mantuviera su pertinencia social. Si un curador no admite tal conservadurismo, fantasea impunidad. El curador desaceleró el fin del museo.
El curador complementa al artista. Podríamos decir que está bien, “un artista no lo puede ser todo”, pero entonces respetamos el sacrosanto modelo capitalista. Postura tímida, incluso fundamentalista. Y cómoda, muy cómoda.
El artista se quedó atrás de lo que la vanguardia invitaba. Hoy hace falta una ética de lo desconocido: autoconstrucción de una subjetividad más amplia. Contento con lo que ya hace —el curador como contemplativo co-productor—, reitera la fragmentación moderna. Diré mi apuesta de desprendimiento: es improbable que del artista se derive un nuevo sujeto —está enamorado de sí y el capitalismo enamorado de él—, el nuevo sujeto podría salir de una mutación del curador.
Todo se transforma desde sus periferias polémicas. Y el curador todavía es un margen molesto. Debe mutar. El curador actual podría ser una versión primitiva de un sujeto heterodoxo de prácticas irreconocibles para el propio arte contemporáneo.
Si el curador se transfigura, el arte podría otra vez renovarse desde esta inesperada re-posición.
¿Qué haría ese nuevo agente? Si el curador actual diseña espacio-tiempos donde lo (apenas) estético participa dentro de un mayor contexto político, bastaría que reestructurase esa profesión inestable y la llevara fuera de la institución para que ocurriese un accidente; metamorfosis de su participación.
El curador podría aplicar nuevas formas de arte en la construcción de una nueva polis. En lo físico y lo psicosocial. No le interesa ser “creador”. Le interesa procesar. Luego: que dé un paso adelante, que deje al arte como tal y continúe el proceso.
El curador podría tratar ser una transición para que el arte abandone definitivamente su pura función estético-contemplativa y se vuelva catálisis constructiva. Erigir otro espacio-tiempo sería la función honda del post-curador, arquitecto directo de lo social.
Si la curaduría se radicaliza inventará una nueva ciudad.
Heriberto Yepes
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