En el patio interior de un edificio azotado por años de mal clima se mezclan, entre las columnas del corredor que circunda el espacio, ocho esculturas hechas de restos de bancas eclesiales del siglo XIX, concreto y metal. Desde el umbral del recinto golpea la necesidad de desacelerar el paso drásticamente. A la derecha, otro patio a cielo abierto, Las Trincheras de Murillo ondulan con un césped crecido y unos árboles que se empiezan a confundir con maleza. Por el hueco de una puerta, sillas apiladas bloquean la entrada a otro salón. No está claro si forman parte de la instalación, pero igual uno se pregunta ¿qué esconden detrás? Tal vez solo lo que queda después del estrago. «Condiciones aún por titular» del artista colombiano Óscar Murillo se siente como el momento posterior al acontecimiento, el remanente de la destrucción.
Finalmente fue expuesta en el 2021 en su lugar de gestación, el Museo de Arte de la Universidad Nacional de Colombia, y aunque la instalación produjo resoluciones significativas de la obra in situ en contextos internacionales, como la 13ª Bienal de Sharjah, es en este lugar ahora deteriorado donde la obra parece encontrar un punto de llegada, el cierre de un recorrido circular. El proceso de creación de la obra comenzó en 2014 cuando Murrillo se dispuso a desarrollar una exposición individual que abarcaba todo el espacio del museo por invitación de María Belén Sáez de Ibarra, curadora del mismo. Desde entonces se ha enriquecido con exploraciones materiales y conceptuales en espacios internacionales, donde Murillo ha desarrollado su carrera artística. Ahora recoge esos hallazgos y los trae de vuelta a Bogotá para alzar su estocada a la violencia colonial. Murillo vuelve a su lugar de nacimiento, La Paila, después de disfrutar del éxito en la escena internacional, para desarrollar piezas como Meet me! mr superman, una instalación audiovisual que muestra imágenes de las celebraciones de año nuevo, o Frecuencias, un proyecto de dibujo colaborativo que Murillo ha desarrollado con niños de La Paila y que luego se internacionalizó. Obra que, a su pesar, acompaña la muestra en la sala 2 sin tocar el punto de equilibrio del plano cartesiano.
En la sala principal, más de las bancas, una vez sagradas, se levantan fantasmales junto a lienzos de más de 4 metros por el recinto principal. La impresión sensorial de este espacio expositivo impacta el ritmo cardiaco y respiratorio cuando se siente la humedad, se huele la ruina, se escucha la composición lastimera y se camina el laberinto que forman las esculturas pictóricas. De ese sentimiento se trata la obra de Murillo. Aunque ha adquirido diferentes formas de acuerdo a los diferentes espacios del mundo en los que ha sido exhibida, orquesta cada vez una atmósfera producto de lo que él llama “descarga de energía negra”. Una energía sin etiquetas, ni dirección que ha impulsado la exploración del artista en la última década. “la materia negra en su condición abstracta es un espacio infinito de descarga negativa, que no utiliza lo simbólico ni lo figurativo sino la energía negra como principio y fin de las posibilidades de las cosas” (Murillo, 2021). Este vendría siendo el acto de destrucción terapéutica que inauguró la exposición los días 9 y 10 de octubre de 2021. Un performance en el cual Murillo y colaboradores destruyeron a mazos bancas de iglesias del siglo XIX luego excomulgadas y recogidas de bodegas holandesas. Lo que sería para algunos un karma decolonizador: el patrimonio religioso europeo viaja al territorio una vez colonizado para descargar la rabia y el dolor causados por la opresión y la violencia de la empresa evangelizadora de la iglesia católica colonial. Incluso podría encarnar un acto de emancipación histórica. De esa guerra hubo muchos cuerpos a los que nunca se les pudo ofrecer un rito fúnebre digno. Los Mateos, unas esculturas hechas a partir de prendas de ropa rellenada y sellada por sus extremos que acompañan la instalación, invocan esos cuerpos en la memoria. Recorrer el laberinto que forman los lienzos negros, las bancas, Los Mateos y otros objetos ruinosos, es atravesar un camposanto abandonado desde su concepción, una fosa común o, lo que vendría siendo lo mismo, la ciudad deshabitada. María Belén Sáez de Ibarra escribe en su ejercicio curatorial: “La casa se ha derrumbado. / El templo se ha derrumbado. /Todo lo falso y lo que es, yace expuesto ante la muerte. / Estamos a la espera. Fantasmas de este mundo danzan mientras” (2021).
El compás de ese recorrido es dictado además por una instalación sonora que transmite el eco ya apagado de lo que una vez fue una celebración ritual. En Colombia, las celebraciones rituales por excelencia son la misa católica y el carnaval pagano. Por eso hace sentido que se escuchen y vean, de forma simultánea, retazos propios del recuerdo de ambos acontecimientos en un territorio que los golpeó, rasgó y volvió a reconstruir en el proceso de conquista, colonia e independencia. El proceso del artista de deconstrucción de la materia, procesamiento emocional y construcción de la obra, también se hace visible en las grandes telas negras que ordenan el espacio, pues están llenas de marcas, enmiendas, cicatrices. Un ejercicio contemporáneo de pintura expandida. Esta materia negra sería entonces la materialización física sobre la cual se descarga la acción de la energía negra de la que habla Murillo. Una energía que se transmite al espectador cuando, en vez de percibir la obra, la padece. Demanda ser sentida con las entrañas en lugar de comprendida con la cabeza porque el dolor pasa por el cuerpo. Es por ello que «Condiciones aún por titular» es una obra de arte que se despliega de manera particular a cada contexto de exposición (in situ). Las condiciones del sufrimiento y opresión varían en cada contexto, pero siguen dejando ese mismo resabio de dolor y desolación.
¿Es este un intento del artista por hacer enmiendas con el exilio que lo tildó como «demasiado internacional»? Una actitud propia de la víctima del encanto poscolonial, de las ventajas y bellezas del “primer mundo”, del sueño americano que es realmente el sueño del norte. En todo caso, comprende un movimiento sincrónico en todas sus partes, de Colombia a Europa, de vuelta a Colombia y de vuelta a Europa. Tal vez lo que pone en evidencia la obra de Murillo es que del ciclo de la violencia colonial no termina en el acto emancipatorio, sino que danza de un lado a otro en medio de un rito fúnebre, religioso o pagano, en el camposanto que es el territorio colonizado.