Polémica v/s reflexión
Asisto inicialmente como espectadora virtual, como lectora virtual, al no poco ruido que ha provocado la presentación del montaje de egreso de la Escuela de Teatro de la Universidad Católica (UC), Insultos al púvlico (sic) a través de la prensa que circula por Internet, presentación que finalmente ha provocado la petición de renuncia a la dirección de dicha escuela a su directora, Verónica García-Huidobro y la no renovación de contrato a su profesor e investigador Rodrigo Canales. Petición que se emite desde el Decanato de la Facultad de Artes, específicamente a través de su representante, el decano, Jaime Donoso.
La verdad es que esta virtualidad de la experiencia de la que soy sujeto, debido a la distancia, conlleva en sí misma una serie de implicancias a favor y en contra. Puedo hacerme cargo de la noticia que me informa a través de la red con la misma responsabilidad con que me hago cargo de informarme sobre el último viaje de Madonna a la India. La noticia que recibo puede convertirse muy fácilmente en un grano de arena más en esa enorme montaña de información que me (nos) aturde diariamente. Pero da el caso, que como sujeto receptor no soy simplemente un sujeto pasivo, un traga noticias sin filtro y ante el abanico de problemáticas que plantea la situación suscitada al interior de la Facultad de Artes de la Universidad Católica, no me queda más remedio que detenerme, detenerme a pensar. Más allá de la polémica. La polémica durará unos días, ocupará algunas páginas del diario, pero la polémica por la polémica, el escándalo académico por el escándalo académico, sin una puesta en cuestión de las problemáticas que podrían ser planteadas realmente nunca ha servido de mucho y más valdría ahorrarse el trago. Por otra parte, como profesional del teatro, que desarrolla una parte de su trabajo dentro del ámbito universitario me es imposible, política y éticamente, mantenerme al margen.
Universidad, universalidad y pluralidad
Al mismo tiempo, es de conocimiento público que la universidad está permanentemente sometida a las presiones de los diferentes poderes que la rigen y sostienen: a veces estatales, otra veces religiosos, ideológicos y económicos. Estos últimos intereses “los comerciales” quizá sean los que actualmente rigen y sostienen gran parte de la oferta universitaria a la que asistimos. Y sin duda alguna representan “intereses” siempre presentes, hasta en la más laica y pública de las instituciones universitarias. Ante este panorama: ¿puede realmente la universidad accionar de modo independiente? ¿O de algún modo su reflexión y propuesta estarán siempre condicionadas a alguno de estos poderes y en caso de que alguno de estos poderes se “moleste” con la intervención de la universidad en la vida pública su investigación y propuestas deberán replegarse? ¿Debe la universidad morderse la lengua para no poner en riesgo su continuidad? ¿Debe aceptar, sin chistar, este ejercicio coactivo del poder? ¿O debe de algún modo resistir? ¿Y aún más, disidir? ¿No es acaso el desarrollo del pensamiento crítico un acto de resistencia, de disidencia? ¿No es acaso el espacio de las artes un espacio privilegiado para reflexionar y cuestionar el orden establecido? ¿Cómo hacer arte sin problematizar? ¿Es realmente posible eso?
Una de las cosas más curiosas en relación a todo lo que aparece en prensa es que apenas se comprende cuáles fueron los motivos para “sugerir” (vaya eufemismo para “exigir”) la no presentación de la dichosa obra, a no ser que realmente quieran hacernos pensar que lo que tanto irritó a la autoridad académica fueron: unos cuantos desnudos 3 ; un canto con alusiones a Pinochet (que conociendo la línea del director debe haber sido una ironía) y “supuestas alusiones” al peso de Michelle Bachelet (alusión que los alumnos participantes niegan). Y a decir verdad no han sido estos detalles los que me han motivado a generar esta reflexión en defensa del trabajo universitario, de las decisiones y acciones de Verónica García-Huidobro y Rodrigo Canales, sino un asunto que atraviesa mucho más profunda y transversalmente todo este ejercicio de poder. Y en donde a todas luces quien ha actuado fuera de los principios de lo que universalmente se entiende por universidad ha sido el señor decano, Jaime Donoso, quién ante la visión del espectáculo no encuentra una solución mejor que “sugerir” (léase “exigir”) la no presentación de la totalidad de las funciones. Lo que se traduce en que el pensamiento de un solo individuo pretende anular la investigación y reflexión desarrollada por un grupo de alumnos en dirección de un profesor durante todo un semestre. Quizá el señor decano sólo siguió órdenes superiores (podemos especular) pero el punto es que él desplegó y accionó la maquinaria del poder coercitivo, y esto se realizó, al parecer, por criterio propio o al menos sin ofrecer resistencias al mandato de alguna otra fuente.
Ahora, como individuos pensantes, como trabajadores de la institución universitaria y como creadores no podemos avalar tales acciones, ni dejar que se pseudoproblematicen sólo en la polémica. Porque la universidad en cuestión será católica, pero ante todo es universidad, y si se le olvida eso deja de ser universidad, como debe ser la universidad: universal y plural en el planteamiento de sus investigaciones y discursos. Y si esto no es entendido así por la autoridad de la Facultad de Artes de la Pontificia Universidad Católica de Chile debieran clarificarse postulados, paradigmas y reglas sobre lo que están entendiendo por universidad, en un juego limpio, de cara a la comunidad, y no a través de prácticas oscurantistas que poco tienen que ver con los sistemas laicos y democráticos en los que se entiende el estado chileno en los tiempos actuales. Asunto que debiera realizarse con suma precaución de no caer en contradicciones flagrantes si realmente es de su interés mantener el prestigio que posee dicha institución hace tantos años. La Universidad Católica (en este caso particular, su Facultad de Artes y su Escuela de Teatro) antes que nada no debiera renunciar a su carácter de universidad, porque si lo hace sólo podremos comprenderla epistemológica y ontológicamente como pontificia y católica y dentro de eso, así, automáticamente, no es posible la existencia de la universidad. Lo que tampoco haría posible la existencia de una reflexión humanista y artística que pueda dialogar con otras institucionalidades en los términos que exige el debate contemporáneo.
Independiente de lo que haya propuesto la obra Insultos al púvlico (sic) en dirección de Rodrigo Canales, las decisiones tomadas por Verónica García-Huidobro corresponden en todo su término a quién responde éticamente a su labor y al ejercicio de ésta. Pues por lo que descubrimos en sus declaraciones a la prensa Verónica García-Huidobro hizo lo que como directora de una Escuela de Teatro —en donde confluyen una diversidad de puntos de vista— hubiera hecho con cualquiera de sus colegas: permitirle ejercer su derecho a la libertad de expresión y acción. Con lo que por consecuencia ha permitido a sus alumnos ejercer el mismo derecho. Así como ha permitido a todos los otros cursos y profesores ejercer el mismísimo derecho, por muy cercanas o lejanas que se encuentren sus propuestas éticas y estéticas de su propia ideología ética o estética. Práctica que también ha ejercido el cuestionado profesor, puesto que ha generado un espacio de expresión para los alumnos que éstos han utilizado como han querido, como han podido, sin ser por ello puestos en cuestión o sometidos a censura por parte del educador. Hacer teatro, o al menos hacer un teatro que valga la pena hacerse requiere de la apropiación de discursos, métodos y formas desde una perspectiva personal, autoral, lo demás no es más que formación de repetidores, no de creadores. Ambos docentes han demostrado conocer y ejercer su labor como profesores en el sentido más alto del término, lejos de actuar como funcionarios mercenarios al servicio de una empresa educativa sino muy por el contrario, como nos propone Derrida, al servicio de una profesión de fe, la de ser profesor:
Suponiendo que se sepa lo que es una profesión de fe, podemos preguntarnos quién sería entonces responsable de semejante profesión de fe. ¿Quién la firmaría? ¿Quién la profesaría? No me atrevo a preguntar quién sería su profes(ad)or pero quizá debiéramos analizar cierta herencia, en todo caso cierta vecindad entre el porvenir de la profesión académica, el de la profesión de profesor, el principio de autoridad que deriva de ella, y la profesión de fe. 4
Entendiendo también profesar como: declarar abiertamente, declarar públicamente, performativamente (con acciones), responsablemente. Y agregando:
Profesar es comprometerse declarándose, brindándose como, prometiendo ser eso o aquello. (…) No es necesario ni solamente ser esto o aquello, ni siquiera un experto competente, sino prometer serlo, comprometerse a ello bajo palabra. Philosophian profiteri es profesar la filosofía: no simplemente ser filósofo, practicar o enseñar la filosofía de forma pertinente, sino comprometerse, mediante una promesa pública, a consagrarse públicamente, a entregarse a la filosofía, a dar testimonio, incluso a pelearse por ella. Y lo que aquí cuenta es esta promesa, este compromiso de responsabilidad. Éste no se puede reducir, como bien se ve, ni a la teoría ni a la práctica. Profesar consiste siempre en un acto de habla performativo, incluso si el saber, el objeto, el contenido de lo que se profesa, de lo que se enseña o practica sigue siendo, por su parte, de orden teórico o constatativo (…)
Profesar o ser profesor, en esta tradición que precisamente está en proceso de mutación, es sin duda producir y enseñar un saber al tiempo que se profesa, es decir, que se promete adquirir una responsabilidad que no se agota en el acto de saber o de enseñar. 5
A la luz de los hechos el compromiso profesional adquirido por estos dos profesores-profes(ad)ores es absolutamente incuestionable. Y en tiempos en donde parece no tener rotunda importancia accionar de modo coherente entre dichos y hechos en pro de beneficios económicos (o de otro tipo) las decisiones tomadas por ambos merecen el más respetuoso apoyo y defensa. ¿Hubiera sido más fácil para Rodrigo Canales autocensurar el montaje realizado con y por los alumnos antes que permitirles mostrar su trabajo cuando ya se rumoreaba que tendrían problemas con la autoridad? Un sí a esta pregunta sólo puede provenir del miedo o de la egoísta conveniencia personal. ¿Hubiera sido más fácil para Verónica García-Huidobro restringir las presentaciones de la obra que se tenía derecho a realizar y por ende censurar a un docente en vistas de los “problemas” que causaría? Un sí a esta pregunta también sólo puede provenir del miedo o de la egoísta conveniencia personal. Y no podemos educar en el miedo, como tampoco en la conveniencia acomodaticia a las circunstancias si realmente creemos en lo que hacemos y además queremos y respetamos lo que hacemos. Se supone que los tiempos del terror ya terminaron ¿o acaso con la actitud tomada por el decano/decanato de la Facultad de Artes de la Universidad Católica tenemos que darnos cuenta de que en ciertos sectores de la generación de la cultura esto aún no ha terminado? Tristemente los últimos hechos acontecidos responden afirmativamente a esta pregunta.
Un argumento fácil que se lee en los chats que comentan la noticia por Internet, o en los foros es la afirmación de que, por ejemplo: “Rodrigo Canales debía haber sabido dónde se estaba metiendo”, afirmación reaccionaria a la que podríamos responder con otra reacción afirmando que si a esta universidad posiblemente puede escandalizarle tanto el trabajo de un profesor con unos alumnos, debiera la misma universidad preocuparse más por “vigilar” quién entra en sus filas y quien no, para así evitarse los problemas en relación a su imagen pública que este “castigo” ejercido a sus docentes les ha traído por estos días. Rodrigo Canales no hizo con los alumnos nada diferente de lo que hace cuando monta sus obras de modo independiente. ¿Por qué debería haber hecho otra cosa? ¿No suponemos que si se le pide que trabaje ahí se conoce su producción? Si no ¿por qué se le pide que trabaje ahí con los alumnos? La obra escénica de Canales cierto es que aún es un trabajo que está en formación y excedería las intenciones de este comentario hacer un análisis de ella, pero lo que está claro a todas luces desde sus inicios es que Canales, el teatrista Canales, es un provocador y es radical (cuyo trabajo guarda muchas similitudes con el trabajo de otro provocador radical: Rodrigo García, autor sobre el que Inés Stranger — la directora del TEUC— realiza una tesis) 6. Y entonces, lo que resulta casi incomprensible es que luego de que ha trabajado ya varios montajes con otros cursos se tome conciencia de lo incómoda que es para la facultad su postura tan políticamente incorrecta. Y lo que más incomprensible resulta es que ante esto no se intente siquiera generar un debate, un diálogo, que se habría presentado tan útil entre docentes y alumnos sobre algunas de las cuestiones que aquí se plantean (y otras más). Porque por supuesto que puede existir un montaje teatral, una obra artística, o un ensayo teórico que no concuerde con los citados principios de la UC, pero ante la posibilidad de que esto suceda la solución aquí tomada responde única y exclusivamente a una actitud paternalista que no interactúa con sus docentes o alumnado (¿o debo decir clientela?) en términos de igualdad de condiciones y sobre todo de respeto a la diferencia. Y es aquí donde el mensaje de todo este asunto se torna peligroso. El problema no es sólo que dentro de la Facultad de Artes de la UC haya docentes que puedan generar obras artísticas o teóricas (o que incluso haya docentes que piensen diferente a la universidad), el problema además es que si esto es revelado o se hace público, no existirá la posibilidad del diálogo, sino que se optará unilateralmente por tomar medidas disciplinares. Porque siguiendo el curso de los acontecimientos no fue nunca intención de la facultad generar algún tipo de debate en relación a los contenidos o formas del montaje, sino que simplemente ante la discrepancia de criterios primero se intentó invisibilizar y al no conseguirlo se optó por castigar. Casi a modo de ejemplo. Una subrepticia advertencia: “Al que disida de nuestras ‘sugerencias’ 7 simplemente se le cesará de sus funciones” 8. Enviando así un inequívoco mensaje al resto de la planta docente que, no me cabe duda, en algunos casos (por supuesto no en todos) asistirá con horror y desilusión ante las acciones de sus superiores. Y se dejará dominar por el miedo. Y no está demás decir que resulta también espeluznante que no encontremos al día de hoy ninguna declaración de apoyo a los colegas castigados de parte de otros miembros del cuerpo docente, estable, de la citada facultad o escuela de teatro.
Para la buena salud del debate público la acción disciplinaria, que no llena de honores los procedimientos de la facultad, trasgredió las fronteras del Campus Oriente, sin duda gracias a la acción disidente de alguno de los implicados o espectadores.
Tengo preguntas realmente interesantes: ¿Cuál será la posición que tomará de ahora en adelante la Facultad de Artes a la hora de contratar sus profesores? ¿Estudio previo de las características “valóricas” –otro eufemismo- de sus docentes? ¿Es esto lo que ya estaban haciendo y lo de aceptar contratar a Canales como docente no fue más que un error de cálculo? ¿Se acentuará la prioridad de evaluar “valores” y posturas políticamente correctas por delante de curriculums y prácticas pedagógicas y creativas de carácter rotundamente superior? Si esto último se hiciera completamente realidad, la pregunta de fondo es: ¿Y entonces para qué se necesita una Facultad de Artes al interior de la Universidad Católica? (si en realidad queremos hacerle honor a las palabras artes y universidad) ¿Para decorar? ¿Para entretener?
Un alumno en formación necesita de una diversidad de miradas si lo que está estudiando son humanidades, arte, música, teatro, estética, filosofía, sociología, historia, psicología, pedagogía, etc. Es un atentado pedagógico enseñarles a tener miedo a decir lo que quieren decir por más mal que lo estén diciendo. El castigo ejemplificador no hace crecer, hace perder tiempo. Tanto más útil hubiera sido un debate, una crítica constructiva que también hiciera aparecer, al señor decano y compañía, no como simples detentores del poder, sino como seres capaces de cuestionarse, de reflexionar y dialogar ante una situación extracotidiana. La polémica, histérica, no deja nada más que un recuerdo anecdótico. Y los artistas e intelectuales no podemos vivir de anécdotas ni debemos ejercer a partir de las anécdotas. Tenemos la obligación de profundizar en el ejercicio de la profesión, en lo que vemos, en lo que hacemos. Porque he sido alumna y trabajadora de esa institución en cargos menores, puedo dar fe de que por ella han pasado profesionales de excelente calidad académica y me consta que aún participan de ella profesionales loables capaces de comprender la diferencia, la otredad, ¿pero a cuántos de esos profesionales respetables les interesará realmente seguir trabajando en un proyecto en donde a la luz de la experiencia, en algún futuro, se les podría someter a coacciones? No podemos avalar esta situación de castigo por no haberse sometido a “sugerencias” censoras, mucho menos sabiendo que la realización de todas las presentaciones fueron avaladas por un consejo docente.
Cierto que es más fácil callarse. Cierto que se arriesga el puesto. Cierto también es que hay profesionales que no someterán sus principios éticos y estéticos a burdas censuras o a proteccionismos de convenientes y suculentos cargos. Pero cierto es también, que si la universidad —en este caso la Católica pero vale también para cualquiera otra que caiga en los mismos actos fallidos en pos de sus “intereses” particulares— no es capaz de hacerse cargo de la aplicación en la práctica de sus términos fundacionales (para el caso universidad, artes) la universidad como alternativa de generación de un pensamiento diverso, profundo y útil a la sociedad está condenada a ser un engranaje más de la tecnocracia, sin ningún peso en la generación del aprendizaje de la vida práctica social, del pensar y del crear.
De postre
Cuestionar lo que sucede en la Facultad de Artes de la Universidad Católica hoy no es un capricho. No podemos autocensurarnos como pensadores y creadores en un complaciente: “es la Católica, no tiene sentido decir nada, la Católica es la que es y tiene sus reglas”. Si hoy en día avalamos que una institución de carácter público como lo es la Facultad de Artes de la UC no puede ser cuestionada, el día de mañana quizá nos arriesguemos a tener que mordernos la lengua en pos de algún otro interés de alguna otra universidad. Es tarea de los profesionales académicos exigirle al estado, a las ideologías, a las religiones, a los capitales que si están dentro o quieren ser parte de ese complejo y necesario juego al que se le denomina universidad, lo primero que deben tener en cuenta es que están trabajando según sus universales y universitarios principios y que la negación de éstos mismos anula su propia existencia.
Y dicho esto, cedo la palabra, cedo la pregunta.
Ana Harcha Cortés
publicado en Arte y Crítica
NOTAS:
1 No sucede siempre así en la tradicional universidad europea por ejemplo, pues se suele mantener la enseñanza de las artes en institutos especializados, “a modo de” conservatorios, fuera de la universidad. Por supuesto en América Latina existen hace ya tiempo también las instituciones privadas, no universitarias, de formación artística.
2 Derrida, Jacques, “La Universidad sin condición”, Conferencia pronunciada en inglés en la Universidad de Stanford (California) en el mes de abril de 1998, dentro de la serie Presidential Lectures. www.jacquesderrida.com.ar/textos/universidad-sin-condicion.htm. También: “(…) la universidad moderna debería ser sin condición (…) Dicha universidad exige y se le debería reconocer en principio, además de lo que se denomina libertad académica, una libertad incondicional de cuestionamiento y de proposición, e incluso, más aún si cabe, el derecho de decir públicamente todo lo que exigen una investigación, un saber y un pensamiento de la verdad. Por enigmática que permanezca, la referencia a la verdad parece ser lo bastante fundamental como para encontrarse, junto con la luz (Lux), en las insignias simbólicas de más de una universidad.”
3 El mundo del arte está plagado de representaciones de desnudos, por poner un ejemplo académico y de museo, por lo que resulta una completa contradicción que en una Facultad de Artes provoquen escándalo.
4 Derrida, Jacques, íbidem.
5 Derrida, Jacques, íbidem.
6 Inés Stranger, directora del TEUC (Teatro de la Universidad Católica) realiza una tesis doctoral en la Universidad de París III sobre el trabajo teatral de Rodrigo García, y resulta al menos preocupante que el decano Jaime Donoso citara en una carta dirigida a Verónica García-Huidobro a Inés Stranger como la persona que le “había solicitado la reunión, luego de ver una pasada de la obra y decir que ésta le ‘causó dolor, repugnancia y escándalo’, según consta en una carta que el decano envió a la ex directora el 3 de diciembre” (“Destacados directores protestan por expulsión de Verónica García-Huidobro”, www.lanacion.cl, 17 de enero de 2008). Entonces se abren otras preguntas: ¿puede a una persona que realiza una tesis sobre Rodrigo García, generarle tanto escándalo una obra con alumnos dirigida por Canales? El trabajo de Rodrigo García aún hoy resulta ser uno de los más provocadores de las artes escénicas contemporáneas, pues es un artista que pone en cuestión gobiernos de turno, sistema económico capitalista en el que estamos insertos, la institución educacional, etc. Cuyo discurso escénico no está exento de dosis de misoginia, de exaltación de la fuerza y corporalidad masculinas; en donde el cuerpo humano se exhibe abiertamente y es sometido a extenuantes ejercicios de interpretación, movimiento e incluso violencia. Entonces, si se está trabajando sobre estos materiales en una tesis doctoral ¿puede esa misma persona sentir repugnancia al ver una obra de Canales y bajo ese subjetivo sentimiento poner en cuestión todo un montaje? Por otro lado: ¿se está teniendo una aproximación sincera al trabajo del creador sometido a tesis? ¿O acaso sólo se está teniendo una comprensión teórica de cierto tipo de manifestaciones artísticas que jamás serían avaladas en la práctica? ¿Tiene sentido hacer esto? ¿A quién le sirve todo esto?
7 Y de paso se amplió el campo semántico de la palabra sugerencia, pues a los ojos del decano no hacer caso de las “sugerencias” motivó la petición del cargo de García-Huidobro, por “desacato”. O sea que había que leer la sugerencia no como lo haría cualquier mortal sino como prescripción o exigencia.
8 En este caso particular a Verónica García-Huidobro se le cesó de sus funciones como directora de la escuela, pero no como docente o directora del Diplomado de Pedagogía Teatral. A Rodrigo Canales se le cesaron sus funciones como profesor e investigador. Cesarle de sus funciones como investigador no guarda ninguna relación con los hechos acontecidos, aparece más como medida disciplinar.