Portada del libro La crítica dialogada, Anna María Guasch, CENDEAC, Murcia, 2007.
Hay una referencia a este libro en los sites locales de arte contemporáneo. Hace siete años, Ricardo Arcos comentaba el evento Prácticas artísticas y crítica cultural en un post y de paso saludaba la llegada de María Sáez como directora de Divulgación Cultural de la Universidad Nacional. A la bienvenida, Arcos añadía que en ese encuentro fue lanzada esta publicación en una charla sostenida por Santiago Rueda Fajardo y su autora. Además de esto y sin profundizar demasiado en su afirmación, consideraba que el documento era “bastante atrevido, por poner en un mismo espacio a teóricos tan disimiles como Danto y Foster”. En cambio, dedicaba mayor atención a resaltar que el libro mostraba, en la selección de sus participantes, las tensiones nunca resueltas entre la hegemonía del norte y la resistencia del sur y le anotaba un punto de oportunidad a Sáez al traer a “la escena local, elementos para un debate que apenas comienza, así en la esfera global ya esté por saldarse, como la tensión innocua entre modernidad y postmodernidad.”
Luego, el libro desapareció. Después del evento nadie daba razón de él. Mientras tanto, pasaron cosas: Arcos salió del museo, Saéz colonizó mas áreas de Divulgación cultural, en la Universidad Nacional dejaron de hacerse eventos similares y su museo de arte se concentró en artistas de sexappeal Darero. El tiempo siguió y, finalmente, fue necesario importar la publicación de marras.
La crítica dialogada se inscribe en esa clase de libros que reimprimen participaciones en otros medios y cuya mayor cualidad consiste en la brevedad: selección de entrevistas realizadas por una misma autora bajo la estructura de 1.- aportar semblante personal del entrevistado; 2.- describir el entorno que rodea su producción; y 3.- dar un repaso a sus ideas. De paso, informa sobre la red de relaciones de quien entrevista.
Más que “atrevido”, este libro resulta de interés por dar la razón a Arcos en su segundo argumento. La crítica dialogada es la recopilación de una serie de nombres que se posicionaron en la teoría del arte contemporáneo a partir de la década de 1970 desde los centros de pensamiento favoritos de la época: revistas y departamentos de historia del arte de universidades y centros de investigación de Europa y Estados Unidos. Un libro-manifiesto-privado que puede leerse como complemento al capítulo dedicado a la era que siguió en Nueva York a la caida de Clement Greenberg en otra publicación panorámica sobre crítica editada por Guasch en 2003, o como corolario al apartado que dedicó Hal Foster al cierre de la fase heroica de la revista Artforum en Diseño y delito (2005). Pero por su concentración geográfica este contraste no resulta tan interesante.
Sirve más si se lee como el cierre de una época. La conclusión de un período en que un nuevo tipo de crítica estaba interesado en imponerse como modelo de interpretación. Es decir, cuando una generación decidió matar a su padre e imponer otro dogma. Por ejemplo, canonizando –muchas veces de mala gana-, el examen postmoderno vía revista y mesas de discusión de, por ejemplo, October, contra el formalismo instalado como unidad de medida universal para examinar el arte del siglo XX. De igual manera, revela el declive del crítico afianzado en centros universitarios, experto en teoría hardcore, con la posibilidad de publicar en –cada vez menos- medios especializados, receloso de la expansión del mercado pero impotente ante la rebelión de las galerías comerciales; supremamente documentado pero particularmente abstruso –o sofisticado o aburrido o incomprensible o incomprendido.
La hoja de ruta de esta generación de críticos consistió, en palabras de Guasch en diseñar “aguerridas campañas” editoriales que en algunos casos terminaban en exposiciones de tesis. Combates armados con un arsenal forjado en el psicoanálisis, la teoría crítica, el estudio de la industria cultural, la sociología del arte no necesariamente marxiana y la revisión de la historiografía del arte moderno, para extender evaluaciones sobre el arte moderno y contemporáneo en su conjunto. Entonces, una de las conclusiones es que quienes aparecen en el libro practicaron una u otra forma de revisionismo omniabarcador, para dar cuenta de los vacíos y las caídas en falso de la perspectiva anterior. Nostalgia.
Como siempre, los efectos de este tipo de enfoques se sintieron con fuerza en el campo artístico colombiano. Legiones de artistas y muchos críticos nos formamos a la sombra de ese paradigma. Aprendimos a utilizar la palabra formalismo como insulto y acudimos a un mal entendido postmodernismo como terapia de cura. Éramos ridículos, si nos decían “ClemenGreenberg” nos enojábamos.
Volviendo un paso, resulta interesante notar la coincidencia de lecturas de buena fe que abundan en este libro respecto a la alta cuota de responsabilidad social que debe pagar el arte contemporáneo. De hecho, sobran las pastorales que no atienden las contradicciones que le impone su acceso al sector oficial (mercado y/o colecciones institucionales). Por ejemplo, en el caso de los mencionados artistas –y teóricos- de sexappeal Darero, el arte es instrumentalizado como herramienta angélica de denuncia: evidencia irregularidades sociales mientras se desentiende de su cotización en bolsa, comité de selección o feria de arte. En ese sentido son bastante ilustrativas las afirmaciones de Griselda Pollock, cuando, por ejemplo, responde a la pregunta de Guasch respecto a si “cree que la historia del arte todavía puede ser operativa en un mundo en el que después de Auschwitz, después del gran drama del siglo veinte, parecía imposible la persistencia del arte y de la estética”. Decía Pollock,
“Para mí el arte tiene ahora una seria responsabilidad, y que, lejos de ser un motivo de entretenimiento está ahí para trabajar con la historial, la memoria y el trauma. Vivimos tiempos difíciles y si por un lado los artistas con su trabajo creativo-ético son muy importantes para la cultura, por su parte, los historiadores pueden convertirse, como sugería Adorno, en los nuevos pedagogos para la democracia […] Yo siempre parto de la base de que los artistas son los verdaderos testigos de las experiencias directas.”
Con base en esta perspectiva ya añeja, resulta mucho más sencillo volver a las incontables omisiones que supuso la entronización de nombres, procedimientos, procedencias geográficas y silencios sobre el acceso a colecciones, que tuvieron muchos de los artistas defendidos desde la línea editorial que fraguaron los entrevistados en este libro. Posicionamientos sofisticados que muchos nos matábamos por leer en su idioma original. Éxito y desgaste.
Anna María Guasch
La crítica dialogada
CENDEAC
Murcia
2007
–Guillermo Vanegas