Por Francisco Cavanzo
Elecciones, Tik Tok, Esther Expósito, incendios forestales, protestas, Coronavirus. Cada una de estas palabras tiene un común denominador: La incertidumbre. Ahora cuando cumple un año del inicio de la pandemia, sabemos que ha sido un tiempo particular por decir lo menos. En la red circula el chascarrillo del difícil trabajo que tendrán los profesores de Historia al tratar el tema año anterior, presentado usualmente en un gigantesco mamotreto de miles de páginas que los futuros estudiantes tendrán que leer; lo trágico del chiste, es que los sucesos cambiantes de los últimos meses son tan sólo la corrida del telón, un manto que devela la enorme crisis económica, cultural y medioambiental que se avecina. El sociólogo polaco Zygmunt Bauman tenía un afamado término para tales cambios agrestes, inesperados y continuos, la Modernidad Líquida.
El fallecido Bauman denominaba como Modernidad Líquida a este periodo histórico que cursamos actualmente. El sociólogo usaba la metáfora del líquido para conceptualizar precisamente la falta de solidez, de cohesión o la constante inestabilidad. A diferencia de eso que también bautizó el Polaco como Modernidad Sólida, que se caracterizaba por su unidad, su predictibilidad inclusive; la Modernidad Líquida es errante, impredecible y caótica. El año de pandemia no podría ser más líquido, pero su periódica y cada vez más elevada inestabilidad no es gratuita. Algunas de las causas del estado actual son los rápidos desarrollos tecnológicos que a menudo vuelcan la manera de interactuar entre personas. Desde hace unos años, la creciente clientela de las plataformas conocidas como redes sociales ha sido abrumadora, cada año emerge un nuevo rey de la internet: Facebook, Twitter, Instagram; no obstante esto nunca había sido tan claro como ahora.
Sea por el Coronavirus y los aislamientos que devinieron de ello, o por ser en sí misma una vorágine indetenible, la red Tik Tok ha sido la gran ganadora del año. Según cifras oficiales y el portal CNBC, los usuarios activos aumentaron de 400 a 800 millones durante el 2020, y con ello nuevos “famosos” e “influencers” surgieron en el panorama. Pareciera que cada segundo hay una nueva tendencia, una nueva superestrella, un nuevo baile, que se olvidará casi tan rápido como surgió. Sin embargo, no es sólo en la cultura masiva en donde esto se hace evidente, esto es obvio al ver el desarrollo de las elecciones norteamericanas. La elección del líder de occidente estuvo cubierta de bruma, ambos espectros políticos mostraban enorme preocupación concerniente hacia el futuro, parecía según los más alarmistas que solo podrían resultar en alguna clase de tiranía fuese de izquierda o derecha. Sin mencionar por supuesto el interminable sondeo que duró por meses.
Se podría decir que el ámbito político traspasó la barrera de lo líquido al gaseoso durante este año, una avalancha de protestas y de cambios se vivieron en todo el globo. Motivaciones económicas, morales o raciales fueron el combustible de diversos movimientos sociales y políticos que le robaron a menudo los titulares de prensa a la temida pandemia global. Cada semana había uno nuevo de estos movimientos, Hong Kong, Chile, Estados Unidos e incluso Colombia fueron parte de un choque entre visiones de mundo diferentes, unas con una percepción favorable del régimen político otras en su contra. Lo cierto, es que en superficie esto podría ser otro episodio entre la constante pugna entre iconoclastas e iconódulos; pero, esta vez con un tercer agente que parece llevarse la victoria, los únicos que sacan ventaja con cualquier resultado.
El debilitamiento de las instituciones estatales y el fortalecimiento de los agentes privados parece inevitable, especialmente la denominada Big Tech, las grandes empresas que controlan la internet. Son las decisiones y las operaciones de las corporaciones multinacionales como Youtube o Google, las cuales dictan el rumbo de nuestra vida privada, nuestros gustos, desagrados y por supuesto de las políticas públicas. Las compañías de Big Tech han demostrado su control sobre la vida moderna, son estas empresas las que permiten o no la circulación del bien más importante de hoy en día: la información. Estas empresas censuran o apoyan el flujo de esta información según más les convenga a ellos y a sus clientes. Se han ungido a sí mismos con una diadema de moralidad y verdad que trata de esconder la putrefacción de sus intereses particulares.
El debilitamiento de las instituciones sociales y estatales y el fortalecimiento de los agentes privados parece inevitable. La quema del bosque tropical amazónico es un buen ejemplo de ello, son compañías como JBS y Cargill, o las marcas globales como Stop & Shop, Costco, McDonald’s o Walmart (Might Earth, 2020), las que fuerzan con sus contribuciones electorales a que los gobiernos sudamericanos se hagan los de la vista gorda, y no se realice nada al respecto de la crisis ambiental. Esto por supuesto con la complicidad de las compañías de la Big Tech que bloquean el acceso a esa información según lo crean conveniente.
El año que acabamos de cursar fue solo el comienzo de la intensificación de la Modernidad Líquida, una era sin un objetivo, sin un telos que lo guíe, sólo un manto de incertidumbre que nos dirige hacia un mundo controlado completamente por corporaciones, redes sin rostro sin ninguna alianza moral más que la venta de su producto. El año siguiente al de la pandemia apenas se encuentra en sus primeros pasos; sin embargo, no comienza una etapa esperanzadora sino, que inicia una era en donde la única certeza es la falta de ella.
Fuentes y Bibliografía
Bauman, Zigmunt (2004). Modernidad Líquida. Fondo para la Cultura Económica. Argentina.
Mighty Earth (2020) Las Grandes Compañías detrás de la quema del Amazonas. Mighty Earth.org https://stories.mightyearth.org/amazonfiresspanish/index.html Sherman, Alex (2020) TikTok reveals detailed user numbers for the first time. CNBC. https://www.cnbc.com/2020/08/24/tiktok-reveals-us-global-user-growth-numbers-for-first-time.html