La cuestión pública es un dilema de tipo institucional, político y social, incluso una afrenta por la felicidad. Hoy día, por cuestiones de función pública, hablamos de «lo público» como un conjunto de fachadas privadas o de pertenencia estatal. Es público en la medida que pertenece a nadie, es decir al Estado. En apariencia nadie posee y nadie tiene el derecho de poseer, a excepción del propietario— el Estado. Lo público ya no es el lugar de encuentro para la expresión política de la polis. Hoy por hoy nos quieren hacer ver que lo versado por Aristoteles era una cosa del ayer. Los gobernantes nos hacen creer que sus fallos no son de ellos, sino solo nuestros. Ahora lo público se destruye por los criminales y no por la incapacidad de los gobernantes. Así es como nacen términos como el «vandalismo» o «el daño a propiedad pública por mal uso del paisaje urbano». De esta manera se han excusado del daño que hacen por su mal uso de lo público desde la gobernanza política. Bien dijo Aristóteles que el individuo perdido sólo se debe al fallo de sus gobernantes.
Se equivoca Mauricio Galeano, director de IDARTES, al decir sobre el Museo Abierto de Bogota que sus «obras van a estar intactas, muy bien cuidadas; todo el mundo va a querer visitarlas, tomarse fotos y seguro formarán parte de catálogos importantes de arte». Demuestra lo decontextualizado que está de un medio y de una sociedad herida. En un principio, a conveniencia de sus propios intereses, nos advierte que estas obras son merecedoras de la apreciación social porque «embellecen» y «recuperan» una zona que sólo transitan automóviles. Cree él que lo bueno es hacer murales para la foto y no para la reflexión pública— esto último un principio inalienable de los individuos de la polis y una constante del graffiti—.
Este museo excluye y rechaza como todos los museos. Borra y censura. Establece lo bueno y lo malo por individualidad del gobernante. Claudia Lopez comandó su fuerza de represión contra los artistas y manifestantes el 9 de Septiembre y asesinaron a sangre fría a quienes hoy censuran. Establecen la diferencia entre lo bueno, como aquello que se da por control y establecimiento de la curaduría estatal, frente a lo malo, como aquello vandálico que es propio de la polis y de la acción pública. Estos falsos aristócratas se fundieron en la democracia para hacer culpables de sus errores a sus votantes, contrario a la Real aristocracia que apreciaba Aristóteles, con la cual se gobernaba sin tiranía. Estos mundanos hoy asesinan a quienes los eligen sin aceptar con cargo de conciencia su culpabilidad. Lo social ya no es conveniencia de sus crímenes o sus leyes. El problema de hoy es el individualismo de la culpa. Culpable el que acciona contra el Estado, no el que criminaliza con este.
La discusión que debe abrir este museo abierto es que la apertura de las artes públicas y callejeras no se harán nunca libres y «abiertas» hasta que se acaben los estigmas que en la misma ley continúan. Hasta que no acaben los dirigentes que siguen diferenciando artistas de vándalos, cuando son los mismos que ayer vandalizaron y hoy se presentaron a la convocatoria. La discusión de lo público es la discusión por el cambio de las dirigencias políticas. Hoy, en esta democracia fracasada, no hay algo como lo público. Lo que hay es el dominio del individualismo. Ya no se aprecia la mejoría de la sociedad, sino la mejoría estética de la cultura de un solo mandatario.
Ni siquiera con la izquierda de Petro vemos que ese error se corrija. El culto— el mandatario tirano— sobrepone su interés de la cultura por sobre todos. Nos habla de lo que es bueno y no para nosotros, pero no acaba con los errores que mantienen descontentos a sus ciudadanos. En esta polis, La Atenas suramericana, siguen los errores de la vieja Grecia. Por buscar ser exculpados los dirigentes no son responsables de las desgracias colectivas, sino mártires de sus enemigos: los vándalos criminales o los «individualistas» de la Cultura. Ninguno atiende y responde con rapidez a las deficiencias de sus decisiones.
Para resolverlo establecen que la mejor solución es subir a los cargos políticos a funcionarios de larga trayectoria (virtud de su nepotismo) para darnos a creer que esta nueva aristocracia es la correcta. Democratizan lo que para otros no eran espacios admirables, sino profundamente desiguales. Centralizan la cultura o democratizan el elitismo. Ninguna una función de lo público. Hacer museos abiertos, llevar artistas de regiones apartadas al centro o hacer progrmaas «cultos» con sistemas orquestales para llevar la «paz» no es signo de una participación colectiva, sino de un culto a la personalidad, al individuo reinante.
Para hablar de lo público debemos dejar de hablar de acceso y empezar a reconocer la libertad. Debemos poner fin a los criterios que dividen a artistas en buenos o malos y dejar reinar el diálogo de la sociedad.
Sin embargo, este no deja de ser un problema de la sociedad. Si quienes afuera de los circulos de la política siguen creyendo en la representatividad como un camino del cambio entonces verán tristes desgracias de sus ilusiones. El mecanismo del Estado ya no tiene quiebres por donde romperlos con democracia. El Estado se ha establecido como el rey tirano inamovible independiente de su propio mandatario. Ni Petro o López cambiarán algo, están ahí porque creen en el motor de la democracia representativa. Para cambiar la herida de la sociedad se debe buscar la justicia y esta se contruye con crítica colectiva. No debemos enfrentarnos solamente a los gobernantes, sino al tirano— al Estado. Para esto debemos modificar las leyes que nos hacen culpables de crímenes que no lo son.
El control de la expresión artística en el espacio público sólo es la tiranía estética. No debe haber Cultura para embellecer, debe haber Cultura para ejercer lo público (la expresión política).