Ya era hora de que una mujer recibiera el Premio Velázquez y si además ha recaído en una creadora tan honesta e intensa como Doris Salcedo pues podemos tener motivos para alegrarnos. Y, sin duda, lo haremos a partir de una obra que es, en todos los sentidos, trágica. Desde aquella serie de zapatos metidos tras un velo de piel que aludían a los asesinados y al dolor de las gentes de Colombia hasta los muebles encementados que llegamos a ver en exposiciones como “Cocido y Crudo” (comisariada por Dan Cameron en el MNCARS en 1994), de las sillas ocupando un solar que dispusiera en la Bienal de Estambul (2003) a la impactante instalación Schibboleth en el Hall de las Turbinas de la Tate Modern (2007), Doris Salcedo no ha dejado de imponer contundentes metáforas visuales que hablan del desgarro y de las heridas que sufrimos. La intervención de la Tate consistía en una serie de grietas que surcaban el espacio como el resultado de un terremoto. El público queda literalmente estupefacto y no faltaban las preguntas sobre cómo se había hecho aquello, si el suelo “original” había sido destruido o había algún tipo de “truco”. Pude charlar con ella , en compañía de Laura Revuelta y Alberto Ruiz de Samaniego, con José Antonio de Ory como excepcional anfitrión en Bogotá. Estaba sumamente desgastada por las polémicas que rodeaban esa pieza que incluso llegaban a ser denuncias por parte de gente que se había tropezado o fracturado algún miembro. Aunque quise convencerla de que era una obra memorable no dejaba de apuntar, obsesivamente, que había sido algo “demasiado duro” para ella. Más allá de la literalidad del agrietamiento estaba evocando el poema homónimo de Paul Celan. Schibboleth es una palabra hebrea que podemos traducir como “contraseña” y aparece en el capítulo 12 del Libro de Los Jueces en un relato de inclusión y exclusión, de reconocimiento de aquellos que son parte de una tribu frente a todos los que ni siquiera podrían pronunciar la palabra clave. Derrida dedicó uno de sus libros más bellos a ese poema de Celan (autor de Fuga de muerte el texto que rinde testimonio del campo de concentración) indicando que aquello que se torna impronunciable es lo que nos encadena al problema humano de la traducción. Tal vez Doris Salcedo quería con su impresionante intervención recordar que estamos constantemente cruzando fronteras, saltando por encima de precipicios, sintiendo el suelo que tiembla bajo nuestros pies y que olvidamos con frecuencia el poder del símbolo para construir una comunidad. Esta mujer que ha condensado de forma esencial la violencia contemporánea sin caer en el literalismo ni la obviedad, impone ahora su reflejo en el espejo velazqueño. Si ahí estaba la cifra de la heterotopía, en términos de Foucault, no cabe duda de que Doris Salcedo ha sabido, a través de grietas inquietantes, plantear operaciones metafóricas inauditas y de una belleza trágica.
Fernando Castro Flórez
Originalmente en La conspiración de la Plaza Dealy
Visto en ::salonKritik::
2 comentarios
Sí, buena conversación….
Gracias.
¿Con que nadie tiene argumentos para replicar? Qué pena. Asumo que el que calla otorga.
Sobre la grieta, a mí lo que me llama la atención es cuando una ocurrencia como esta (por más tecnología que tenga para su realización) de un momento a otro pasa a convertirse en un «símbolo» de toda una serie de ideas sensibleras: “del desgarro y de las heridas que sufrimos», o en otro lado » de las fracturas del mundo», etc. y esto acompañado de superlativos como «poderosa metáfora visual», «el público queda literalmente estupefacto», «operaciones metafóricas inauditas», etc.
Todo eso ¿a qué vendrá?, ¿será un intento constante por congeniar con las aristocracias del relativismo postmoderno?.
Yo creo que sigue habiendo un componente de miedo a opinar diferente que pasa por el sentimiento de que dicha aristocracia del arte mundial y sus representantes tienen un conocimiento más avanzado (o algo por el estilo) que hace que propuestas como estas no sean consideradas como trivialidades sino como grandes manifestaciones artísticas.
Claro, podrán citar muchos poemas de Celan, hablar de Derrida, de Foucault, exponer que la artista ha expuesto en Marte, en Júpiter y en Nueva York, o decir que ha sido validada por el príncipe de Gales o por el curador del Vaticano, y ¿qué con eso?, ¿acaso la referencia obligada a la monarquía es lo que hace de una pintura histórica una obra relevante?
Si el común de las personas tuviera la oportunidad de opinar y la gente no fuera tratada como ignorante frente al arte contemporáneo, tendríamos una visión más democrática. El consensó real tal vez sería que una grieta por más que esté en un museo es una ocurrencia que puede conducir a accidentes de las personas que buscan aproximarse al arte.
Bien por las quejas de la gente del común, en el caso de las fracturas ojala haya habido reparación de algún tipo.