El abogado de Santos y el abogado del diablo

 

Luis Guillermo Vélez, del blog “La Dimensión Desconocida” en La Silla Vacía, se me adelantó con su última  entrada: compara a Antanas Mockus con un personaje de Peter Sellers, y me gana por dos días con la primicia de la analogía.

La película se llama “Desde el jardín”, en inglés la titulan “ Being there ”, algo así como “estar ahí”. Trata de un hombre llamado Chance que nunca, y nunca es nunca, ha salido de las cuatro paredes del modesto palacete donde es jardinero de un viejo caballero de Washington.

Un día su amo muere, y Chance, que solo conoce el mundo a través de la televisión, debe  salir. Por pura suerte, o chance, o por distraído, Chance es levemente atropellado por una millonaria que temerosa de una demanda se lo lleva a su gran mansión y lo entrega al cuidado del cuerpo médico que se encarga de su marido enfermo. En el camino ella le da un bautizo de alcurnia a Chance, que no es muy dado en hablar: cuando él le dice su nombre y lo que hace, “Chance, el jardinero” (“Chance, The Gardener”), ella  hace lo que hace todo el mundo en la película hace, oye lo que quiere oír y escucha “Chauncey Gardiner”, para luego asumir que es algo de los Gardiner de tal o por cual lugar. Ella es la esposa de  Benjamin  Rand, un gran cacao al que los presidentes, aun el de Estados Unidos, le deben su puesto y le reconocen los favores recibidos con visitas donde muestran su gratitud y lealtad. La escena que sigue es un diálogo entre el cacao mayor, el Presidente y el visitante “Chauncey”, es la  escena que usa Vélez en su texto para sustentar que en “la película uno se ríe de este intercambio porque sabe que Chance es un idiota y que respondiendo con metáforas tiene descrestados a todos por su sabiduría e inteligencia, incluyendo al presidente del país.” Copio y pego lo que Vélez copió y pegó:

“El Presidente: Señor Gardiner, no está usted de acuerdo con Ben, o ¿cree que podemos estimular el crecimiento con incentivos temporales?
(Una larga pausa)
Chance El jardinero: Mientras la raíz no esté cortada, todo está bien. Y todo estará bien en el jardín.
El Presidente: En el jardín.
Chance El jardinero: Si. En el jardín el crecimiento tiene sus estaciones. Primero llega la primavera, luego el verano y después tenemos el otoño y el invierno. Y luego tenemos la primavera y el verano de nuevo.
El Presidente: Primavera y verano.
Chance El jardinero: Si.
El Presidente: Luego el otoño y el invierno.
Chance El jardinero: Si.
Benjamin Rand: Creo que lo que dice nuestro brillante amigo es que le damos la bienvenida a las inevitables estaciones de la naturaleza, pero nos molestan las estaciones de nuestra economía.
Chance El jardinero: ¡Si, habrá crecimiento en la primavera!
Benjamin Rand: ¡Hmm!
Chance El jardinero: ¡Hmm!
El Presidente: Hm. Bien señor Gardiner, debo admitir que esa es una de las propuestas más refrescantes y optimistas que he oído en un muy, muy, largo tiempo.
(Benjamin Rand aplaude)
El Presidente: Y admiro su buen sentido común. Eso es precisamente lo que necesitamos en el Congreso”

A partir de este diálogo, Vélez concluye: “Ya es hora de que “legalidad democrática”, “con educación todo”, “no todo vale”, “Corte Constitucional guíanos” signifiquen algo de verdad y no solamente sean, como en el caso de Chance El jardinero, frases bonitas que camuflan la ignorancia del que las repite.” Y con este cierre dramático, concluye su composición, ergo, el Mockus de los debates es un ignorante, un idiota que fue Rector de la Universidad Nacional y dos veces alcalde de Bogotá, un imbécil cuyos actos no significan “algo de verdad” y, por ejemplo, renunciar a los 4.500 millones que le correspondían del Estado por reposición de votos o decirle al poderoso Grupo Santodomingo que no necesita de su “ayuda” económica, es puro camuflaje democrático.

Me gustan los textos de Vélez, los leo con el mismo placer que leo a José Obdulio Gaviria. Sé que la comparación es odiosa, Vélez es mucho mejor que el émulo criollo de Göring (ni siquiera a Goebbels le da la talla). En Vélez a veces encuentro un escepticismo saludable, por momentos algunas de sus  frases producen el dolor que da la lucidez, tal vez por esa misma molestia es que algunas de sus críticas certeras a Mockus y al Partido Verde le son devueltas por comentaristas heridos con comentarios hirientes.

Por eso que leo a Vélez, para sopesar hasta qué punto sus argumentos me producen dolor o cosquillas, leerlo es una especie de cura homeopática que con dosis precisas de veneno evita la gripa del fervor. Pero otras veces el doctor Vélez se descacha en la medicación, por ejemplo cuando hizo una entrada sobre el  show mediático alrededor de la liberación de Pablo Emilio Moncayo del secuestro de las FARC, donde llamaba con justeza “liberaciones políticas” a las “liberaciones humanitarias”, y entre otras cosas afirmó —sin  compasión— que “Moncayo se fue de paseo ecológico durante 12 años”. Pero al momento de ser irónico le  falló la exageración, fue negligente al extender su crítica al show mediático del gobierno. Y lo mismo le pasó cuando escribió sobre “ la campaña sucia contra Juan Manuel”: fustigó a Mockus por sus “heridas autoinflingidas” y dijo que no existe una campaña sucia contra ese candidato más allá de la que “el mismo se ha encargado de crear”. Pero aun cuando esto fuera cierto, omitió que el carácter autodestructivo de Mockus y sus traspiés son accidentes menores comparados con los «motosierrazos» que se pega Santos cuando, por ejemplo, denigra sobre la corrupción pero cultiva con esmero los votos cautivos de políticos cuestionados e investigados por corrupción y paramilitarismo como  Musa Besaile en  Córdoba.

En ese momento Véléz deja de ser un juicioso “abogado del diablo” para convertirse en un tinterillo de Santos. Por supuesto, si sus textos fueran los de un cínico, los de un pragmático con honestidad intelectual, tal vez la apuesta le funcionaría, pero Vélez falla cuando hace caer el telón ideológico sobre el teatro de la crueldad y, como un cantante mediocre, no alcanza la nota alta de crudeza que prometía su aria de maledicencia. El escepticismo de Vélez es parcial, pone el lenguaje al servicio de una ideología, no lleva el arte de la  injuria hasta sus últimas consecuencias,  caza el tigre pero se asusta con la piel (o la exhibe con pompa y gala sin haber sido capaz de desentrañar al animal).

Por eso también me molesta que haya usado el ejemplo de Chance “el jardinero”, o de Chauncy Gardiner, pues lo hizo de forma sesgada y, por ejemplo, si se trata de hacer un análisis de cómo se hace la política, omitió en su comparación la penúltima  escena de la película: un grupo de cacaos lleva el féretro del gran cacao Benjamin Rand a su tumba, lo cargan a un memorial que queda en el inmenso jardín de su propiedad y que está coronado por un símbolo esculpido en piedra que es el mismo que aparece en los billetes de un dólar estadounidense: la pirámide truncada con el ojo que todo lo ve, el símbolo de los  Iluminati, una secta cuyo deseo fue regir todas las naciones bajo un nuevo orden mundial. Estos hombres encumbrados discuten sobre quién va a ser el próximo presidente de los Estados Unidos puesto que el actual no da para reelección, o como sucedió en Colombia, el empleado de la finca se podría empoderar demasiado y querer ser el dueño y señor, y así como gran parte del status quo colombiano no reculó con la primera reelección de Uribe pero sí se  rasgó las vestiduras con la segunda, estos hombres piensan que ya es hora de cambiar el fusible que regula el voltaje de la política. Barajan opciones y luego de ver los peros y los contras, una se mantiene: Chauncey Gardner, un hombre sin pasado sucio, un tipo con ideas extrañas pero que es un símbolo mediático de gran aceptación, un ser capaz de cautivar a punta de esperanza (no de miedo), un tipo que es sincero, que responde “solo veo televisión” cuando le preguntan si lee periódicos —y este extraño acto de honestidad lo  eleva en las encuestas—, un ser común y corriente que parece que fuera un astuto político pero que lo único que hace es responder al mundo con su llana verdad, y deja que los que quieran se engañen a sí mismos con total libertad.

El  lema del blog de Vélez reza lo siguiente: “tal vez porque las leyes son como las salchichas, es mejor no saber cómo se hacen. Este blog busca meternos en la fábrica de salchichas”. Pero es justo eso lo que Vélez se rehusó a hacer aquí, no entró, se quedó afuera de la fábrica, en la calle, vendiendo perros calientes, satisfecho de si mismo, de su producto y de su comparación a medias con una película olvidada de Peter Sellers. Es extraño que Veléz  deje por fuera de su dimensión desconocida esta y otras conocidas trasescenas del poder. Es claro que lo suyo es solo una comparación, pero aunque las  teorías de confabulación donde el mundo está regido por una élite, por unos Iluminati, o por unos lagartos extraterrestres camuflados bajo la piel de un Bill Gates, sean solo un mito más, no hay que omitir ese relato, más bien hay que subrayar la  verdad que señala la ficción con sus fábulas del poder detrás del poder.

Y volviendo a la puesta en escena, la comparación entre Mockus, el político, y Chance, el jardinero, está ahí para llegar hasta las últimas consecuencias, la última  escena de la película: Chance se aleja de la ceremonia del funeral y se adentra en un bosque, levanta un pequeño arbusto caído y luego llega a un lago, da la espalda a la cámara y camina hacia el agua, camina sobre el agua, y tan solitario como llegó se va…

No sé si esta última escena sea del director de la película, Hal Ashby, o del escritor del libro original, Jerzy Kosiński, pero es ahí donde la puesta en escena es más fina y contundente: el que pensábamos como un idiota es ahora un redentor, y si él lo es ¿es Cristo —o cualquier otro— un impostor? La metáfora no se refiere solo al elegido, sino que nos golpea con fuerza y se revierte, cuestiona a los electores: ¿por qué necesitamos de un líder-redentor?, ¿de dónde nuestra necesidad de redención?

A veces el mejor profesor no es el que explica bien sino el que no sabe explicar. El que explica bien hace estudiantes pasivos, es un profesor atontador, arrulla a punta de labia, en cambio, el que no sabe explicar enseña a aprender, nos deja a solas ante el mundo, libres de pensamiento, voluntad y acción. A la luz de Chance “el jardinero”, Mockus “el candidato profesor”, genera la ansiedad de esa libertad, en todos está la incógnita que se resume a un miedo básico y singular: cambiar. Mockus será un idiota útil para muchos o para otros un  símbolo de paz, pero su “incienso” y su “sueño” es inédito hasta ahora en el paisaje político colombiano (solo lo puedo referir a la campaña efímera de  Carlos Pizarro antes de ser acribillado en un avión o a la  Revolución en Marcha de López Pumarejo). Solo por eso vale la pena. Tal vez con Mockus como mandatario no pase mucho y como a Barak Obama le  cobremos aun más caro sus errores, pero para el caso de las elecciones colombianas son preferibles sus salidas en  falso que un nuevo  falso positivo electoral. La prolongación de un estado feudal que truca responsabilidad con paternalismo, un gobierno corrupto que promete extenderse por cuatro y hasta ocho años más (Santos no va por solo un periodo), un poder que ya tiene suficiente poder y, como  dice la canción, “si le das más poder al poder más duro te van a venir a joder”.

La película no acaba ahí. Siguen los  créditos, el reverso del decorado: mientras escurren los letreritos vemos a Peter Sellers repitiendo una y otra vez la misma escena porque tiene que actuar como un  imbécil y no es tan fácil, cada vez que se equivoca se ríe, cortan y continúa… Tal vez Chance “el jardinero”, o Mockus “el candidato”, esconden algo más, algo que no se ha visto todavía porque los asesores de Mockus le han hecho perder espontaneidad, o porque Mockus, el actor, apenas está entrando en el personaje. Quizá como sucede en toda buena  tragicomedia, en vez de reír de él, reiremos con él. En la representación y en el teatro de la política nunca podemos estar seguros, la política es siempre, potencialmente, una  amenaza

 

Lucas Ospina

publicado por la Silla Vacía