CON EL PREMIO VELÁZQUEZ, QUE otorga el Ministerio de Cultura de España, los ojos de la crítica se posan en el trabajo artístico de la colombiana Doris Salcedo. El jugoso premio, dotado con 125.000 euros y que nunca antes le había sido otorgado a una mujer, es, según el jurado, un reconocimiento a “la madurez de la trayectoria de Doris Salcedo y la calidad de su obra”.
En efecto, esta artista viene de tiempo atrás. Ha sido becada por la Fundación Guggenheim y Penny Mc Call. Ha expuesto en destacados espacios como el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York, el centro Pompidou de París, el Art Institute de Chicago, la Tate Modern de Londres y el Museo Nacional Centro de Sofía en Madrid. En Colombia, paradójicamente, sus obras son menos conocidas. Pero ganó el Premio del Salón Nacional en Medellín en 1987 y su estudio está ubicado en Bogotá. Beatriz González considera, de hecho, que es “la artista más importante que tiene el país actualmente”. Por encima de Fernando Botero.
Frente a la calidad de sus obras parece haber un consenso. Su capacidad para editar formalmente las cosas que emplea hace que parezcan sencillas de hacer. Pero no lo son. Como no lo fue en su momento la instalación Shibboleth, esa gran grieta que la llevó a romper el piso de un museo tan emblemático como la Tate Modern. El proceso de fabricación de la polémica obra se gestó en Bogotá, de donde fueron enviados a Londres dos metros de grieta con los bordes pulidos con fresa de dentistería para ser insertados en un hueco. El espectador no vio una obra de arte que parecía una grieta. Vivió la grieta misma y la instalación, por obvias razones, no saldrá de donde quedó enterrada.
De acá entonces que España le reconozca a Doris Salcedo la rigurosidad de su propuesta formal. Para algunos, sin embargo, el gran debate surge del compromiso social y político de la artista, que también le ha sido ovacionado. Ella misma ha dicho que “el arte siempre está ligado con la política, esté o no esté explícito en la obra, porque lo que hace el arte es abrir espacios y ampliarlos, para que la gente pueda ver, decir, existir, hacer, ser vista y vivir una vida plena”. La violencia política, por lo mismo, ocupa un lugar privilegiado en sus trabajos. El testimonio de los familiares de las víctimas y de los sobrevivientes, por ejemplo, es reintroducido formalmente en algunos de sus montajes para incentivar reflexiones en torno a temas como la memoria, el dolor y la ausencia.
Con todo, hay quienes se oponen a esta politización del trabajo artístico. Sostienen que con demasiada prisa se transita al componente discursivo de la obra, al mensaje puramente contestatario y se pasa por alto la pertinencia de la propuesta formal. De Doris Salcedo, explican algunos expertos, lo que finalmente perdurará en el tiempo, tan pronto cambien las circunstancias en que fue concebida su obra, es la virtuosidad de la artista como escultora.
Esta aparente obsesión esteticista viene acompañada entre algunos de sus críticos de ataques directos a lo que consideran flagrantes contradicciones. El caso más sonado es la financiación de la grieta por parte del grupo empresarial Unilever, conglomerado que ha recibido acusaciones de supuestos sobornos, amistad con regímenes dictatoriales, poca conciencia ambiental y abuso sindical. Opina Carlos Salazar en la revista digital Esfera Pública que, con este gesto de aceptación, la artista que dice ir contra la corriente y el sistema dominante termina legitimando, que no subvirtiendo, el statu quo.
En síntesis, hay acuerdo frente a la calidad formal de la obra de Doris Salcedo, que algunos desearían menos recargada en el mensaje. Sea como fuere, esta es una artista aún joven, pero con una importante trayectoria internacional, cuyo trabajo bien vale la pena celebrar.
Editorial El Espectador
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