En una conversación, un artista y un coleccionista (Elliot Arkin y Adam Lindenmann), hablaban de arte y mercado:
E.A.: Me gusta hacer una analogía con la ciencia: los artistas dividen el átomo, pero el mercado del arte crea la bomba atómica.
A.L.: Es una buena metáfora. Los hacedores de bombas patrocinan a los científicos, aunque los artistas puede que lamenten los resultados de su creación.
A mitad de este año una pequeña explosión se produjo cuando tres casas de subastas de Londres vendieron pinturas hechas por el colombiano Oscar Murillo. El precio base, entre 20 y 30 mil libras, se multiplicó en Phillips y Sotheby’s casi por 5 y en Christie’s casi por 12.
La detonación, menor para la bolsa de $40.000 millones de euros anuales que mueve el mercado del arte, fue todo un chispero en nuestra desangelada escena local. Julio Sánchez, de la emisora La W, como un rey cultural digno del reino de los ciegos, lo avizoró y programó una conversación previa con Murillo:
—Periodista: ¿Oscar para quien esté interesado en comprar […], cuál es el precio medio de sus obras?
—Murillo: Eh, en realidad no lo tengo presente, eso ya depende con las galerías, yo me dedico a trabajar en el estudio y no tengo presente muy bien el precio individual de una obra…
—Julito: ¡Eso es lo que le corresponde responder a un artista! ¡Él pinta y hay otras personas que venden y hacen el mercadeo!. ¡Maestro! ¡Qué honor tenerlo en La W! […] ¡Allá nos vemos esta noche! […] ¡Urgentemente galería en Colombia!.
Ante esto último, Alberto Casas, compañero de programa de Sánchez y con participación en la Galería Casas Riegner —que está en conversaciones con Murillo—, mantuvo un prudente silencio.
La W extendió su cubrimiento y quiso precisar un artículo de la Revista Semana sobre arte y mercado que citaba una opinión sobre las transacciones de la obra de Murillo. Julito intentó hacerle una de sus encerronas telefónicas al editor cultural de la publicación y quisieron hacerlo trastabillar atribuyéndole una cita ajena como propia. En La W les dio dolor de patria que los críticos crucificaran a un artista colombiano en aras de ilustrar los mecanismos del mercado del arte en vez de celebrarlo y hacerlo profeta de su tierra. En cambio le dieron micrófono a Alberto Chehebar, un art-dealer criollo devoto de Murillo, quien le rezó un inspirado santoral al artista, y a Ana Sokoloff, “crítica de arte”, que usó la misma camándula de Chehebar: el mercado del arte es el mercado del arte del mercado del arte.
Y es cierto: en arte las cosas valen lo que la gente está dispuesta a pagar por ellas. La misma libertad y apertura que existe para hacer e interpretar el arte se extiende a su compra y venta, comparar esto con Interbolsa es solo un acto de sinceridad.
Pero, ¿y de Murillo qué? En los últimos tres años sus performances incluyen cócteles, residencias, cenas con coleccionistas, exposiciones, entrevistas con influyentes curadores y fiestas, baile, cocina y yoga, y el resultado de algunas de estas acciones son lienzos que como tapetes de papel carbón recogen los gestos y sudores de todas esas experiencias. Los textos “críticos” repiten la misma dosis de “arte-lengua”: “Los performances, pinturas, videos e instalaciones de Murillo usan los opuestos para explorar lo que está en común. Usando el vocabulario de voceadores callejeros en sus lienzos, él explora la funcionabilidad del desplazamiento y la reconfiguración de la palabra recordando el enfoque hacia el lenguaje del movimiento Neo-Concreto de 1960”. Pero más allá de esta sesuda perogrullada, lo que hay es un tipo de 27 años que, entre tantos artistas ninguneados, goza de buena fortuna.
Ya lo decía Robert Hughes en Arte y Dinero: “Picasso era millonario a los cuarenta, y eso no le hizo ningún daño. Por otro lado, algunos pintores son millonarios a los treinta, y eso no les sirve para nada. En su conjunto, el dinero hace a los artistas más bien que mal. La idea de que el agua fría, los mendrugos y los cobradores les beneficia está casi tan extinguida como la creencia en el poder reformador de los azotes.”
Habrá que ver cómo Murillo continúa dividiendo su átomo, tal vez llegue al mismo sitio adonde vamos todos: la eterna nada (con o sin bomba atómica).
(Publicado en Revista Arcadia # 94)