El Ensayo de Perseo

Cuestionar las relaciones que el poder engendra, desde la plataforma política que propicia el arte, no siempre es un ejercicio cómodo para ninguna de las partes involucradas. La tentación de hacerlo abre atajos que el artista puede tomar, pero su reputación corre el riesgo de salir chamuscada ante el peso de las evidencias concretas que el arte prefiere disimular, y que corresponden mejor al espíritu acusador de los incendiarios..

Artista: Hernando Velandia

Curaduría: Santiago Rueda

Lugar: Sala de exposiciones Alianza Francesa sede centro

Fecha: martes 17 de mayo hasta el sábado 18 de junio de 2011

Una sala de siete por seis punto cinco metros aproximadamente, con piso en mármol salpicado de manchas grises y negras acompañado de paredes oscuras, aloja cuatro cabezas. Los focos halógenos en el techo, dirigidos en un ejercicio riguroso de iluminación, permiten ver con claridad – a pesar de la penumbra creada – los volúmenes sobre el piso, respondiendo a una voluntad de representación en el espacio, calculada con la precisión de quien dispone los objetos en una maleta para un viaje sin retorno.

La quinta cabeza, suspendida, mira el escenario. Es el presidente Santos.

El artista es Hernando Velandia y su más reciente exposición en la sala del centro de la Alianza Francesa de Bogotá, curada por Santiago Rueda.

Fotografía: Oscar Monsalve

Cuestionar las relaciones que el poder engendra, desde la plataforma política que propicia el arte, no siempre es un ejercicio cómodo para ninguna de las partes involucradas. La tentación de hacerlo abre atajos que el artista puede tomar, pero su reputación corre el riesgo de salir chamuscada ante el peso de las evidencias concretas que el arte prefiere disimular, y que corresponden mejor al espíritu acusador de los incendiarios.

Este “Ensayo de Perseo” permite ver el rastro minucioso que deja la presencia del héroe mítico, después de rebanar la cabeza del gobernante, y en un punto de reflexión que el espectador debe completar para preguntarse por el cuerpo ausente en la mitad de estas ruinas.

La relación entre cuerpo político y cuerpo biológico parece estar en la mitad de los demandas que plantea el artista, y la ausencia de aquel traza un cúmulo binario de certezas: ese cuerpo ausente bien podría denominarse ellos o nosotros, ésta engominada sociedad civil que parece existir únicamente en el inventario de la imaginación política; pero igual, la cabeza mocha bosqueja el asesinato del padre en un lugar privilegiado: el escenario del arte, a pesar de toda la carga panfletaria que estos señalamientos deban asumir y que, sin embargo, transforman a la dimensión estética en un reducto para descifrar los retos de la vida cotidiana.

Cuando el observador recorre la exposición, la posibilidad de la carga política se aligera porque las cabezas ofrecen un juego sensible para la mirada y el cuerpo que observa. Las piezas escultóricas, con sus acabados en plata y dorado – algunas – ofrecen la posibilidad de engañar las fronteras inconexas de la realidad, como cuando la relación directa con las cosas se pierde fugazmente, ofreciendo un respiro al acto crítico de ver y sentir el arte desde la posición del espectador sumergido en el logocentrismo de las cosas.

La agenda política del arte contemporáneo local tiene ya su vieja data, desde ejemplos como la cabeza de sal de Antonio Caro que sucumbió a los efectos poderosos del agua, irrespetando las convenciones de la época que reducían la gestualidad del arte exclusivamente a los objetos suspendidos sobre el muro que traza la pared convencional, y este fluido, a pesar de que no era intencional, terminó invadiendo el piso como una metamorfosis sensible que pasó de sólida a líquida.

El lugar de producción es un elemento que vale la pena destacar en la obra de Velandia. Me refiero con esto a la topografía política que él insiste en señalar, al darle una posición afirmativa al discurso vinculado al contexto geográfico.

En un escenario donde la globalización parece construir un esperanto peligroso en las prácticas artísticas, vale la pena destacar estos señalamientos que privilegian el lugar de producción como un espacio determinado por singularidades y especificidades de orden económico, social o estético, y que se plantean como figuras de resistencia ante la homogenización de los dialectos, medios y contenidos en la escena del arte asociado especialmente al eurocentrismo, impulsando en las actualizaciones piratas del nuevo internacionalismo una dosis necesaria de criticidad local.

De esta manera, la persistencia de la mirada permite desbloquearla para que se pose en el núcleo de las consideraciones insensatas, aún si estas últimas recogen el sinsabor de las particularidades sociales teñidas por el conflicto militar.

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Guillermo Villamizar

La Candelaria, Bogotá