La escritora Melba Escobar escribe hoy sobre el 45 Salón Nacional de Artistas en El Tiempo. Se refiere tanto al caso del mural como a obras y curadurías.
El 45 Salón Nacional de Artistas: de la polémica al asombro
Hace 79 años se inauguró el primer Salón Nacional de Artistas. Entonces era presidente Eduardo Santos Montejo, y Jorge Eliécer Gaitán, su ministro de Educación.
El objetivo era tomarle el pulso al arte colombiano, visibilizar nuevos artistas, generar un diálogo en torno al oficio. Desde entonces han pasado por él figuras como Fernando Botero, Eduardo Ramírez Villamizar, Doris Salcedo, Beatriz González, Víctor Laignelet y Juan Mejía. Sus obras han generado controversia, como lo ha hecho en el actual Salón la disputa por el muro borrado con las pinturas del Colombo Americano hechas por Powerpaola y Lucas Ospina.
El mural destruido “en un acto de vandalismo institucional”, como lo denomina el artista Bernardo Ortiz, en una carta publicada en Esfera Pública, deja el desconcierto sobre quién dio la orden de arrasar con una pintura que mostraba a Enrique Peñalosa sin pantalones y con camisa de leñador tumbando un árbol con un hacha o a una figura de Trump con el expresidente Uribe e Iván Duque como títeres. Si fue “una orden de arriba” o la decisión de un mando medio poco importa mes y medio más tarde, a escasos dos días de que el Salón termine su exhibición en Bogotá, después de 13 años sin tener como sede a la capital del país.
Pero más allá del hecho concreto y desafortunado del mural, poco se ha hablado del 45 Salón Nacional de Artistas como el esfuerzo que reúne 9 espacios, 160 artistas y varios grupos de curadores bajo el título ‘El revés de la trama’. Espacios como el MamBo, Odeón, la galería Santa Fe, el Museo de Artes Visuales de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, el Parqueadero, Casa Lía o la Cinemateca Distrital, exhiben dibujos, comics, escultura, pintura, performance y happenings, además de ofrecer talleres y conversatorios con artistas nacionales e internacionales sin ningún costo.
El revés de la trama
Para Liliana Andrade, museógrafa del 45 Salón Nacional de Artistas, algo por destacar de esta muestra es la diversidad de registros, formatos, géneros y técnicas que se ven representados. Lo cierto es que después de visitar la muestra queda claro que el hecho de ser un programa de arte en Colombia, no nos limita a pensar en problemáticas sociales, política, desigualdades, territorio o poblaciones. Si bien todas estas temáticas se ven representadas en las exposiciones, también vemos la concepción de una idea de futuro, el manejo del tiempo, el espacio, la ciencia, la tecnología, el medioambiente.
Como una espectadora ajena al mundo del arte, esperaba encontrar una narrativa en torno al país, sus conflictos sociales, su identidad de nación, su concepción política. Quizá porque esa ha sido una tendencia del arte colombiano en obras como las de Beatriz González, Fernando Botero o Doris Salcedo, me sorprendió encontrar tantos registros, temáticas y formatos heterogéneos.
Al comienzo, esa diversidad de voces mayoritariamente nuevas y jóvenes la percibí como una ausencia de lo conocido o esperado. Luego de dos visitas pude percibir que acaso mi desconcierto obedecía al hecho de estar viendo algo nuevo: un arte plural, diverso, donde el artista colombiano se concibe más como ciudadano del mundo, sin que su localización geográfica o temporal determine una corriente, un modo de representación o una temática particular.
El revés de la trama, el otro lado de las cosas, la tras escena, aquello que ocurre tras bambalinas, el relato oculto tras la obra, las costuras que suelen permanecer ocultas, el proceso de realización. Para Alejandro Martín, director artístico del Salón, la intención era mostrar la ciudad como una gran trama sobre la que ocurren muchas cosas, heterogéneas, inconexas, pero al mismo tiempo unidas desde esa relación única que cada uno construye con la otredad: “No deja de ser paradójico que todos tenemos una mirada distinta sobre lo otro, sobre lo diferente”. En ese sentido, también ‘lo otro’ es algo único, irrepetible y subjetivo.
Del afro futurismo a la ciencia ficción
En el MamBo, La Usurpadora, un proyecto de investigación curatorial integrado por los artistas María Isabel Rueda y Mario Llanos, le ha dado forma a la exposición ‘Universos desdoblados’. Como bien lo dice Dominique Rodríguez, jefe de comunicaciones del Salón y periodista cultural, “la exposición problematiza lo que todos damos por hecho”.
Lo cierto es que en este acto de “problematizar lo que damos por hecho”, me sentí como si me hubiera perdido en la traducción. La sensación de no captar el mensaje me hizo por momentos dar, en sentido literal, tres pasos hacia atrás de aquello que me resultaba incomprensible. Sin embargo, después de visitar varias de las obras, me fui relajando. A veces queremos que todo tenga una lógica, una estructura, un código que podamos descifrar con rapidez. Pero el arte puede ser a menudo un elogio a la dificultad, nos exige mirar despacio, repasar.
En este ejercicio de suspender el juicio automático que solemos emitir sobre lo desconocido, sobre aquello que vemos por primera vez y no comprendemos de la manera en que creemos comprenderlo todo, llegué a captar la ironía en el lenguaje, el juego, su habilidad para afilarnos la mirada. En más de una obra, el tiempo hace una contorsión para mostrarnos ese futuro que imaginábamos hacía un siglo y que nunca fue. Un futuro que ha envejecido y ahora revisitamos burlones encontrando en él un destello de la imaginación humana, sus ilusiones, su afán de capturar la grandeza, el sentido de la vida y del universo, todo desde nuestra efímera existencia.
Para Alejandro, el revés de la trama implica también pensar el arte como un proceso inacabado. Acaso las obras solo cobran vida bajo los ojos de los espectadores que nos fijamos en ellas. El sentido de cada obra se lo da entonces el espectador. Cada obra es tantas como espectadores la visiten y le den un sentido único e irrepetible.
Del desconcierto al asombro
En las exposiciones se encuentra dibujo, cómic, nuevos medios, instalación, performance, escultura, pintura. Hay muchísimos artistas jóvenes, se sabe por las fechas en las que nacieron, bastantes no han cumplido los 30 años. Los temas parecen ser todos: el tiempo, el espacio, la idea de futuro, la política, el territorio, el cuerpo, la palabra, la sexualidad, el género, la violencia, la historia, la memoria. Quizá eso me sorprendió. Como dije antes, esperaba una narrativa de país, quizá del posconflicto. Esperaba ver las regiones, el territorio. Esperaba ver algo de lo que ya he visto.
Entonces se topa uno con el desconcierto. Como muchas de estas obras en registros tan diversos y a menudo confusos que nos dejan sin palabras. El desconcierto puede repeler. Y, sin embargo, si se sostiene la mirada, quizá se llegue a conquistar el asombro. Como cuando se tiene una epifanía. Es un momento emocionante. Me reí con los videos de Alma Sarmiento, donde muestra a artistas colombianos como ella hablando desde un sofá en 2066 con el pelo blanco y el arrepentimiento de los errores cometidos en un pasado que es este presente.
En el mismo museo, el observador atento encontrará huesitos sueltos de la patasola regados en las esquinas. Me cuentan de una niña que se pasó toda la visita intentando juntar huesos dispersos para darle forma a la difunta. Lo cierto es que tras esta obra de Mónica Restrepo, al mismo tiempo un juego de niños y una reflexión brutal, se oculta una interpretación de la patasola que no habíamos visto: un feminicidio en forma de leyenda infantil.
Recuerdo también las imágenes de videos tomadas aleatoriamente de YouTube por Sofía Reyes para tejer una colcha de retazos de fragmentos de historias audiovisuales que componen una nueva narrativa. Imágenes circulares que producen tanto empatía como angustia en una narración hecha de otras narraciones.
En una esquinita del segundo piso está la obra de José Orlando Salgado, una fotografía donde se lo ve subiendo al cerro de Monserrate vestido de astronauta y con una bandera de Bogotá para conquistar el cerro, tal como el hombre en su momento conquistó la Luna. El traje espacial parece hecho de papel aluminio, tubos de aspiradora y otros chécheres domésticos. Esta parodia nos hace pensar en ese concepto tan grandilocuente y a la vez fortuito de la ‘apropiación geográfica’. Nunca había pensado en ese lado cómico, casi ridículo, de conquistar la Luna con una bandera. Al ver la parodia del hombre que ‘coloniza’ Monserrate como un cerro que entra a hacer parte de Bogotá, resulta inevitable pensar el gesto de conquista intergaláctica como uno de tantos actos pueriles de la vanidad humana. El revés de la trama es entonces también el acto de cambiar el punto de vista. Ver lo que siempre hemos dado por sentado con una mirada refrescante y renovadora. Dejarnos sorprender por eso que siempre había estado ahí, pero que no habíamos visto más que una manera oficial e incuestionable.
Se me acaba el espacio y solo les he hablado del MamBo, apenas he mencionado un puñado de los cerca de 160 artistas que participan del Salón. Solo les puedo decir que me encantó lo que vi. No en la primera, en la segunda visita. Porque me costó esa vuelta de tuerca sobre la mirada que exigen muchas de las obras. Y, sin embargo, valió la pena.
El imaginario colectivo del progreso, los mitos fundacionales sobre la existencia, nuestras creencias más ancestrales puestas del revés, todo parece flotar a nuestro alrededor como el colchón que Adrián Gaitán pone a ondear por los aires en el Museo de Artes Visuales de la Tadeo Lozano. Me quedan ocho exposiciones por mencionar. Se me acabó el espacio. Tengo en la punta de la lengua tantas imágenes, recuerdos, artistas que quisiera mencionar, que merecerían aparecer aquí porque me enseñaron algo, me sorprendieron, me dejaron perpleja, me sacaron un gesto de asco, una carcajada o una pregunta que llevaba años atascada en el sótano de la cabeza.
El arte es una máquina de generar pensamientos y emociones, tal como la máquina de fe que encontramos en el MamBo, obra de Jason Castro. Máquinas que no son máquinas sino fabricaciones humanas hechas de deseo, miedo y necesidad. Pensamientos puestos patas arriba que nos enseñan el revés de las emociones.
Esta creación colectiva es un esfuerzo en el que participaron artistas, curadores, instituciones públicas y privadas. Al final del recorrido se encontrarán con un coro monumental, armónico en su heterogeneidad y asimetría, expectante a la llegada del público, cómplice y testigo en el tránsito del desconcierto al asombro.
Hasta el 4 de noviembre
Once sedes y 166 artistas.
Todos los espacios son gratuitos
Espacios:
– MamBo
– Museo de Artes Visuales, Universidad Jorge Tadeo Lozano
– Cinemateca de Bogotá
– Centro Colombo Americano
– Espacio Odeón
– LIA
– Galería Santa Fe
– El Parqueadero, Mamu
– Facultad de Artes, Asab
– Pastas El Gallo
– Biblioteca Nacional de Colombia
1 comentario
I found this art exhibition, a great excuse to get involved in what is going on in Colombia.
Although, the youngest public wasn’t visible those days- I mean the way it should be.
On the other hand, the promotion in general wasn’t enough.