Fue desalojado para dar paso a la terminación de la Plazoleta de la Caleñidad.
El Café de los Turcos, por donde desfilaron los intelectuales de Cali en la década del 70 y comienzos del 80 y por donde el ‘Loco Guerra’ impartía mil bendiciones, fue desalojado este jueves.
“Yo compré esto en 1977 cuando era el Café Bolívar. Yo lo convertí en el restaurante Los Turcos. Cuando lo compré vendían 15.000 pesos diarios, al mes, yo ya vendía 800.000 y 900.000”, recordaba con nostalgia Yaneth Zarzur, la primera propietaria del Café. El Café también fue popular por su comida, exótica para la época.
Pero según el escritor Humberto Valverde el sitio hacía muchos años que había perdido su encanto.
“Esperábamos que nos dieran un plazo para salir de aquí dignamente, es una tristeza muy grande porque este ha sido nuestro sitio toda la vida, es un lugar de encuentro de todas las personas de Cali, un referente de ciudad”, dijo Nelson Gutiérrez, el cuñado de Zarzur, quien estaba al frente del negocio.
Los Turcos ocupaban la parte baja del Edificio Bolívar, predio que estaba en manos de la Dirección Nacional de Estupefacientes. Ahora será demolido, junto a otra edificación, para dar paso a la terminación de la Plazoleta de la Caleñidad, obra que se inició el 30 de octubre del 2010 y que debió estar lista en abril del 2011.
La administradora del Café, Vanessa Henao, dijo que el Gobierno Municipal les ofreció un local en la nueva Plazoleta y que confiaban en trasladarse al nuevo sitio antes de ser desalojados.
“Tenemos un preacuerdo firmado con la Corporación para la Recreación Popular, que es la que va a administrar la Plazoleta, pero como aún no han terminado sus trámites con la Alcaldía tampoco podemos firmar el contrato para pasarnos al local”, dijo Henao.
“Este es un sitio tradicional donde se vende la mejor comida árabe, acá venía toda la clase política, literatos, periodistas, poetas, todo el mundo se reunía aquí. Me parece injusto”, decía Charles Delgado, un mesero que llevaba 25 años en el local.
La inspectora encargada de la diligencia dijo que desde hacía ocho días se les había notificado del procedimiento. Ahora se entregará el edificio a la Dirección Nacional de Estupefacientes que, a su vez, deberá entregárselo al municipio. A comienzos del año la municipalidad registró el edifico en la Oficina de Instrumentos Públicos.
publicado por El Tiempo
5 comentarios
¿Plazoleta de la Caleñidad? ¿Qué sigue, el Jardín de la Palma Centenaria de la Chocuanidad y el Boulevar de los Sietecueros Rolísimos?
La realidad supera la fantasía. La noción de espacio de los contratistas supera las fantasías más perversas de todos los escultores juntos. Y pega más duro.
Aunque se llamaba Café de Bolívar, la gente le puso el mote de ¨café de los turcos ¨, porque alli se reunían los inmigrantes judíos y sirio libaneses a disfrutar de la comida del mediterráneo oriental a la que seguían siendo aficionados y a jugar cartas. Luego, llegaron los actores del TEC, los estudiantes y las modelos del Instituto Departamental de Bellas Artes y tras ellos los nadaistas, los novísimos poetas y los escritores caleños de entonces y finalmente los profesores y los activistas políticos de la Univalle. Dos de dichos profesores compraron el local vecino y lo bautizaron a derechas como Café de los turcos. Ese es el que ahora cierran por demolición, el otro, el original, ya había cerrado y ahora queda como una arepería.
Fui mucho, me quedaba a tres cuadras y el bistec encebollado era de lujo… pero cuál es el problema? donde lo pongan vuelvo
The Caleñidad Square!!! Este segundo vídeo está matándome; no sé si de la risa o del dolor.
Un vídeo hecho en (el peor) inglés para hablar de cómo identifican a Cali un restaurante de judíos libaneses, un cocainómano cuya frase célebre es «Esto es cuestión de pandebono» y una loca de cuadra coronada como la reina indiscutible y eterna de la ciudad.
Aquí, cualquier atisbo de originalidad (por absurdo que sea), puede y será convertido en sello identitario.
Tal vez sea más necesario el traslado que el culto; el sitio estaba cayéndose y una tradición no va necesariamente amarrada a un espacio.
Adiós a Los Turcos
Se inauguró la plazoleta Jairo Varela. Pero se fueron Los Turcos. Aquel emblemático restaurante con más de 50 años de estar sirviendo en el mismo lugar y con los mismos amables meseros, las mismas inolvidables carnes encebolladas, luladas o ensaladas turcas. Era el lugar de encuentro cuando en la esquina estaban las cajillas de los apartados aéreos de Avianca donde llegaba la correspondencia en tiempos en que ni se soñaba con el internet ni en los rápidos correos electrónicos que enterraron el género epistolar. Los Turcos era además el lugar de las tertulias vespertinas, de la lectura de la prensa o las revistas con interlocutores listos a entablar cualquier conversación, costumbres gregarias que acompañaban y que también desaparecerán con la demolición.
El trato amable y cogedor de los meseros del restaurante, que tenía el mérito de permanecer abierto todo el día, con su gran terraza sobre la calle, consiguió que los mendigos merodearan sin estorbar ni agredir. Los Turcos eran el punto de llegada o de partida del entonces grato recorrido por la Avenida Sexta que se recorría después del cine, saboreando un cono de Dary Frost, después de disfrutar los estrenos en los teatros Calima o Bolívar, que agonizaron hasta convertirse en templos de proselitismo religioso; cuando la Sexta estaba lejos de ser el muladar de cuchitriles, negocios precarios de ventas de arepas o chorizos o bares de mala muerte con música escandalosa o de metederos oscuros de citas a escondidas.
“Nos vemos en Los Turcos” era casi que el santo y seña de una generación que ha visto desaparecer esa ciudad grata y amable de la que solo sobreviven el olor de las cadmias, los viejos ceibas y samanes y los grandes árboles tropicales que con su fronda cubren la nueva mala arquitectura caleña. Cali es hoy una ciudad sin pasado, cercada por las odiosas cintas amarillas que anuncian obras como las que advierten el sellamiento de Los Turcos con el que se despide esta última referencia urbana que mantenía viva la memoria.
Allí va cayendo todo empujado por la modernidad, doblegado por el ímpetu comercial. Como está ocurriendo con la novela de Andrés Caicedo: ¡Que viva la música! La señales que han dado la Productora Dínamo y el director Carlos Moreno es que la ambición taquillera gobernará. No será una película de época como prometió en un primer momento ni se oirán las canciones de los Rollingstones, Bobby Cruz o Richie Ray. Los artífices de la película parecen estar dispuestos a sacrificar, por no decir traicionar, el espíritu de la obra como lo reveló el casting público para escoger los protagonistas en el que primaron los clitches comerciales al punto de que la rebeldía furiosa de la heroína María del Carmen Huertas será transformada en la complacencia de una rubiecita feliz de aparecer desnuda en la portada de la revista Soho.
Mientras esto ocurre en su natal Cali, la novela ¡Que Viva la música! se abre camino como novela en las grandes ligas de la literatura universal con su traducción al francés y al inglés donde la más famosa de las editoriales, Penguin, la publicará en su colección de clásicos juveniles. Así somos, enterramos lo mejor que tenemos y la vida sigue. Sin más.
Maria Elvira Bonilla
http://www.elpais.com.co/elpais/opinion/columna/maria-elvira-bonilla/adios-turcos