Para Gloria Posada,
Por un lado -al mencionar la actitud de Roca- reconoce Usted la importancia de que las personas a cargo de la toma de decisiones que afectan a un medio no eludan la crítica, ni actuén a través de argumentos de jerarquía, manipulaciones o por mera aplicación del poder del cargo o posición.
Por otro lado, justifica Usted a estas mismas personas -cuando se han mantenido al margen- diciendo que el tono de la discusión en esferapública no ha sido el adecuado. Me queda entonces la duda sobre los tipos de acciones posibles y la incidencia sobre el rol del actor: están los que no eluden, están los que eluden y tienen justificación, y están los que eluden y no tienen justificación (y también la figura algo cómica del que no elude y no tiene justificación, pero esa Usted no la mencionó). ¿Podría por favor ilustrar mas extensivamente esta clasificación adjuntando otros nombres distintos al de José Ignacio Roca? ¿Su llamado se detiene justo allí donde comienza el temor a la retaliación «institucional»?¿Podría Usted señalar dónde termina la elusión con justificación y comienza la elusión sin justificación? ¿Cuál es el tono adecuado y a quién le corresponde definirlo? Nombrar tiene sentido, en un marco de poderes fijos como los de las Artes Plásticas en Colombia donde las políticas son -efectivamente- nombres propios.
Dado que su intervención hace alusión a los modos de manipulación (sobre todo, me parece, de acuerdo a lo que Usted ha observado en Medellín) me gustaría señalar la estrategia del Gerente de Artes Plásticas de Bogotá (ponga el nombre): por un lado el silencio, por el otro, la complacencia con la defensa anónima que hacen de su gestión -presumiblemente- sus padrinos políticos (algunas de estas defensas parecen mejor amenazas) o la misma defensa anónima realizada -presumiblemente- por artistas con afán de obtener participación en la cuota de beneficios (reconocimiento, capacidad de desconocimiento, exposiciones, becas, circulación de la obra…) Indudablemente hay una pérdida de legitimidad para un funcionario con compromisos públicos que concede -y acaso incentiva- ser defendido desde el anonimato.
Por otro lado, la medida de su poder se exalta, pues no requiere de argumentos legítimos para operar. A medida que el poder se acerca a los modos más extremadamente arbitrarios su acción es, por decirlo de alguna manera, mas poderosa, algo que le pertenece más típicamente al poder mismo, es la presencia del poder en su forma más irreductible: capacidad para afectar a los otros sin afectarse en la réplica a quien lo ostenta. Descubrir -acaso con un dejo cínico- que en la supervivencia de esta forma de operar de un sistema aumentan mis probabilidades de supervivencia -y de supervivencia de mi obra- es un motivo -casi inevitable, superior a la capacidad de toma de decisión de un individuo específico- para alinearse pero este «alinearse»no será en nigún caso una inclinación inocente. Un poder irreductible no es razonable, no tiene principios, no es explicable a través de una causa final; simplemente opera para generar consecuencias y una vez sincronizado, las consecuencias se tornan estadísticamente predecibles.
Lo que parece claro -a mí me lo parece- es que la gestión pública en el arte se reduce a una lucha de poderes, aglutinados alrededor de los espacios llamados «institucionales» -cualquier espacio de concentración de poder es lo institucional- dentro de la cual cada uno intenta aumentar las probabilidades propias de supervivencia y de acción. Aparentemente los modos de apartarse de esta lucha permiten solamente dos modos: la renuncia a la gestión o el absoluto silencio.
Quiero mencionar el paralelo entre esta forma de actuar -la defensa pública por intervención anónima- y la manera oculta, clandestina -generalmente acompañada de actos de violencia- como los regímenes dictatoriales han hecho defensa -sin gesto, sin imagen, sin legitimidad- de su gestión «pública» (ejercicio del poder en su grado más irreductible).
Pablo Batelli
Pd: Buenos Aires: la ciudad es un Museo y sus saberes, la lucha contra el olvido de las consecuencias de un «poder irreductible».